«Durante la Segunda Guerra Mundial, mi padre fue arrestado por sus actividades en la resistencia. Pasó tres años en campos de concentración en Alemania, así como toda su célula de combatientes de la resistencia, compuesta de diez hombres. Como gran amante de la Virgen, rezaba mucho su Rosario. Su madre, de quien era hijo único, no tenía noticias de él pero, confiando en María, seguía creyendo en su regreso rezando Rosario tras Rosario.
Un día, cuando mi padre estaba exhausto y hambriento como todos sus compañeros de prisión, los hombres de las SS en turno pidieron a los prisioneros que transportaran las piedras de una cantera al lugar donde planeaban construir un edificio. A cada prisionero se le dio una piedra para llevar. Cuando mi padre vio la piedra que le había tocado, se dio cuenta de que había llegado su hora, pues no podía levantarla ni un centímetro de lo grande que era. También sabía que, si no la cargaba, los perros se le echarían encima y los SS acabarían con él como si fuera un animal. Había visto escenas como esa antes.
De pie junto a su piedra, en su angustia, levantó la mirada. Entonces vio una casa muy sencilla en el pueblo y, en su fachada, un pequeño nicho en el que estaba entronizada una estatua de la Virgen. Cuando mi padre vio la estatua, imploró interiormente: "¡María, sálvame!". Al instante, ¡la pesada piedra perdió todo su peso! Mi padre nos decía: “¡Se había vuelto más liviana que un confeti!”. De toda su célula de la resistencia, él fue el único que sobrevivió (¡lo que me permitió ver la luz del día!). No hace falta decir que mi padre ¡nunca dejó de rezar su Rosario todos los días!».
No hay comentarios:
Publicar un comentario