Los pueblos castigan
El pueblo de Venezuela se expresó claramente el pasado domingo. No fue un voto irracional, pero sí cargado de mucha indignación. No fue conducido por la amargura, tampoco por la revancha, menos por sentimientos vengativos. Lo que privó fue el hartazgo de las mentiras, de las imposturas, de la patanería y de los abusos. Habló un pueblo agobiado por la tragedia que lo ha sitiado en estos últimos años, y que van desde la voltereta de la ley natural la cual indica que los hijos entierren a sus padres, a ver ahora la contranatura de los abuelos sepultando a sus nietos.
La paradoja de un país con abundantes recursos, con sus familias sometidas a las penurias de las colas, mientras por su costado se desplazan los “acorazados del régimen” derrochando poder para cometer desafueros y pavoneándose con riquezas extravagantes. De eso se hastió la gente. Y de esas cosas del pasado tenemos que aprender, vernos en ese espejo para no reciclar los errores ni tampoco reincidir en esos “saltos hacia el vacío”, cuando se promete conducir al pueblo al “mar de la felicidad” contando con la brújula que manipulan los líderes mesiánicos quienes tienen, además, esos “mapas mentales” apegados a anacronismos desencajados de las nuevas realidades.
La crisis que apenas muestra un piquito de su descomunal tamaño es, por encima de todo, institucional y moral. La ingobernabilidad está a la vista, como el que siembra maíz y no puede esperar que afloren tomates en los surcos. La ciudadanía que votó por la alternativa unitaria lo hizo porque busca un espacio grande donde quepamos todos, aunque tengamos que arrimarnos, cediendo terreno, para facilitar el reacomodo de todos los contrastes que amenazan con atomizar la atmósfera nacional.
Esta victoria sobrevivirá si consolidamos la unidad. Estaremos en capacidad de conjurar esta inmensa crisis si actuamos con sentido de grandeza, presupuesto vital para reconciliar al país. La ciudadanía no quiere vernos arrogantes, ni guapetones capaces de insultar y de “chapear” para atropellar, pero ineptos al momento de resolver sus necesidades básicas. La gente supone que eligió a ciudadanos decentes que sabrán desempeñar sus papeles de parlamentarios. Y la decencia indica que no es menester burlarse del vencido, ni gritarle ni golpear al adversario.
La gente votó contra ese espectáculo indecoroso que se monta a diario en los medios de comunicación en manos gubernamentales, desde donde se veja y se calumnia con pasmosa impunidad. Seamos diferentes. Eso significa ser auténtico, desprendido, tener voluntad de servir a un país que hay que levantar de la ruina, y para ello nos necesitamos todos.
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