El incidente es
absolutamente revelador. Entre todos los sucesos sórdidos que han sacudido a
Venezuela en los últimos meses, probablemente sea el que mejor expresa el tipo
de degradación colectiva que viene ocurriendo entre nosotros.
Nada de lo que se
diga será suficiente para calificarlo. Porque ya es abominable y cruel que,
como se ha hecho normal, una horda de venezolanos tome por asalto las
propiedades de quien acaba de sufrir un accidente en la vía pública. Pero que
el enjambre de motorizados autores del saqueo de la gandola cargada de carne
colombiana, el pasado viernes 29 de septiembre, lo hayan hecho saltando sobre
el techo de la cabina donde agonizaba su chofer, y al hacerlo hayan terminado
de causarle la muerte por asfixia mecánica es algo que no tiene perdón de Dios.
Ni del diablo.
Los videos
disponibles en las web, las fotografías, los testimonios de los testigos, más
las crónicas de los periodistas que cubrieron el hecho retratan el trasfondo
macabro –la mengua de la condición humana– oculto en las nuevas formas de
vandalismo que por todas partes nos asedian. La gandola choca y queda atorada
bajo un puente de Los Ruices, Caracas. El contenedor se rompe y las cajas de
carne congelada quedan al descubierto. Los motorizados que circulan por la zona
como hormigas comienzan a rodear el vehículo hasta que alguno grita: “¡Vamos a
saquear esta vaina!”.
Entonces comienza el
trágico festín. Los más desesperados escalan por el motor del voluminoso
vehículo hasta la cabina de manejo desde donde forcejean para apoderase de las
cajas de carne congelada. El techo cede y el chofer que yace inconsciente en el
asiento termina de morir literalmente pisoteado por los saqueadores.
La policía, por fin,
entra en escena y trata de impedir que el saqueo continúe. Es cuando empieza lo
peor, lo más elocuente de lo que nos está ocurriendo. Los doscientos o más
motorizados que saquean se sienten “irrespetados” por los funcionarios que les
impiden terminar su asalto y comienza un enfrentamiento a pedradas que se
extiende por largos minutos.
Al final se controla
la situación y entonces, como despedida, para redondear la hazaña, algunos de
los motorizados comienzan a atracar uno por uno los vehículos que se hallan
detenidos por el inmenso trancón que se ha formado. Luego se van felices
exhibiendo sus trofeos: cajas de carne, celulares, iPads, carteras, lentes y
hasta las sillas portátiles de los bebés. Se van. Como los bandidos de los
western, algunos sacan sus revólveres y disparan al aire en señal de retiro
triunfal.
Sostengo que es un
suceso revelador de la situación actual venezolana porque nada de lo que ocurre
es fortuito. Cuatro grandes males del presente se han reunido. Primero, el
desabastecimiento. Porque la gandola había salido dos días antes de Bucaramanga
camino de Puerto Ordaz a llevar la carne que antes producíamos y ahora, luego
del acoso rojo a los productores, tenemos que importar. Segundo, el colapso
vial de Caracas. Porque es absurdo que un vehículo de carga que va hacia
Oriente tenga que atravesar por el centro de la capital sólo porque este
gobierno ni los anteriores no construyeron la vía alterna necesaria para que el
tráfico pesado no entre a la ciudad.
Tercero, la pérdida
absoluta de autoridad y respeto de nuestras fuerzas policiales y militares cada
vez más deslegitimadas por su inoperancia y por su participación directa en
hechos delictivos, incluido el narcotráfico a gran escala. Y, cuarta, la más
preocupante, el quiebre creciente del respeto a las normas, la pérdida
colectiva de los límites entre lo legal y lo delictivo, y la devaluación del
sagrado valor de la vida humana que ha colocado a Caracas en el triste lugar de
la tercera ciudad más peligrosa del mundo.
Creíamos que el
“socialismo del siglo XXI” no había sido capaz de crear el hombre nuevo. Pero
no es cierto. El hombre nuevo existe. Es una bestia de rapiña. Se venía
formando desde antes. El chavismo lo doctoró.
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