Nelson Rivera / Libros: Ernest Hemingway
La he vuelto a leer en cuanto me he tropezado con la efeméride: hace sesenta años (1954), Ernest Hemingway recibió el Premio Nobel de Literatura. Un año antes (1953) El viejo y el mar había recibido el Premio Pulitzer de Narrativa. Publicado en 1952, a los dos días de haber sido colocado en las librerías, comenzaron a imprimirse en la prensa de Estados Unidos los elogios de la breve novela que, al poco tiempo, sería la más popular de Hemingway entre sus lectores de varias lenguas.
La he vuelto a leer y he vuelto a experimentar esa sensación que no puedo sino enunciar con estas palabras: El viejo y el mar es un milagro de la facultad humana de narrar. Un canto a la piedad. La historia de un hombre viejo en sus postrimerías: en el límite de la edad, en el límite de sus fuerzas, en la frontera de su impotencia, en el extremo donde las palabras están a punto de rendirse para dar cuenta de la existencia.
La leo y la releo y no lo alcanzo a comprender: me hago la más básica de las preguntas de lector maravillado, la pregunta de cómo fue posible. Cómo fue posible que la historia de un hombre viejo, un pescador retado por sí mismo (esta es la primera frase del relato: “Era un viejo que pescaba solo en un esquife en la corriente del Golfo y llevaba ochenta y cuatro días sin hacer una sola captura”), un hombre que pasa varios días en lucha con el enorme pez que ha mordido uno de sus anzuelos, sea capaz también de atrapar al lector.
Un hombre a la deriva. Un ser que habla solo en la inmensidad del mar, habituado a la más radical soledad. Un viejo pescador, pobre entre los pobres, alma incapaz de quejarse y de pedir compasión. Hombre digno y final.
“Ahora sabía que el pez estaba allí y que sus manos y su espalda no eran ningún sueño. Las manos se curan deprisa, pensó. Ahora están exangües, pero el agua marina las curará. Nada cura tan bien como las negras aguas del Golfo. Lo único que tengo que hacer es conservar la cabeza despejada. Las manos han hecho su labor y estamos navegando bien. Con la boca cerrada y la cola recta navegamos a la par. Luego se le nubló un poco la cabeza y pensó: ¿Estaré llevándolo yo, o me estará llevando él a mí? Si estuviera remolcándolo, no cabría ninguna duda. Y tampoco si lo llevara a bordo del esquife sin la menor dignidad. Pero estaban navegando juntos amarrados el uno al otro y el viejo pensó: Que me lleve él a mí si quiere. Solo le aventajo en astucia y él no pretendía hacerme daño”.
Copio aquí unas líneas del texto que William Faulkner (que había recibido el Premio Nobel en 1949) escribió sobre El viejo y el mar: “El tiempo ha de mostrar que esta es la mejor composición de cualquiera de nosotros, quiero decir de sus y de mis contemporáneos. Esta vez, él descubrió a Dios, a un Creador”.
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