El presente tema obviará a Trump y su invitación a sus seguidores el 3 de enero de 2020 a manifestarse tres días después, o cuando ofreció luchar contra el supuesto fraude electoral o que detendría el robo de su triunfo. Lo demás es historia, sin demostrar nada, ni evitar que declararan ganador a Biden, finalizando en un desorden más parecido a la entrega de bombonas de gas en El Empedrao.

En Venezuela, cada tanto por cuanto, tenemos la costumbre de señalar que la solución a nuestros problemas es un golpe de Estado clásico, ese mismo que pone a funcionar las tanquetas, los aviones y los fusiles. La gente se enamora del desenlace que nos libera de nuestra responsabilidad al fracasar en conseguir por las buenas lo que otros logran por las malas, nuestro deus ex machina preferido (el equivalente a la caballería que llega al final de la película a resolver el entuerto en el que está metido el héroe). Razones hay de sobra, por ejemplo: los partidos intervenidos terminaron viendo utilizadas sus siglas en beneficio de la revolución, algo así como una marca Corn Flakes de Kellogg’s producida por el socialismo del siglo XXI. Podrán usar sus símbolos, pero todo el mundo sabe que no es de Kellogg’s. Las anteriores elecciones amañadas, controladas, suprimidas, alteradas impiden llamar a un nuevo proceso electoral. Sin respeto a los medios de participación es imposible convocar a una negociación; faltará la paz mientras falten las vías de expresión y los mecanismos de colaboración.

Si a alguien se le ocurriera dar un golpe de Estado o provocar un vacío de poder, tendría que llenar las formas, escribir sus justificaciones y seguir el Manual redactado dizque por la Agencia Central de Inteligencia (CIA), el Manual práctico de Edward Luttwak o Tomando el poder de Naunihal Singh. Los golpistas del 4 de febrero de 1992, siguiendo el librito, intentaron matar a Carlos Andrés Pérez, pero se les escapó. Hay golpes sin violencia, llamados fríos, igual al que dio Nicolás en 2013, ratificó en 2018 y continuó en diciembre de 2020, tomó el control de la institucionalidad con la ayuda del Consejo Nacional Electoral y el Tribunal Supremo de Justicia, al mejor estilo Fujimori en Perú.

En nuestra noble tierra, en 1948, la junta de gobierno, integrada por Carlos Delgado Chalbaud, Marcos Pérez Jiménez y Luis Felipe Llovera Páez, disolvieron en toda la República al partido Acción Democrática, ordenaron la clausura de sus locales y suprimieron sus órganos y sus medios de publicidad y propaganda. Ni en eso Nicolás es original, sigue el librito.

La Asamblea Nacional Constituyente francesa (1789-1791) usó sus autoasignados poderes y atacó al clero católico, eliminó los diezmos, consideró que los bienes de la Iglesia estaban a disposición de la nación y procedieron a venderlos, suprimieron las órdenes religiosas y a la nobleza hereditaria; depuso al rey, el cual, en 1793, fue decapitado. Una revolución que asesine al rey es digna de tal nombre.

Los primeros decretos que los revolucionarios o aspirantes a golpista deben tener redactados versan sobre la eliminación de sus enemigos o de aquellos que puedan convertirse en su oposición. Aunque es el comportamiento esperado, a Carmona Estanga se le criticó que los decretos leídos el 12 de abril de 2002 (así lo da a entender Juan Carlos Zapata en El suicidio del poder en Venezuela) eran una torpeza, y reconocen que son réplica de los decretos de Chávez, es decir, seguían el librito de todo buen golpe de Estado. La injusta persecución a Brewer-Carías por la supuesta redacción de esa normativa –que hubiera sido transcrita sin errores si fueran de su autoría– llevó al jurista venezolano a exiliarse.

Los decretos de Chávez se referían a las siguientes disposiciones: disolución del Congreso Nacional, disolución de asambleas legislativas, disolución de cámaras edilicias, disolución de la Corte Suprema de Justicia y el Consejo de la Judicatura, disolución del Consejo Supremo Electoral, elección de nuevas autoridades municipales por medio de asambleas populares y otros desafueros.

El anterior y el actual gobierno llevaron a cabo todas las medidas mencionadas y se encargó de expulsar a los políticos más conocidos, quedándose la escoria que en esos partidos fracasaron en avanzar o destacarse, y con una escoba barrió a unos hacia la supuesta oposición y a otros los incluyó en la nómina oficial, aunque todos cobran.

La denominada civilización petrolera (Ibsen Martínez) le ha costado resurgir de las cenizas en las que la postró el socialismo del siglo XXI y del black out informativo en el que estamos inmersos. Los alumnos del manual cumplieron sus objetivos, nos toca imaginar la manera de cambiar la situación.

Si tienen dudas de cuál es el talante de quien nos gobierna les aconsejo la lectura de El manual del dictador de Bruce Bueno de Mesquita y Alastair Smith, muy entretenido y muestra que los hijos de Chávez siguen al pie de la letra esta segunda parte del golpe de Estado. Nuestra realidad parece un libro de texto.

@rangelrachadell