lunes, 26 de septiembre de 2022

Me gustan los economistas, pero no los entiendo

 

Me gustan los economistas, pero no los entiendo, por Wilfredo Velásquez

PIB de EEUU se hunde
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Twitter: @wilvelasquez


A veces, cuando me abruma mi ignorancia económica, busco vías de razonamiento que me ayuden a explicarme el carácter errático de nuestra economía.

Cuando oigo decir que somos un país rico, con recursos naturales casi infinitos y de inconmensurable valor, miro a mi alrededor y ante tanta miseria pienso que alguien está mintiendo o que yo no tengo la capacidad para entenderlo.

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Términos como PIB, PIN, ingreso per cápita, déficit fiscal o nacional, deuda pública, inflación, deflación, etc. se me hacen confusos, al punto que he llegado a creer que nuestros gobernantes, víctimas de la misma  ignorancia que me agobia, desecharon la economía por la alquimia.

Creo, por ejemplo, que nuestro producto interno bruto resultó tan «inteligente» que no tiene nada que ver con lo que producimos, sino que depende más de las variables internacionales que de nuestras capacidades productivas. No tenemos producto interno de ningún tipo, puesto que nuestros ingresos dependen casi en su totalidad de los precios internacionales del petróleo.

Últimamente hemos demostrado mayor capacidad para destruir nuestro aparato productivo y desmantelar la industria petrolera que para aumentar la producción.

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Veo a otros países incentivando  la producción de riqueza y descubro que nuestra mayor preocupación de Estado es tratar de redistribuir una riqueza que recibimos sin hacer verdaderos esfuerzos.

Y peor me siento cuando veo a los repartidores de esa riqueza actuando como si fueran los dueños, por el solo hecho de haber sido electos en dudosos procesos electorales.

Los repartidores reparten dádivas que solo sirven para una precaria subsistencia, mientras que ellos se reservan la parte del león, la que termina en paraísos fiscales, convertidos en capitales de inversión que ni siquiera generan impuestos en el territorio nacional.

A lo mejor son cosas mías, producto de mi ignorancia, pero veo que nuestra economía  históricamente no ha cambiado, extraemos, ensacamos, vendemos y gastamos. Antes lo hicimos con el café, el cacao, el caucho, la sarrapia y hasta con las plumas de nuestras garzas.

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Lea también: ¿Por qué siguen subiendo los precios?, por Víctor Álvarez R.

Después lo hicimos con el petróleo, con el hierro, convertimos la electricidad en aluminio para hacer lo mismo, y ahora nos hundimos en el extractivismo más bárbaro, arrasando nuestra biodiversidad para cambiar oro por espejitos que adornan las mansiones de nuestros dirigentes, tanto del gobierno como de la oposición.

Esto de la economía no me entra, intento entender lo del ingreso per cápita y termino imaginándome un país con más de un 80% de «decapitados», un 15 % de afortunados que aún conservan la cabeza y un 5% que, como la Hidra de Lerna, tienen muchas cabezas.

Entiendo en mi alocada fantasía que los decapitados no tienen ingreso per cápita, que los que cargan su cabeza sobre los hombros la ponen al servicio del régimen y que el 5% restante integrado por la serpiente de muchas cabezas tienen el control, el uso y el disfrute del producto interno nacional.

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Realmente no entiendo nada.

Si pienso en la escasez, termino creyendo que es la más abundante, tanto que me imagino que tenemos un superávit de la misma, que por supuesto, conduce mi pensamiento por derroteros que me impiden entender el marasmo del déficit nacional.

En una economía deficitaria abundan los vehículos de lujo, los yates y nos llegan noticias, fake news o verdaderas, no importa, que relatan la existencia de fortunas fantásticas en manos venezolanas.

El déficit fiscal impide brindar servicios de calidad, mientras la economía de puertos exenta de aranceles se fortalece. No entiendo nada, por eso admiro tanto a los economistas que pueden explicarlo tan bonito.

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Explicaba un economista —el de la cara llena de accidentes geográficos y delicados modales— en un alarde de sencillez, buscando desesperado la comprensión de los humildes mortales, que el déficit público se produce cuando se gasta más de lo que ingresa. Yo sigo sus didácticas explicaciones, pero nada…

Decía el economista que el déficit conduce a la deuda pública, pero que va… sigo sin entender. Cuando el petróleo alcanzaba precios históricos nos endeudamos con China y otros para regalarle a Cuba, Nicaragua, Bolivia y hasta a los argentinos. Les sacamos las patas y los bonos  del barro.

Llenamos, como en un brutal derrame petrolero, los tanques de reserva de las islitas del Caribe, buscando apoyos innecesarios.

Nos endeudamos cuando más teníamos.

Lea también: La dictadura de los algoritmos y la libertad sindical, por Humberto Villasmil Prieto

El lenguaje de los economistas es críptico, cabalístico, arameo antiguo y sus fórmulas parecen escritas en lenguaje cuneiforme, al menos para mí. El otro día, armado de valor, enfoqué todas mis neuronas —muy escasas por cierto— en tratar de entender lo del IPC, pues resulta que aunque estemos miserablemente abastecidos por el CLAP no perdemos nuestra condición de consumidores.

Entendí que los «decapitados» —o sea, los que no recibimos nada del ingreso per cápita por no tener más renta que una cesta de productos de mala calidad producidos en el exterior— seguimos  considerados entre el numero de habitantes entre quienes se distribuye el PIN, solo que realmente no nos toca. Sin embargo, como en un juego virtual, lo seguimos recibiendo, pero de embuste. Lo que sí recibimos «realmente» son los bonos, pensiones y jubilaciones, pagados con los billetes del juego de «monopolio» en que han convertido a nuestra economía.

Como una cosa lleva a la otra, me enfrenté a otro inexplicable concepto: el índice de precios al consumidor.

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Cuando el comandante —seguro alguien lo recuerda—, en un alarde retórico dijo que iba a derogar la ley de la oferta y la demanda, nuestros ilustres economistas rieron a mandíbula batiente y, pues, mire… lo hizo. El aforismo marxista de cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades quedó reducido al suministro igualitario, generoso, caritativo y salvador de los productos CLAP, dejando  la demanda sin demanda.

Si como dicen los economistas, el índice de precios al consumidor se establece con base en una cesta de productos y servicios y la suministrada por el gobierno es casi lo único que consume la mayoría de los venezolanos, entonces las variaciones de precios son ínfimas, insignificantes, gracias al subsidio. Entonces, cómo puedo yo entender que la inflación nuestra haya alcanzado límites que rebasan los índices mundiales, poniéndonos como los campeones indiscutibles de la inflación, la desnutrición infantil y, paradójicamente, de la felicidad.

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Si el poder adquisitivo desde hace años está reducido al cero absoluto —o sea, que prácticamente no se puede reducir más—, entonces la inflación no existe. Con el dinero que teníamos hace un año no podíamos comprar nada y ahora tampoco, «luego entonces…» la inflación no existe y yo sigo sin entender los conceptos manejados por los economistas.

Pero hay algunas cosas de las que entiendo algo. Si el socialismo pretende acabar con la explotación del hombre por el hombre —y el salario es la expresión monetaria de esa explotación— es lógico pensar que en esta etapa de construcción del socialismo el salario sea eliminado por la pérdida progresiva de su valor y que la propiedad privada sobre los medios de producción sea reducida al mínimo.

Igual podemos esperar que los sindicatos, como herramienta de lucha por las reivindicaciones laborales, pasen a mejor vida y que lo sindicalistas y los gremios empresariales se retiren y den paso a la nueva sociedad comunal que regirá el desarrollo «endógeno».

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Podemos esperar, con relativa certeza, que las nuevas zonas económicas especiales se abran al capitalismo salvaje con legislación laboral y ambiental relativamente laxas, con ventajas fiscales, libre convertibilidad y sistema bancario diferente al resto del país para lograr que la voracidad capitalista aporte los recursos necesarios para continuar construyendo el socialismo en la región, como nuestra contribución a la formación del nuevo orden económico.

Eso lo entiendo, pero ojalá esté equivocado.

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