El domingo 14 de diciembre de 1947 es el último día de las apariciones en Isla Bouchard*. La multitud reza el Rosario. Son miles. La Virgen está resplandeciente, incluso más que antes. La oración de los niños y de la multitud la hace crecer en belleza.
—Canten el avemaría.
—Señora, aquí tiene unas flores —le muestran un ramo de claveles, otro de rosas y otro de violetas. Jacqueline insiste:
—Béselas.
—Yo las besaré, pero no quiero tomarlas. Llévenselas ustedes.
—Señora, ¿qué hay que hacer para consolar a Nuestro Señor por el dolor que le causan los pecadores?
—Hay que orar y hacer sacrificios. Sigan rezando el Rosario.
Terminado esto, luego de las tres invocaciones, Jacqueline prosiguió:
—Señora, por favor, denos una prueba de su presencia.
—Antes de partir, enviaré un brillante rayo de sol. Dile a la multitud que cante el Magníficat.
—Sí, Señora, lo vamos a cantar.
El sacerdote comienza, la multitud lo sigue. El Rosario continúa.
—Recen por los pecadores.
—Sí, Señora, rezaremos.
—Recen una decena de Rosarios con los brazos en cruz.
Todos los días, el número de Rosarios que Nuestra Señora pidió fue aumentando hasta llegar a cinco. Cincuenta años después, Jacqueline Aubry dirá, con verdadera dulzura en la voz, “¡María me hizo saborear la felicidad del Cielo!”.
Las niñas, seguidas de otras, corren; la Virgen bendice a la asamblea.
—¿Van a construir una gruta?
—Sí, sí, la vamos a construir.
—Oh, María, ¡sin pecado concebida!
Los niños dicen la invocación tres veces más. La Virgen desaparece y hace lo que había anunciado: un fuerte rayo de sol ilumina con una luz extraordinaria el lugar donde habrá que construir la gruta...
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