Julio Borges, comisionado para las Relaciones Exteriores nombrado por el presidente Guaidó, comunicó hace poco una noticia que no debe pasar inadvertida. La divulgó para todo el público interesado, pero especialmente para que fuera conocida en la OEA, en el Grupo de Lima y en la oficina de la alta comisionada Bachelet. Sus declaraciones remiten a una incalificable tropelía del régimen usurpador, como se verá seguidamente.
La dictadura ordenó el allanamiento de los domicilios de los ciudadanos designados por Guaidó para funciones diplomáticas, es decir, dispuso la penetración de los hogares de unos ciudadanos que viven en el exterior y que no han cometido ningún delito. A pesar de la ausencia y de la inocencia de los buscados, los esbirros se metieron en sus hogares e hicieron lo que les pareció conveniente con documentos y pertenencias privadas que no pueden someterse a averiguación sin los pasos establecidos por la ley para estos casos.
Un procedimiento brutal, sin duda, una nueva evidencia de arbitrariedad, otra violación de derechos humanos hecha a la vista de todos, sin ocultamiento. Hay que criticar el brutal acoso, desde luego, pero especialmente llamar la atención sobre cómo eleva la tensión política a escala internacional cuando el régimen está expuesto a la vigilancia de las democracias extranjeras y ha sido severamente criticado por un primer informe de la comisionada Bachelet debido a una lista copiosa de violaciones de derechos humanos. ¿Por qué pasa el usurpador otra vez la raya roja, pese a las miradas foráneas que no lo pierden de vista?
Se sabe que la dictadura participa en diálogos con la oposición, para tratar de salir de su atolladero, y quizá una forma de encontrar salidas que la favorezcan consiste en sacar los colmillos para que se asusten en la otra orilla, y para que no queden dudas sobre su subestimación de las presiones externas. Cada vez más debilitada y acorralada, la dictadura quiere demostrar que todavía tiene la sartén por el mango y que la utilizará a su antojo para demostrar fortaleza. Si no, ¿cómo puede lograr lo que pretende en unas negociaciones que lo deben tener contra el piso? Saca malamente fuerzas de flaquezas, en el intento de presentarse con una fuerza que ya no tiene.
Quizá sienta que todavía puede capear el temporal que sopla desde afuera, o que no se trata de una tormenta que obligue a un parapeto más consistente, y por eso se lanza con una medida que debe provocar reacciones justificadamente airadas. O, en especial, que mientras ofrezca mayores evidencias de brutalidad, mejor le puede ir en las reuniones de un diálogo en cuyo seno se juega la vida.