El supuesto “gobierno machista” que curiosamente tiene más mujeres en sus principales puestos
En el marco del 8M, una vez más volvió la cantinela de acusar a Javier Milei de machista y misógino. Sin embargo, la realidad deja en ridículas a las acusadoras (y acusadores).
Ni bien Javier Milei se lanzó a la competencia por la presidencia de Argentina desde el kirchnerismo y la izquierda lanzaron una campaña insólita. Lo acusaron de misógino y de “odiar” a las mujeres. El argumento nunca tuvo demasiado fundamento. Básicamente era el del archivo con acaloradas discusiones con interlocutoras, donde el libertario debatía con la misma intensidad y efusividad que lo hacía con los hombres. Nunca hubo sobre él ninguna sospecha de abuso, violencia de género ni nada que se le parezca. Ni siquiera un comentario despectivo a alguien por su condición de mujer. Situaciones que sí abundan en el universo peronista, plagado de denuncias, con aberrantes hechos como el supuesto homicidio de una chica (cuyo cuerpo habría sido arrojado a los chanchos) y con un expresidente abiertamente machista como Alberto Fernández, que mandaba a las mujeres con las que discutía en las redes sociales a lavar y a cocinar, ya que estaban impedidas de pensar.
Lo curioso es que las acusaciones continuaron apenas Milei arribó a la Casa Rosada. A pesar que lo haya hecho de la mano de una vicepresidente mujer, como Victoria Villarruel y varias ministras de peso. Sandra Pettovello, al frente de Capital Humano, Patricia Bullrich en Seguridad y Diana Mondino en Relaciones Exteriores. Ningún otro presidente había delegado semejantes carteras en funcionarias mujeres.
¿Milei las ha puesto allí porque es feminista? ¿Considera el presidente que las mujeres tienen que tener un “cupo” de representación? No. Están allí por mérito propio, cuestión que no tiene absolutamente nada que ver con su condición de mujer. Mientras que el progresismo actual apela a la necesidad de cupos coercitivos (que en la realidad resultan denigrantes para la mujer), la perspectiva liberal es la del mérito. Los lugares los ocupan los más aptos, sean hombres, mujeres, heterosexuales, gays, creyentes o ateos.
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Justamente, el liberalismo es la concepción filosófica más antagónica a los prejuicios, que son siempre colectivistas. Al juzgar y valorar a las personas por sus cualidades, virtudes y defectos individuales, es muy difícil tener una perspectiva prejuiciosa. Generalmente, las personas que tienes estereotipos sobre un grupo o determinada minoría suelen ser personajes bastante ignorantes, poco viajados, con círculos sociales muy reducidos, monocordes y con poca cultura y vuelo intelectual propio. Se trata de un comportamiento tribal, que el mundo globalizado afortunadamente está dejando atrás.
Claro que para el liberalismo uno debe tener todo el derecho a ser retrógrado (e incluso a “discriminar” en base a su ignorancia), pero lo cierto es que estas personas terminarán siendo repudiadas por las personas más civilizadas, que no querrán vincularse con estos individuos. Apelar a los castigos legales para corregir estos comportamientos (por más rechazo que nos generen) es siempre abrir la “caja de pandora”.
¿Qué tiene ahora con el gobierno en gestión como argumento el feminismo y sus “aliades”? El cuestionamiento que el Poder Ejecutivo le cambió el nombre al salón de las “Mujeres y Diversidades”. Por eso le gritan a Milei “misógino”, lo acusan de odiar a las mujeres y le vuelven a decir “dictador”. Sí, al presidente que más le ha dado espacios de poder y gestión a funcionarias mujeres. No por su genitalidad, biología o autopercepción, sino por sus méritos propios como individuos. O “personas”, que es femenino y termina con “a” para no ofender a nadie.
Es muy probable que, de mantenerse en esta absurda tesitura, estos espacios sigan perdiendo cada vez más representación en la opinión pública.
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