Colas que humillan
Por: Luis Eduardo Martínez Hidalgo
En las colas que se multiplican y crecen por doquier se humilla diariamente al pueblo de Venezuela, especialmente a los más desposeídos; parecieran ser parte del paisaje pero lo cierto es que son un mal reciente. Como nos dicen una y otra vez en nuestras visitas a barrios y caseríos: “esto no lo habíamos visto nunca”.
Según Ominubus de Datanalisis, el tiempo de espera promedio en cola para comprar lo indispensable para el hogar es de cinco horas y media a la semana con, incluso, un 23,6 % de la población que pasa más de seis horas. Por regiones es oriente la más afectada con 71,3 % de la población obligada a hacer cola mientras que la media del país es de 65,2 %.
En cuanto a la condición socioeconómica, los que más penurias pasan son los sectores E y D, demostrando de esta manera la incapacidad gubernamental de garantizar a los sectores populares la atención que necesitan y merecen.
El problema de las colas va más allá de la espera y en ellas se multiplican los delitos y el atropello. Son muchos los testimonios que he oído de quienes han sido robados, maltratados, de la venta de puestos en las filas y la presencia de un malandraje que atemoriza y sobran casos en los cuales controlan las colas incorporando solo a los suyos.
Es doloroso escuchar a madres relatar que comienzan a hacer cola la noche anterior dejando a sus hijos y sus casas para amanecer frente a un PDVAL o un Mercal e intentar adquirir lo indispensable para la manutención de la familia. Nos hemos encontrado incluso con tragedias producto de esta situación; hace unas tres semanas en San Félix de Caicara acudimos a dar el pésame a una familia cuya abuela fue atropellada a las 3 de la mañana por un vehículo que pasaba frente a una cola que hacían para adquirir harina pan. Me indignó el decir de uno de los nietos: “abuela estuviera viva si, como era antes, en la bodega cercana vendieran los productos que se necesitan para comer” y esto es de lo tanto que me motiva a procurar un cambio por la pronta solución a la grave problemática que afecta a los venezolanos por igual.
Lo peor es que sobran los que explican que después de horas de espera cuando toca su turno ya nada queda marchándose entonces con las manos vacías.
No me lo han contado, he estado presente cuando en una comunidad llega, al filo del anochecer, un camión de estacas, lleno de hombres y mujeres sudorosos que se bajan con unos pocos artículos -un paquete de espagueti, uno de arroz, unos pañales- pero también hay los que llegan sin nada. La pregunta “Papá que me trajiste” que tantas veces me hicieron mis hijos cuando volvía de viaje, suena distinta cuando los pequeños que esperan a la puerta tienen hambre y confían esperanzados que sus padres traigan algo para mitigarla.
Aunque quienes gobiernan se empeñen en desconocerlo, el pueblo venezolano está comiendo poco y mal. Y no es porque una encuesta publicada días atrás le ponga porcentaje a esta realidad que avergüenza, indicando que el 60,5 % de los entrevistados afirman que saben de personas que no comen tres veces al día, sino porque basta asomarse en la nevera -cuando funciona- de muchos hogares para confirmar que es así.
Pronto se cumplirán 18 años de la fecha en la cual el comandante eterno ganó las elecciones presidenciales por vez primera. Desde la misma toma de posesión el discurso y la acción gubernamental se empeñó en la implementación de un modelo -que en algún momento pasaron a denominar “Socialismo del Siglo XXI”- que, sin entrar en consideraciones ideológicas, no puede calificarse sino como un fracaso absoluto vistos los resultados.
Pregunto: ¿Es Venezuela un país más seguro hoy? ¿Funcionan mejor los hospitales hoy? ¿Tenemos mejores servicios públicos hoy?. ¿Vale más el bolívar hoy?. ¿Hay mayores oportunidades de empleo hoy? En valor real, ¿son más altos los salarios hoy?. ¿Es menor el endeudamiento hoy?.
El “Socialismo del Siglo XXI” persiguió la iniciativa privada y destruyó el aparato productivo pasando a depender de las importaciones para asegurar el abastecimiento de la población pero es tal la ineptitud, de los gestores del régimen, en al manejo de cualquier proceso, a lo que es obligante sumar las muchas corruptelas, que lo logrado ha sido el drama de las colas.
Es urgente y obligante reactivar la producción nacional, facilitándola y garantizándola. Llegó la hora de devolver a sus antiguos propietarios miles de hectáreas hoy ociosas y empresas expropiadas que quebraron para recuperar lo que ya existió. Se requiere un modelo, políticas y acciones prontas para asegurar el abastecimiento que por cierto no se hará repartiendo “bolsitas” de comida a través de los consejos comunales.
En 1947, en la entonces Asamblea Nacional Constituyente, el diputado Andrés Eloy Blanco intervino en el debate sobre la propuesta de la Ley de Reforma Agraria, que se extendía demasiado y al pedir celeridad en su aprobación expresó -cito de memoria-: “mientras aquí discutimos, en cualquier camino de la patria podemos ver esta escena trágica: un rancho en piernas, una mujer enferma y junto a ella contra el suelo un niño que está comiendo tierra. Que nos inspire a caminar más rápido el simple recordar que donde un niño está comiendo tierra, la tierra está comiendo niños”.
Hay que apurarse porque “por ahora” la tierra está comiendo niños.
Por: Luis Eduardo Martínez Hidalgo
http://luisemartinezh.wordpress.com
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