Pablo Casado | Foto EFE

Es bien conocido el planteamiento del polémico teórico político alemán Carl Schmitt, según el cual la distinción específica de la política se establece entre los conceptos de amigo y enemigo. Así como en el campo de la ética la diferencia central existe entre lo bueno y lo malo, y en la estética entre lo bello y lo feo, en la política no podemos orientarnos sin antes tener claro quiénes son nuestros amigos y quiénes nuestros enemigos.

Desde luego, la tesis de Schmitt solo se aplica a ciertos aspectos de la política, y adquiere particular prominencia en tiempos de graves tensiones, convulsiones y enfrentamientos. Hay otras formas de percibir y entender la política, como esfuerzo para construir un orden de convivencia y paz, por ejemplo. Sería, no obstante, una muestra de miopía e ingenuidad desestimar la validez, así sea parcial, de la visión formulada por Schmitt.

Un ejemplo relevante de su importancia se ha puesto de manifiesto hace unos días en España, cuando todo el resto de partidos políticos representados en el Parlamento español votaron en contra de la moción de censura promovida por Vox, la tolda de derecha liderada por Santiago Abascal, una moción dirigida a condenar al gobierno de coalición de izquierda PSOE-Podemos y apuntalado por el separatismo catalán y vasco.

El hecho fundamental de lo ocurrido entonces, repetimos, fue que el Partido Popular, de centro-derecha, se unió a la izquierda y al separatismo para rechazar la moción de censura. A esta realidad concreta se sumó un pronunciamiento feroz, de carácter personal, lleno de lo que se evidenció como un rencor, una rabia, una animadversión largo tiempo contenidas por parte de Pablo Casado, líder de los populares, contra Abascal y Vox. Estos últimos, pensamos, no son enemigos del Partido Popular sino expresión política e ideológica de una parte del electorado de derecha, aunque con posiciones más contundentes. La división genuina es la que se da entre la izquierda española, ahora en el gobierno y orientada a modificar sustancialmente los acuerdos constitucionales vigentes, y una derecha que desea sostener la monarquía constitucional y la unidad nacional en el marco de una democracia liberal.

Casado y el Partido Popular tenían en sus manos la opción de abstenerse, pero en lugar de ello decidieron desviar el foco y confundir a sus reales enemigos, votando junto a un gobierno de izquierda que a todas luces busca ejercer una aplastante hegemonía político-cultural en España, mediante el control del Poder Judicial y los medios de comunicación, debilitando en todo lo posible la monarquía y avanzando, sin prisa pero sin pausa, hacia una restauración republicana y la fragmentación del país.

Buena parte de los medios y comentaristas españoles estigmatizan a Vox como un movimiento “ultra”, de un extremismo inaceptable, aunque dicho partido y su líder se mantienen dentro del marco de los arreglos esenciales del sistema político español. Lo mismo difícilmente podría afirmarse de Pablo Iglesias y su movimiento, Unidas Podemos, a quienes el calificativo de extrema izquierda les viene como anillo al dedo. Pero en una muestra más del dominio ideológico de la izquierda en España, la acusación de radicalismo, “extrema derecha”, y otros por el estilo solo se aplica a Vox, en tanto que Podemos y su líder forman parte del gobierno y se conceden el privilegio de cuestionar en público al Rey, proclamando sus metas socialistas y republicanas desde la propia columna vertebral del Estado.

Resulta obvio que el Partido Popular, que arrastra sobre los hombros el peso de la corrupción de los pasados años, así como el despiste ideológico y político que caracterizó el mandato de Mariano Rajoy, se siente incómodo ante las posturas firmes y carentes de ambigüedades de Vox. Es posible, como señalaron algunos críticos, que Abascal y Vox juzgaron equivocadamente el momento de actuar, y que han debido preservar la moción de censura para más tarde en vista de la caótica gestión del gobierno de izquierda. No obstante, si bien puede admitirse que Vox y Abascal cometieron un error táctico, al menos identificaron con precisión al enemigo. Tal no fue el caso del Partido Popular y su líder. Al colocarse del lado de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, al recibir sus elogios y atacar de modo despiadado a Vox, Casado y el Partido Popular, en nuestra opinión, cometieron un error estratégico de más amplio y largo alcance, que les pasará factura en los tiempos por venir.

La opción de la abstención, propuesta por la diputada del Partido Popular Cayetana Álvarez de Toledo, era una alternativa válida para Casado. La misma pudo haber sido expuesta en el Parlamento de manera equilibrada y a la vez severa, concentrando las críticas sobre un gobierno que está haciendo grave daño a España, y cuestionando a la vez, con el respeto debido, aspectos que lo merezcan en cuanto a Abascal y Vox se refieren. Ahora bien, lo que nos parece inexcusable de parte del Partido Popular es el desacierto estratégico de soslayar la distinción entre amigo y enemigo, de confundir al enemigo verdadero, y de haber hecho todo esto con una agresividad personal y una violencia verbal que han ofendido a una sección importante del electorado de derecha. Eso no se lo perdonarán a Casado jamás.