¿Socialismo tanatocrático?
¿Quién se iba a imaginar esto; Venezuela convertida en un inmenso tanatorio, en una morgue de dimensiones babilónicas? Porque, a decir verdad, el país es una colosal máquina de engendrar muerte. La muerte, para el rector de Friburgo, her Heidegger, se refugiaba en “lo enigmático”, pero en Venezuela se refugia en la crasa superficie de la vida; ¿qué digo?, mejor dicho, en la no vida en que el socialismo ha ido convirtiendo este inmensurable basurero de vísceras y osamentas agujereadas por balas y chuzos que se adueñan y enseñorean por doquier de toda la vida nacional.
Hace apenas un año y medio expertos sociólogos y criminólogos con sólidos conocimientos estadigráficos señalaban con angustiante preocupación que en Venezuela había más de 5 millones de armas en poder de la población y que ello representaba un peligrosísimo vector que alentaba potenciales homicidios, crímenes y asesinatos dada la campante impunidad creciente que rige la vida de la nación en todos sus órdenes sociales y culturales. Una vomitiva curva demográfica de la muerte se ha venido instalando en la vapuleada y maltrecha sensibilidad de nuestros connacionales a la luz de la estupefacta mirada del resto de los países del hemisferio latinoamericano. En la Venezuela bolivariana y socialista el hampa gobernante se carga con su guadaña abominable más vidas que la guerra implacable en el corredor geográfico de los territorios bajo asedio del Estado Islámico y el espanto terrorista impuesto por Hamas, Hezbolá y los grupos filotanáticos del ISIS y la guerrilla fanática del talibán afgano.
A diario las infinidades de calles, avenidas, caseríos y villorrios que conforman la geografía venezolana amanecen ahogadas en sangre inocente por efectos de la “maldición bolivariana” que se ha entronizado entre los habitantes de estos novecientos y pico mil kilómetros con hedor a muerte que una vez se ufanó de ostentar los más bajos índices de criminalidad en todo el continente. La nauseabunda imagen de las medicaturas forenses venezolanas rebosante de cadáveres ya no solo los fines de semana sino todos los días de la semana y del mes y del año recorre los más insospechados escondrijos ámbitos de nuestra psique enferma de horror. Una especie de rechazo por exceso se va sembrando en el espíritu nacional
Y va colonizando nuestros precarios escrúpulos como nación donde no nace otra planta que la de la muerte violenta y trágica. Ya casi nadie muere de muerte natural en este país; es raro ver que un conciudadano fallezca como Dios manda, todos o casi todos mueren de mengua en hospitales infectados y sin insumos y destartalados por la desidia y el desinterés de la clase política gobernante que hasta hace muy poco se dio el tupé de crear un tristemente célebre “ministerio del poder popular para la suprema felicidad”. Triste y bochornosa felicidad la que le trajo el socialismo a los venezolanos; famélicos “compatriotas” cayéndose a golpes y cuchillo limpio en una cola kilométrica por un kilo de arroz o una paquete de harina. Ancianos infartados a escasos metros de llegar al final de la cola por una crisis hipertensiva que le hizo estallar su maltrecho corazón, el mismo corazón cebado por la inquina de 17 años de migajas y burusas lanzadas a los millones de desdentados y harapientos y mal vestidos que creyeron en esa estafa histórica que unos y otros denominaron “revolución bolivariana”. La muerte, esa tétrica puta socialista que lincha y degüella al anónimo ciudadano que aún osa salir a la calle los días de semana a exponerse al evidente peligro de su hoja afilada o del proyectil infame, se convirtió en el pan amargo y ácido nuestro de cada día en esta república de hombres tristes y derrotados por la desesperanza. La muerte que espera a nuestros hijos a las puertas del colegio para apuñalearlos o descerrajarle un tiro para despojarlos de una tableta o un teléfono. La muerte que acecha a los osados enamorados en los parques y jardines desvencijados y malolientes de la ciudad derruida por el desamparo. La muerte que aguarda a la salida de un cine para despojar al atrevido cinéfilo que desafió a los ángeles caídos del Satán socialista-revolucionario. La muerte que espera babeante su turno en el semáforo para desalojar del volante al conductor en nombre de la distribución del terror y el espanto por la base de la pirámide social a punto de derrumbe por los efectos deletéreos de la venganza y el odio social inoculado por la propaganda nacional bolivaresca. La muerte, la misma que viste de tules rojos carmesíes y promete no dejar piedra sobre piedra en este erial reseco que va dejando los restos de vida que nos quedan a quienes aún nos negamos a arrear las banderas del vivir.
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