Edición 575: Eloy Tarazona y el misterio del tesoro de Gómez
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Rafael Simón Jimenéz
rafaelsimonjimenez@hotmail.com
Eloy Tarazona y el misterio del tesoro de Gómez
Eloy Tarazona fue el hombre de mayor confianza e intimidad del temible dictador Juan Vicente Gómez. Bajo de estatura, de facciones indígenas, había nacido en el Departamento de Boyacá, en la vecina Colombia en 1880, y habitando en la fronteriza población de Cúcuta se sumó, en mayo de 1899, a la invasión promovida por los generales Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez, para asaltar el poder en Venezuela, siendo incorporado como oficial del batallón Junín de aquellas variopintas tropas que acompañaban a los jefes andinos.
Cuando Juan Vicente Gómez se hace dueño del poder, aprovechando la forzada ausencia de su compadre y jefe de Estado Cipriano Castro, en diciembre de 1908, Eloy Tarazona comienza a aparecer como inseparable del nuevo gobernante, su nombramiento como edecán del Presidente es solo una formalidad, pues de hecho es ordenanza, mandadero, depositario de secretos y guardián diurno y nocturno del zamarro y desconfiado Presidente, que lo convierte en su confidente y hombre de confianza.
A la muerte del anciano dictador, Tarazona es preso y exiliado del país, previa incautación de sus bienes, y se residencia en la población de Chinacota, Norte de Santander donde, desde abajo, reemprende faenas agrícolas, mientras en Venezuela comienza a correr con fuerza la leyenda del tesoro enterrado del general Gómez, del que solo su espaldero sabría con certidumbre la ubicación. El propio Tarazona en su ignorancia y elementalidad se hace eco del rumor tratando de ganar importancia para volver a Venezuela y tratar de rescatar su patrimonio.
Llegada la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, el “indio” Tarazona, ya anciano, recibe en su refugio fronterizo la visita de tres funcionarios, que se dicen portavoces del Gobierno de Venezuela y que le ofrecen todo tipo de garantías y seguridades para su retorno al territorio nacional; ingenuo el viejo edecán gomecista cae en la trampa y al no más llegar a San Cristóbal, se le declara preso y se le traslada a Caracas, donde los organismos represivos del régimen no ahorran vejámenes y crueldades para que les confiese la ubicación del tesoro del general Gómez.
La terrible cárcel del cerro del “Obispos” es el reclusorio asignado al anciano, que se consume entre los malos tratos, negándose a revelar el supuesto secreto del tesoro. Se le aplican hasta sesiones de hipnosis, para tratar de que bajo el trance de la inconsciencia declare la ubicación del prodigioso entierro. Ningún método, ni el hambre y los maltratos logran aflojarle la lengua, mientras a los otros presos, o a carceleros generosos, que se atreven furtivamente a socorrerlo en su estrecho calabozo, el hombre de confianza del dictador de la mulera los deleita con historias reales o imaginarias sobre el verdadero destino del “tesoro” de Gómez.
Tarazona afirmaba, a sus improvisados contertulios, que en efecto el tesoro del general existía y que el mismo estaba contenido en cajas de madera forradas en metal inoxidable, donde se habían depositado veinte millones de bolívares en monedas de oro, ocho cajas llenas de prendas y numerosos regalos de los más preciados obsequiados al dictador, y que el depósito construido para contenerlo, se hizo con paredes de concreto, que se cubrieron de tierra y luego de vegetación para que pasara totalmente desapercibido.
Secuestrado, sin acusación, ni juicio alguno, ni derecho a la defensa, acosado por el hambre, y abandonado a su suerte, con su salud cada vez más deteriorada, Tarazona fabulaba, mientras renegaba de su infortunio, la proximidad de su fin lo hizo según sus palabras relevar su compromiso de silencio con su antiguo jefe, atreviéndose a señalar, a sus auxiliantes y compañeros de prisión, el sitio del fabuloso entierro, que se ubicaba en la hacienda San Jacinto, una de las tantas propiedades del dictador en los valles aragüeños. Quienes atraídos por el relato del hombre de confianza del dictador se atrevieron a desplazarse al sitio indicado, se encontraron, con que sobre el terreno a que el infidente había hecho referencia se había construido una edificación militar, lo que impedía verificar la información reforzando las dudas y conjeturas sobre el tesoro del general Gómez.
Tarazona murió en prisión, el 28 de octubre de 1951, y se llevó a la tumba el verdadero secreto, de si había en efecto existido el tan codiciado tesoro, o si solo era producto de las imaginaciones y fábulas construidas en torno a la inmensa fortuna atribuida al dictador.
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