viernes, 25 de septiembre de 2015

Cine mudo: Keaton y Chaplin

Cine mudo: Keaton y Chaplin

(The General & The Kid)
Dentro de la historia del cine, es difícil pensar en un par de genios de la talla de Charles Chaplin o Buster Keaton. Con sus particulares estilos de hacer comedia, en un mundo donde los sonidos y colores todavía tardarían en llegar, lograron resaltar y hacerse un nombre por sus innovaciones dentro del mundo del espectáculo. Chaplin utilizaba su rostro, su cuerpo, cada músculo y movimiento para resaltar su estado de ánimo. Keaton, en cambio, era una pared: inmóvil, inalterable, su fría mirada parecía no alterarse con nada a su alrededor.
A Chaplin le gustaba improvisar, y desarrollaba las acciones de sus películas a medida que estas se iban rodando. Sin guion previo, memorizaba todo el argumento. Su mente funcionaba como una suerte de storyboard (elemento que luego introduciría Hitchcock, aunque todavía faltara para eso), por lo que a veces pasaba semanas pensando en cómo desarrollar una escena en la que se quedaba estancado. Keaton, en cambio, es el polo opuesto. Perfeccionista y minucioso, sus sencillas acciones sobre la pantalla son todo menos eso. La planificación exhaustiva caracterizaba sus producciones, las cuales realizaba sin doblaje, sin importar el peligro. Con fama de aguantar golpes desde pequeño (venía de una familia de acróbatas), Keaton no dudaba dos veces en inmiscuirse en cualquier peligro: durante el rodaje de El maquinista de La General se produjo un incendio y Keaton, despojándose de sus pantalones y en calzoncillos apagó las llamas. Su talento nato como acróbata lo ayudaba en las acciones que realizaba en el set. Todos los elementos eran manipulados fácilmente. Chaplin, en cambio, se manipulaba a sí mismo: la mímica como elemento generador de comedia.
Chaplin sabía que necesitaba independizarse de las grandes productoras para poder exprimir al máximo sus ideas y desarrollar su genio. En 1919 fundó su propia productora, donde podía ser actor, director, compositor, productor y distribuidor. Aunque consciente de los cambios del cine y del tiempo en que vivía, tardó en cambiarse al cine sonoro. Keaton nunca se independizó de las productoras, y su paso a la Metro Golden Mayer supuso el error más grande de su carrera artística. Sin voz ni voto, Buster acabó alcoholizado, pobre y deprimido, ganándose la vida creando gags para los hermanos Marx y otros comediantes de la época.
Buster Keaton siempre tuvo una pasión por los trenes. No es de extrañar que a la primera oportunidad pudo plasmar dicha pasión en la pantalla y hacer una obra maestra, en la que además, es una comedia en la que no sonríe ni una sola vez durante sus 74 minutos de duración.
Keaton contaba con un gran presupuesto para la época, por lo que pudo utilizar tres trenes auténticos en la filmación. La historia se basaba en hechos reales. Durante la guerra civil norteamericana habían robado dicho tren (La General), por lo que la historia se había vuelto muy conocida para aquel momento. De esta forma Buster se transforma en un antihéroe torpe y despistado, que se enfrenta solo ante el ejército de la Unión para recuperar el tren robado y, por supuesto, a su chica. Sus ojos enormes y su cara tiesa como escultura de cerámica contrastan con la verosimilitud y el realismo con el que Keaton se obsesionaba. Consiguió construir una réplica de la auténtica máquina robada, y logró hacer que funcionara con leña. En su búsqueda de perfeccionamiento logró aprender a conducir dicha réplica. Saltaba de techo en techo entre los vagones mientras la alimentaba con más madera. Sus oxidados engranajes crujían y más de una vez provocó un incendio, como ya mencioné anteriormente.
Los camarógrafos tenían la ordenanza de rodar hasta que él gritara la orden de corte, o hasta que muriera, lo que sucediera primero. Esta necesidad de no buscar a un doble era muy arriesgada. Puede verse perfectamente en la escena donde el maquinista, que ha sido rechazado por su amada, no logra percatarse que el tren arranca con él sentado sobre uno de los engranajes.
Obviamente podemos descifrar que el personaje encarado por Keaton (un hombre amable, decidido, de enormes ojos e impasible) es uno de los pilares de la película, pero su aporte no se limitaba a la actuación. Keaton trabajaba todo el tiempo, reescribiendo y probando gags una y otra vez hasta que quedaran perfectos. Logró trascender la simple sucesión de episodios humorísticos y logró formar un eslabón más complejo. A diferencia de muchas de las comedias de la época, en El Maquinista podemos notar que las acciones de humor se van enlazando unas con otras, consiguiendo que cada situación derivara en la siguiente de una forma fluida y armoniosa. La maquinaria que ideó para su comedia funcionaba con la misma perfección como la de los trenes que tanto le gustaban. Entonces nos damos cuenta que en la película cohabitan dos estructuras paralelas que se han ido edificando bajo la misma premisa: la primera mitad vendría siendo la ida, él como un perseguidor. La segunda parte se manifiesta en la persecución que le hacen ahora a él. Todo envuelto en una trama frenética que no deja sin acción a nadie. Hasta la dama aprovecha ciertos momentos de la película para poder pasar la escoba, como si nada.
El Slapstick es “un subgénero de la comedia que se caracteriza por presentar acciones exageradas de violencia física que no derivan en consecuencias reales de dolor.” (Mary Ann Rishel. 2002). En El Maquinista dicho slapstick cobra sentido como motor fundamental de las acciones. Por eso podemos ver que el personaje, aunque sea dulce, jamás se torna sentimental. Hay una presencia de un humor agridulce, y al final notamos que el mensaje de la película trata de un tema más bien serio: el hombre que persigue a toda costa su felicidad, el amor a su oficio, sin ninguna clase de patriotismo de por medio.
Y aunque Keaton amaba los trenes, el amor que sentía por ellos era menor al de hacer cine. Filmó como caía un verdadero tren desde un puente en llamas en una escena carísima y que sólo podía rodarse una vez. Al igual que esa imagen, la película también se perdió en el olvido. Una gran parte de la audiencia consideraba que hacer humor con su guerra civil era una auténtica blasfemia.
Charles Chaplin siempre ha sido considerado como un genio del cine, como uno de los pilares de la historia cinematográfica. La imagen de Charlot, el vagabundo, que todos tenemos en la cabeza apenas pronunciamos su apellido, apareció por primera vez en 1914. El vagabundo que camina como ganso, que hace gestos inconfundibles a la pantalla, que rompe (escasas veces, a diferencia de Keaton) la cuarta pared para buscar cierta camaradería con el espectador, vestido con pantalones grandes, zapatos de payaso, sombrero de bombín y su inseparable bastón. Dicho bastón, símbolo de la realeza, de la elegancia, de las clases altas, contrastaba de inmediato con la dura vida de los personajes que encarnaba. Pobres, tramposos, pero siempre divertidos; luego se nos mostraban sabios. Su personaje, desde 1914, se mantuvo igual: su presencia atravesaba el mundo de la película, perturbando todo lo que le atravesara en el camino, pero siempre siendo él mismo.
En El chico, Chaplin se atrevió a contar una película donde podía combinar la comedia con toques de tragedia. El chico está plagada con referencias autobiográficas, como la infancia de abandono o cuando vagaba por las calles en busca de comida. Así pues desarrolla una película sobre la vida en los callejones y en los tugurios de las grandes ciudades. En uno de esos callejones, en cualquier basurero, es abandonado un niño a merced de los azares del destino. Un bebé abandonado por su madre, víctima de la desesperación y de las casualidades más absurdas dignas del género. La madre se arrepiente pero para ese entonces el destino ya ha jugado sus cartas y el niño ha caído en manos de Charlot. El vagabundo en un principio se resiste a recibirlo. Tras una secuencia de escenas y de gags clásicos, no le queda de otra más que quedarse con el pequeño, que termina sorbiendo vorazmente su biberón en la casa del vagabundo donde se ha instalado. Ahí vemos como Charlot se las ha ingeniado para convivir con el bebé, creando complejas máquinas o alterando muchas otras para poder sobrevivir con relativa comodidad. En esta escena, en contraposición con la del bebé abandonado en la basura, podemos ver fácilmente que la vida es más fuerte que la muerte.
El tiempo en la historia va pasando, y vemos al chico que ha crecido. Ahora es un niño, y la tragedia ha quedado atrás con el paso de los años. La unión entre Charlot y el niño conforman una pareja hilarante de vividores. Uno como joven aprendiz de vagabundo, que ayuda y asiste a su mentor Charlot en todos los aspectos de su vida llena de trampas e inocencias. Son el uno para el otro.
En la película Chaplin no solo actúa, sino que también desempeña as funciones de guionista, director y productor. Habiendo encontrado en la figura del niño a un actor verdaderamente “chaplinesco”, decide cederle la actuación permitiendo que se vuelva el verdadero protagonista de la historia. Podemos ver el talento actoral del chico, que tanto atrapaba a Chaplin, en la escena que es arrebatado de la casucha de su padre adoptivo. Lucha, patalea como si en verdad estuviésemos viendo aquella acción en cualquier barrio pobre de la ciudad. Cuando se va llorando, suplicante, en la parte de atrás del camión del servicio social, se nos hace un nudo en la garganta. Queremos que se quede con el vagabundo. Queremos, aunque suene extraño, que el niño siga en la pobreza y que nunca regrese con su madre.
Una de las escenas más interesantes de El Chico transcurre durante el sueño de Charlot. En dicho sueño hay unas secuencias que nos hacen recordar a Méliès y sus efectos especiales. Charlot cae dormido, triste en la puerta de su casa. Sueña con un angelical desfile de todos sus vecinos, convertidos en seres celestiales con alas emplumadas y túnicas blancas. Él mismo también es un ángel. Vuela libre y haciendo piruetas mientras recibe guiños de una maliciosa angelita. Al igual que podemos ver en las películas de Méliès, entre los ángeles “buenos” rondan demonios vestidos de negro. “Malos” que susurran al oído de los seres angelicales en modo tentador.
Al final de la película los círculos terminan de cerrarse y vuelve a aparecer la madre del chico. La mujer ahora es rica, sensible y poderosa. Ha triunfado como actriz, y hace obras de caridad en los callejones donde su mismo hijo fue abandonado años atrás. Se encuentra con el chico y es hora de reescribir el pasado. Sin duda una historia modélica y esperanzadora, bastante alejada de la realidad que muchos chicos de la calle siguen viviendo hasta hoy en día.
Si bien ambos personajes fueron increíbles dentro de la historia del cine, y aportaron distintas mecánicas sobre cómo hacer gags cómicos o contar historias de comedia, hay que tener claro que sus circunstancias eran diferentes. Chaplin pudo tener su productora, y mucho apoyo financiero debido a su descendencia judía. Keaton fue destruido por las corporaciones, a pesar de tener un personaje y quizás historias más actuales que las de Chaplin. Pero, a pesar de esto, tanto la exacerbación de los gestos de Chaplin, como la inmutabilidad del rostro de Keaton  han quedado plasmados en nuestra memoria.

Películas:
-              The Kid (El Chico), Charles Chaplin, 1921
-              The General (El maquinista de La General), Buster Keaton, 1926

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