VIVIR EN LA MISERÍA
Yenimar Varela tiene que “vivir asustada” para poder mantener a salvo a sus hijos en un peligroso sector de Barrio Unión. La joven de 27 años vive junto a su pareja y no tienen trabajo, por lo que a diario le toca elegir entre comprar comida para todos o conseguir las medicinas de uno de sus pequeños que sufre de epilepsia
EL PTAZOJunio 1º, 2018
Por: Génesis Carrero Soto
Luego de pasar un sinfín de curvas y de subir unas 40 escaleras es posible llegar a la casa en donde vive Yenimar Valera, quien a sus 27 años debe cargar en sus hombros la pesada cruz de la pobreza de la que no ha logrado salir desde que nació y que le impide “vivir como quisiera”.
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Junto a sus cuatro hijos, su suegra, un cuñado y su esposo, que recientemente salió de la cárcel, Yenimar vive en un ranchito en la vuelta Guanare del Barrio Unión, de Petare. Su familia se sostenía de los viajes de su esposo hacia los Llanos, en donde lograba conseguir frijoles para la venta y para el consumo de toda la familia. Pero hace unas semanas la mercancía se puso muy cara y ya no pueden hacer estos negocios, por lo que la familia quedó “a la buena de Dios”.
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Ni Yenimar, ni su esposo trabajan, les toca sobrevivir con la caja Clap y con la ayuda de su suegra | Foto: Vanessa Tarantino
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“Él estuvo cinco años preso y en ese período nacieron mis últimos 3 hijos, hasta que el salió libre hace un año y nos vinimos a estar juntos en la casa de su mamá”, cuenta Yanimar. Esta mujer llegó hasta el tercer año de bachillerato y antes de tener que ocuparse de sus hijos solo se dedicó a trabajar como personal de mantenimiento.
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Yenimar pasa el día entero en la casa, atendiendo a sus hijos y “vigilándolos, porque lo peor de vivir aquí es que cuando menos lo esperas entra gente extraña a la casa y uno… ¿cómo los saca?”. Asegura que “vivir asustada” es la condición que la define, pues ella y sus hijos están en constante peligro en este barrio, uno de los más peligrosos de todo Petare.
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“A veces estamos en el cuarto y se mete alguien para resguardarse, para esconderse, amigos de mi cuñado que anda en cosas raras o qué se yo. Vivo con miedo porque tengo una hija hembra y un niño enfermo y así no se puede estar en paz”, contó.
Y es que a la angustia de habitar en una zona peligrosa, Yenimar suma el padecimiento de su hijo Ezequiel de 4 años, quien sufre de epilepsia desde los 3 meses de nacido y depende de sus medicamentos para no convulsionar.
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La falta del Valprom, Clonacepan y el Epamin han dejado huellas en el pequeño. Los golpes en su cara y raspones en su cuerpo son las marcas de esta enfermedad no controlada que lo hace convulsionar hasta 7 veces al día y caerse de su cama, de las escaleras, de la mesa donde lo sienta su madre e incluso de los brazos de ella. Yenimar cuenta que recientemente estaba en la puerta de la casa y un ataque lo hizo caer y rodar por las escaleras del barrio, por eso las marcas en su rostro.
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“Él dice cosas, pero no retiene, se tambalea y se tropieza con todo, por eso está tan golpeadito. A veces me consiguen las pastillas en una fundación; a veces las compramos, pero cada vez están más caras. La última caja de Valprom nos costó casi un millón y medio de bolívares”, relató esta mujer.
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Cuando tiene las pastillas y para “ahorrar”, Yenimar le da las pastillas al nené un día sí y uno no. Dice “vivir mortificada” al no saber qué es peor, “si tener la nevera vacía o no contar con las medicinas para Ezequiel”. En algunas ocasiones le ha tocado elegir si compra las medicinas del niño o algo de alimento para todos. “Es difícil porque tienes que decidir entre dos cosas que son tan importantes. Si mis niños no comen se me enferman, pero si Ezequiel no toma remedios se me puede hasta morir, entonces yo ¿qué hago?”, se pregunta.
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Cansada de pasar trabajo
Yenimar no tiene carnet de la Patria así que no puede contar con los famosos bonos del Gobierno y, aunque está suscrita a la ayuda de los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (Clap), “esa caja llega cuando le da la gana”, por lo que esta mujer no tiene más opción que vivir de los quinchonchos, la yuca y el plátano que puede comprar su esposo.
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La comida de sus hijos de 7, 4 y 2 años, e incluso la de ella, la logra resolver en el comedor popular de la comunidad en el que los niños fueron inscritos y en el que le dan alimentos a ella por estar en período de lactancia. En el caso de su bebé recién nacido, que apenas tiene dos meses, “la teta resulta un alivio porque así por lo menos sé que tiene su comida garantizada y no tengo que andar sufriendo para que coma algo más”.
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“Mi esposo y yo estamos sin trabajo y él come porque a veces mi suegra nos echa una mano y nos da un arroz o algo así. También mi mamá nos ayuda un poquito con su pensión, pero es difícil porque no tenemos dinero. A veces él arregla un jardín o pinta una casa, pero desde que salió de la cárcel no ha logrado conseguir nada fijo”, relató Yenimar.
“Mi esposo y yo estamos sin trabajo y él come porque a veces mi suegra nos echa una mano y nos da un arroz o algo así. También mi mamá nos ayuda un poquito con su pensión, pero es difícil porque no tenemos dinero. A veces él arregla un jardín o pinta una casa, pero desde que salió de la cárcel no ha logrado conseguir nada fijo”, relató Yenimar.
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Uno de los hijos de Yenimar padece epilepsia y la falta del tratamiento lo hace convulsionar hasta 7 veces en el día | Foto: Vanessa Tarantino
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Su marido estuvo recluido en la Penitenciaría General de Venezuela (PGV) hasta que se activó una revuelta en el centro de reclusión y fue trasladado a Tocuyito. “En esas cárceles hice a mis hijos, pero nunca los llevé a visitar a su papá ahí porque mi mamá y mi papá no me lo permitieron. Es peligroso y además yo no quiero que mis hijos se formen en un ambiente así”, explicó Yenimar.
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Ella asegura que su marido ha sido víctima de las circunstancias. Que fue privado de libertad porque andaba con su hermano en un carro que les prestaron y que resultó ser robado. “Mi esposo no sabía y pagó cárcel por eso”, aclaró.
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“Todo el mundo me ayuda”, dice esta madre cuando se le pregunta cómo hace cuando no le alcanza el dinero. Con agradecimiento muestra las medicinas y la leche que algunos vecinos han logrado donarle. Sin embargo, dice estar “cansada de pasar trabajo”. A ella le gustaría tener una vivienda propia, la seguridad de sus hijos, las medicinas que necesita y “un poquito de carne” que darles todos los días.
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Mientras tanto, Daydelis, Antonella, Ezequiel y Aleuzevi, los hijos de esta mujer, dependen de lo que su padre, “que por fin está fuera de la cárcel”, pueda hacer a diario para garantizar su alimentación.
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