lunes, 31 de marzo de 2014

Extracto del Prólogo de Armando Durán
Este libro es la aproximación biográfica que hace Pastor Heydra de un singular hombre de acción venezolano, Baltasar Ojeda Negretti, alías,  “Comandante Elías”, que se inició en la lucha armada en el frente Guerrillero José Leonardo Chirino, bajo el mando de Douglas Bravo… Narrar la historia legendaria de Ojeda Negretti también le sirve a Pastor, y eso quisiéramos resaltar del libro, para trazar las coordenadas de la época que a ambos les tocó vivir, la de los convulsos años sesenta y setenta, la de los sueños revolucionarios, la de la solidaridad de los gobiernos y movimientos de izquierda con la lucha armada en Venezuela, la de la presencia omnipresente de la revolución cubana, la de los fracasos, las traiciones, la resignación y los actos desesperados. De la mano de Pastor, quien vivió de cerca muchos de los episodios que narra, nos adentramos en la prehistoria de la revolución venezolana, desde la fundación del MIR y la resolución del PCV en su III Congreso, en marzo de 1961, y los recovecos del laberíntico universo de las conspiraciones y las acciones que desde entonces estremecieron a Venezuela durante décadas, desde la participación activa de tropas y gobierno cubano, hasta las aventuras de Tomás Borge, Manuel Pinero, alías Barba Roja, del general Torrijos. Incluso de “Tony” de La Guardia, en muchos sentidos alma gemela del protagonista de este libro, y por supuesto, hasta la pacificación de Venezuela y el conformismo…
Pero además de guiarnos por las complejidades más secretas de ese rompecabezas que ha sido la heterodoxia política venezolana y latinoamericana, este libro de Pastor también nos ayuda a despejar en gran medida el enigma generado por la contradictoria experiencia, todavía en desarrollo, iniciada por Hugo Chávez el 4 de febrero de 1992.
Armando Durán 
Parte I. El secuestro del DC9-50 de Aeropostal 
Cuando pasaron los controles policiales y abordaron el vuelo de la Línea Aeropostal Venezolana que los traería a Caracas, en el momento en que la aeromoza cerró la puerta de la aeronave y ésta comenzaba a carretear la pista, signos inequívocos de que se iniciaba el despegue, sintieron -junto a la sensación de que desafiarían las alturas-, que habían completado la primera fase de la operación de secuestro de la aeronave DC-9-50, siglas YV 33C.
El vuelo salió a la una y media de la tarde en punto. Era el 5 de diciembre de 1980. Partieron del aeródromo, “General en Jefe Santiago Mariño” de la isla de Margarita, y debían arribar, treinta y cinco minutos después al Aeropuerto Internacional de Maiquetía “Simón Bolívar”.
Ya instalados en las butacas asignadas, tranquilos y sin el sudor cargado, pegajoso, salobre, que provoca el sofocante calor isleño, observaron la geografía insular desde el aire. Vieron la laguna de “Las Marites”, plena de verdes manglares que emergían de sus serenas aguas. Al cruzar en sentido noroeste estaba, al fondo, la imponente y hermosa bahía de Juangriego, famosa por sus crespúsculos de ensueño; la laguna y las playas de La Restinga, con sus blanquecinas arenas que han servido de  fuente de inspiración al gran pintor margariteño Ramón Vásquez Brito, quien ha plasmado en el lienzo con un juego prodigioso decolores unas marinas espectaculares; las “Tetas de María Guevara”, un par de montículos que semejan los senos de una linda india de quien dice la leyenda, vino de Cumaná a principios del siglo XVII y anduvo por esos parajes. A la izquierda la encantadora isla de Coche y la enigmática Cubagua. Se divisaba en una sucesión de ventanas mágicas el esplendor de las playas y de la vegetación xerófila de la Península de Macanao. La nave tomó rumbo franco al bullicioso mundo capitalino.
Al dejar atrás la Isla de las Perlas, dominaba la escena el intenso azul claro de un maravilloso día, que chocaba con los del Caribe, plenos de diversas tonalidades. En el paisaje ahora predominaban por los añiles abiertos, el del infinito universo de una sola coloración, sugestiva y fresca; el del mar con sus contrastes que hablaban de sus profundidades y secretos ignotos, y cuyas ondulaciones reflejaban como  espejos los destellos del sol en diferentes gamas, para deleite y tranquilidad de los viajeros.
Transcurridos diez minutos de vuelo se apagó la señal que prohíbe a los pasajeros quitarse el cinturón de seguridad y transitar por el avión, mientras las aeromozas anunciaban un refrigerio. Los hombres al mando del “Comandante Elías” comenzaron a dar el paso siguiente, ubicarse en sitios estratégicos, desde donde procedieron a sacar sus armas y decir a viva voz que habían tomado la aeronave.
Como era de esperarse, esto generó sobresalto y nerviosismo en los pasajeros que, sin posibilidad alguna de escape, estaban dentro del cilindro que cruzaba por los aires; el vuelo llevaba unos cuantos cientos de pies de elevación, y éstas fueron presas de un pánico razonable. Los azules del agua y del espacio infinito, el radiante sol, el bocadillo, el trago de la casa, ya no importaban, sino tan solo alcanzar a saber qué ocurriría, como se desenvolvería tamaño embrollo.
Semejante conmoción, provocó gritos nerviosos de algunos de los pasajeros, aumentando el pánico. Al escuchar los alaridos y lamentos, el piloto se levantó de su puesto y abrió la puerta que comunica con el resto de la aeronave para ver que sucedía a bordo. Este fue el momento exacto, certero, preciso, en que ingresaron, sin resistencia alguna, a la cabina de mando en la que se encontraban el Capitán de la aeronave, Rafael Silva Nicolau y el copiloto, Capitán, Gustavo Gilmond Simosa. Baltasar Ojeda Negretti, el “Comandante Elías”, llevó la voz cantante y le ordenó al Capitán Silva Nicolau que aterrizará en Higuerote transcurridos 25 minutos de vuelo; faltaban unos cinco para llegar al sitio previsto por los comandos revolucionarios. Silva se negó, alegando que era una pista que no reunía las condiciones para poder hacer descender un aparato tan grande como un DC 9-50. Cruzaron opiniones hasta que el Jefe de la Operación, hombre muy decidido,  de escasas palabras, casi monosilábico, cortó la discusión y asiéndolo por su brazo derecho, tajantemente le dijo:
-Capitán, se me para del asiento que este avión, si usted no quiere hacerlo, yo lo aterrizo en Higuerote.
Baltasar Ojeda Negrretti, nació el 4 de octubre de 1944, bajo el signo de Libra, si es que realmente esa figura cabalística incide en la personalidad, pues ¿cuántos millones de personas pueden tener los mismos rasgos, la misma suerte y similar comportamiento? ¿Cómo es eso de que un duodécimo de la humanidad tenga las mismas naturalezas, atributos y deficiencias que le endilgan?
A los nacidos bajo el signo de Libra, se les asocia con la diplomacia y la adaptación. Aparente indiferencia. Tranquilos, suaves y cálidos. Soñadores. Se conectan fácilmente con las gentes. No soportan los maltratos, ni agresiones. Tienen sentido de la estética, el buen gusto y la belleza. Les preocupa su imagen personal y la armonía en su entorno. Son indecisos. Se inclinan por las actividades que les proporcionan placer. Les gusta vivir a costa del esfuerzo de los demás.
Ojeda Negretti había adquirido destrezas en la electrónica, la carpintería y mecánica, en la Escuela Técnica Industrial, ETI, “Luis Caballero Mejías”, en Los Chaguaramos que, para ese entonces, era parte de  la Ciudad Universitaria de la UCV; esas y otras destrezas le fueron muy útiles cuando comandó una guerrilla aislada e inmersa en una serranía, al igual que para otros momentos algo más descansados de su ajetreada vida, como la Cárcel Modelo y Yare, o en ese nuevo rol de carpintero y ebanista desarrollado en una casa taller que tenía en el Litoral central, por Catia La Mar, en 1985 después que logró la libertad. Su pericia en esa materia, narrada por sus amigos, complementaba su decisión a la hora de un combate, cualquiera que este fuera.
Ayudaba a sus camaradas en situaciones económicas difíciles y al financiamiento de algunos movimientos y dirigentes de ese sector. Practicaba escrupulosamente una divisa que nadie sabe de dónde la sacó: “el buen soldado, ni se ofrece, ni se niega”, aunque una muy similar estaba en boga en las Fuerzas Armadas Nacionales.
El “Comandante Elías” le habló al Capitán del DC 9-50 en tono enérgico y sin dubitaciones. Impertérrito, mientras empuñaba una pistola Browning nueve milímetros en su mano derecha. Silva Nicolau trataba de convencerlo que era mejor ir a Cuba, que tenían combustible suficiente para llegar a ese destino sin aprietos, como había ocurrido con otros casos de secuestros aéreos. Él le replicó señalándole que ellos no tenían nada que ver con los cubanos y que debía aterrizar donde le había indicado o se levantaba del asiento de piloto, que él ocuparía.
Tenía  conocimiento de elementos básicos de aviación. Era muy perspicaz y acucioso. Había conversado mucho sobre la materia con uno de los mejores pilotos de DC 9 de la línea aérea Aeropostal que existían en Venezuela, el Capitán Manuel “Pancho” Revenga -hermano de la esposa de su compañero de andanzas Leopoldo Muñoz Otero: “El Perrote”, y de las exmisses de belleza Bella y Linda de la Rosa-, quien le comentó que ese era un aeropuerto perfectamente  adecuado, para aterrizar un DC 9-50. Sin embargo, para despegarlo después del secuestro, debieron sacarle todos los sillones y el peso adicional. Por añadidura “Pancho” le habló de algunos factores esenciales para poder aterrizar y manejar la aeronave, el peso adecuado, las coordenadas y otros aspectos técnicos que, al “Elías” comentárselas al Capitán Silva Nicolau, le permitió inferir a éste que no estaba ante un secuestrador improvisado.
Realmente, el excombatiente sólo sabía pilotear avionetas. Había tomado cursos de aeronavegación, durante su estancia en París en el Aeropuerto de Orly, donde acumuló unas horas de vuelo en esos pequeños halcones, pero no poseía mayor idea de  águilas mecánicas del talante y sofisticación, como ésta de la que se estaban posesionando. 
Una de las figuras míticas del movimiento armado 
Baltasar Ojeda Negretti, el “Comandante Elías”, devino en una de las figuras míticas del movimiento armado de las izquierdas venezolanas surgido a comienzos de los años sesenta. Como tal, un hombre con leyendas y realidades. Su título de comandante no lo obtuvo  en ninguna casa de “los sueños azules”, ni en una cómoda Academia Militar, tampoco se debió a la obediencia institucional, que poco practicó, salvo cuando estuvo de combatiente destacadísimo en el Frente Guerrillero, José Leonardo Chirino, que comandaba Douglas Bravo. El título de “comandante” se lo ganó participando, muy activamente, en una lucha en la cual creía con fe ciega.
Con apenas 21 años de edad le correspondió asumir la jefatura de ese frente guerrillero en las tantas oportunidades cuando la Comandancia se ausentaba para asistir a reuniones en la ciudad. Estaban en medio de una situación particular debido a que  en  el seno del Partido Comunista de Venezuela, se desarrollaba una acalorada discusión sobre el mantenimiento o no de la lucha armada como vía para acceder al poder. En las operaciones que se le encomendaban, era el cabecilla indiscutido de las mismas.
“Elías” formó parte y llego a ser el jefe del denominado destacamento Sur, “Elpidio Padovani”, que operaba parte de Lara y Yaracuy, integrado por unos 50 hombres. Esa posición la ocupó por su peculiar forma de combatir, lo intrépido de muchas de sus acciones caracterizadas por un enorme arrojo, todo lo cual le granjeó el respeto y la admiración de los compañeros que estaban bajo su mando.
Buscaba mantener la ofensiva militar para elevar la moral en alto de sus hombres. Dirigió la operación más importante realizada por ese núcleo como fue la toma del puesto del Ejército del “Paso de Cabure”, en la cual capturaron más de 20 fusiles (FAL), municiones y granadas. Allí tuvo una sola baja, su lugarteniente Miguel Noguera, quien se expuso innecesariamente al fuego de sus enemigos.
Era todo un personaje que vivió y murió entre el peligro. Ni Douglas Bravo, ni los otros Comandantes de Frentes guerrilleros, pueden exhibir un historial de correrías armadas y de éxitos relativos como los del “Comandante Elías”. Sin pecar de exageración alguna, fue uno de los mejores comandos paramilitares que han actuado en Latinoamérica. Hablaba además del español, italiano, francés e inglés, con notable buen acento. Era en esencia un guerrero, un hombre de armas tomar, un autodidacta de la guerra. Le gustaba la música, tocaba saxofón y cuatro; también era un lector avezado, con preferencias por la literatura, la poesía, el arte, la historia, la filosofía y la geografía. Una vez estando en Alemania, iba conduciendo un auto, mientras conversaba con su amigo Oswaldo Barreto sobre la vida del escritor  Thomas Mann, Premio Nobel de Literatura. Paseaban por Lübek, la ciudad natal del muy afamado literato, población que visitaba por primera vez. Su acompañante se sorprendió cuando detuvo el vehículo al frente de una casa. Al menos así me lo dijo, sólo le señaló:
-Aquí vivió un tiempo Thomas Mann, el célebre novelista germano, autor de La montaña mágica, Tristán, el Doctor Fausto y Muerte en Venecia… -un título premonitorio de su hado.
Dicen que fue formado militarmente en Vietnam y en Cuba, que tenía conocimientos de armas y explosivos, artes marciales, navegación aérea y marítima. Y conciencia política -desde su óptica-, sobre sus inquietas actividades.
Lo de Vietnam no pareciera ser real. Pasó un tiempo convaleciente en la isla antillana por un accidente que tuvo en sus actividades guerrilleras cuando le cayó una gruesa rama de un árbol en el sector denominado “El Barrial”, ubicado en el estado Portuguesa que le lesionó de manera delicada y permanente la columna vertebral. 
“Elías” y sus nuevas relaciones en Cuba 
Tiempo después, ya en las montañas de Falcón, se le agravó la dolencia y la dirección del Frente concluyó que ameritaba tratamiento médico adecuado. Tenía una severa afección que lo acompañó durante toda su vida. Fue entonces cuando la comandancia guerrillera coordinó con el ampulosamente llamado a almirantazgo del Partido Comunista de Venezuela (PCV), que jefaturaba Hemmy Croes, su traslado a Cuba. Croes, quien manejaba los pequeños barcos que había adquirido ese partido, dispuso de un buque pesquero, que salió desde el Oriente del país, llegando hasta la occidental Chichiriviche en el estado Falcón. Embarcaron a un contingente de 40 combatientes que se iban a perfeccionar en Cuba, en el manejo de armas y en las técnicas de la guerra de guerrillas.
Al llegar al “Territorio Libre de América” -así instituido en la Primera Declaración de La Habana, realizada en 1960-, “Elías” fue separado de la mayoría de éstos, que fueron a instruirse en una zona, que algunos de ellos creen estaba ubicada cerca de Santiago de Cuba. Fue entonces colocado a las órdenes de los hermanos Patricio y “Tony” De la Guardia, quienes formaban parte del elenco estelar de las Tropas Especiales del Ministerio del Interior. Estos personajes le facilitaron la atención médica que requería, para la lesión en la columna vertebral y una parotiditis que le sobrevino. Su relación con “los jimaguas” -modismo cubano de gemelos- de la Guardia se estrechó, gracias a la amistad que logró con ellos Ramiro Pereira, uno de los combatientes que venía en el barco del “almirantazgo” venezolano, quien se hizo muy amigo de sus familias.
La leyenda dice que la relación de “Elías” con los hermanos De la Guardia se mantuvo hasta 1989, cuando los gemelos fueron enjuiciados por el gobierno revolucionario, resultando “Tony” fusilado y Patricio condenado a 30 años de cárcel; por estar relacionados, directamente, con el también condenado a muerte, General Arnoldo Ochoa Sánchez, Héroe de la República y de la Revolución, acusados del tráfico de estupefacientes con los carteles colombianos de la droga, y de conspirar contra el Estado cubano.
En tierra insular, las andanzas de “Elías” en la lucha armada venezolana eran conocidas por Fidel Castro, Manuel Piñeiro Lozada, el Comandante “Barba Roja”, y miembros del alto mando político y militar cubano, muy posiblemente, por las referencias que de él habían dibujado Luben Petkoff y Gregorio Lunar Márquez, quienes hicieron buenas migas con la jerarquía cubana y con el propio Jefe de la Revolución, en la realización de la Conferencia Tricontinental de La Habana, efectuada del 3 al 15 de enero de 1966, con la asistencia de 483 delegados de organizaciones revolucionarias de 84 países de Asia, África y Latinoamérica, veintisiete de ellas de nuestro continente.
Era de los pocos combatientes latinoamericanos a quien Fidel Castro, al igual que a Luben Petkoff, estimaba con la categoría de comandante. Afirmaban que era el comando ideal, concepto compartido por su Jefe venezolano, el comandante Douglas Bravo, quien, paradójicamente, nunca estuvo en Cuba, ni conoció personalmente a los Castro…

   Fuente: Diario La Hora, 31-3-2014.

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