México toma partido en medio de la guerra comercial entre China y EEUU
El gobierno de Claudia Sheinbaum quiere reducir la dependencia comercial de China, lo que convertiría a México en un obstáculo inesperado para los planes expansionistas del gigante asiático en América Latina
Reducir la dependencia de China pidiendo a fabricantes y empresas tecnológicas que comiencen a producir sus piezas y productos localmente es una primera señal del rumbo que tomará Claudia Sheinbaum en materia económica en su recién asumido período presidencial. Es una movida de piezas que podría cambiar el complejo mapa geopolítico en el que dos potencias como Estados Unidos y el gigante asiático se disputan en liderazgo mundial sin ignorar la importancia de México como nación clave en Latinoamérica para los intereses de los modelos antagónicos que promueven Washington y Pekín.
Sheinbaum busca que los fabricantes de automóviles y semiconductores estadounidenses, así como los gigantes mundiales de los sectores aeroespacial y electrónico, “sustituyan algunos bienes y componentes fabricados en China, Malasia, Vietnam y Taiwán”, dijo a The Wall Street Journal el viceministro mexicano de Comercio, Luis Rosendo Gutiérrez. Esta noticia podría haber pasado por debajo de la mesa si no fuera porque la heredera de Andrés Manuel López Obrador estaría convirtiendo a México en un obstáculo inesperado para los planes expansionistas de China en América Latina.
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El gobierno mexicano no plantea directamente tal objetivo, pero sus acciones abren paso a análisis justificados que apuntan en esa dirección. La idea de colaborar más con Estados Unidos para reducir su dependencia de los suministros chinos, sumado a que compite con el gigante asiático por el mercado manufacturero estadounidense, así lo sugiere. Sorpresivamente, Sheinbaum decide apostar por su vecino del norte en esta guerra comercial.
México superó a China en 2023
Usar el calificativo de “sorpresivo” tiene su explicación en el hecho de que al menos iniciando su mandato, Claudia Sheinbaum no se inclina por Pekín como están haciendo sus pares izquierdistas en la región, concretamente en Bolivia, Honduras, Venezuela y Perú, entre otros. Ella apuesta por el pragmatismo en materia comercial.
Esta postura la heredó de la gestión de López Obrador, ya que el año pasado México superó a China como principal exportador a Estados Unidos. La manufactura impulsó ese crecimiento al representar el 40 % de la economía mexicana, según la multinacional financiera Morgan Stanley. Las importaciones estadounidenses desde México aumentaron en febrero de este año, de acuerdo con datos del Departamento de Comercio. En cambio, las exportaciones chinas a EE. UU. cayeron 20 % en 2023, en comparación con el año anterior. Sin embargo, los lazos con Pekín siguen siendo profundos y con miles de millones de dólares de por medio. Las intenciones de que las empresas produzcan localmente enfrentan sus desafíos.
La puerta trasera de Pekín hacia EEUU
El lazo comercial entre China y México no va a romperse definitivamente. Una de las cosas que remarca César Fragozo, vicepresidente ejecutivo de China Chamber México, grupo industrial binacional, es que una de las alternativas contempladas es que empresas del gigante asiático se establezcan en suelo mexicano “o tengan coinversiones con empresas mexicanas”.
Algo de eso ya existe y genera algunas preocupaciones entre legisladores estadounidenses. Lo llaman “la puerta trasera” de China para entrar al mercado de EE. UU. al crear empresas en México para evitar costos de transporte, sanciones y aranceles más elevados. A esta triangulación se le conoce como nearshoring.
Es decir, México superó a China como principal exportador a Estados Unidos el año pasado, pero detrás de esas estadísticas están los tentáculos de Pekín. Un artículo publicado en mayo por la BBC planteaba cómo el origen chino del capital que está llegando a México “puede ser incómodo para las políticas de algunos países”. Sin embargo, al final, el producto tiene sello local.
La segunda economía de América Latina, solo por detrás de Brasil, reconoce que su dependencia de China es “demasiada”. Los números así lo respaldan, pues le compra al gigante asiático 119.000 millones de dólares por año, pero solo le vende 11.000 millones de dólares.
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