Una colonia de esclavos
Lamentablemente, no hay exageración al afirmar que el propósito real de la llamada “revolución” es transmutar a Venezuela en una colonia de esclavos. Y en una gran medida ese propósito ha sido satisfecho. En primer lugar, ¿qué es una colonia? Un país sometido a la dominación de una camarilla depredadora que obedece las órdenes de unos tiranos foráneos, es una colonia por donde se le mire. Y ese es el caso de Venezuela bajo el dominio de la hegemonía roja, a su vez regida desde Cuba por los hermanos Castro Ruz.
¿Y qué son los esclavos? Son personas que carecen de libertad por estar sometidas al dominio de otros. Mientras más despótico se hace el poder establecido, menos libertades existen para los habitantes de la nación despotizada, y más restricciones y sujeciones se les imponen en lo político, civil, económico y social. Sí, el objetivo de someter a la nación venezolana a los dictados e imposiciones de la hegemonía bolivarista es algo público, notorio y comunicacional. Y de eso se trata la máxima dependencia posible o, dicho de otro modo, la esclavitud colectiva.
Este proceso no ocurrió de la noche a la mañana, ni sus instigadores así lo pretendieron. Al contrario. Tenía que darse poco a poco. De esa forma el montaje del proyecto de dominación podía hacerse relativamente potable. Y con muchos petrodólares y con una propaganda muy persuasiva, todavía más. El truco del asunto, por así decirlo, es que la colonia de esclavos no pareciera una colonia de esclavos. Que la dictadura fuera una neodictadura, o sea, una dictadura disfrazada de democracia. Y que la opresión nacional se presentara como una liberación social. Osado todo, sin duda.
Gran parte de la población venezolana aceptó e incluso se entusiasmó con la “narrativa” seudorrevolucionaria, además mercadeada con una porción de los grandes caudales de la bonanza petrolera. Aunque la parte del león de esos caudales fue para el latrocinio de la camarilla y sus patronos exógenos, se tuvo el cuidado de repartir con masiva publicidad, alimentándose las expectativas de consumo, y creándose percepciones de cierto bienestar, siempre atadas o sujetas –esclavizadas– a la partisanía del poder. Hoy en día, entrando Venezuela en terrenos de crisis humanitaria, la jefatura de la colonia no hace sino tratar de evocar esas percepciones, personalizándolas, además, en la figura del predecesor. Un personaje muy habilidoso para la manipulación de masas y de élites.
En diversos aspectos, nuestro país se asemeja a una inmensa jaula, bien aherrojada por los mecanismos despóticos del poder, pero al mismo tiempo con una mayoría creciente de la población que rechaza la situación de extrema precariedad socio-económica, y se muestra de acuerdo con que se den cambios políticos que ayuden a salir de la megacrisis. Hay una gran inconformidad, pero también confusión y temor. Y es que una de las claves de la hegemonía despótica es simplemente demostrar que es capaz de cualquier atropello o atentado con tal de preservar sus privilegios. Eso se sabe y eso pesa.
Venezuela tiene que ser liberada. Y tiene que serlo por sí misma. Su destino, desde luego, no es seguir siendo una colonia de mafias depredadoras. Ni tampoco es el destino de su gente, el sometimiento o la esclavitud a esos habilidosos asaltantes de la república. ¿Es posible abrir la jaula colonial y esclavizadora? Claro que es posible. Pero además es indispensable. Los caminos están en la Constitución formalmente vigente. Las grandes necesidades del presente, lo exigen. La aspiración de que Venezuela recupere su viabilidad como nación independiente, lo exige. El derecho del pueblo venezolano a tener una vida digna y humana, lo exige.
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