Pana, el proyecto
Diálogo dice el papa, para esta Venezuela rota y casi sin esperanza. Ya antes nos ha dicho que la esperanza es sufrida, que duele tanto como el dolor, pero acaso menos que el sarcasmo que banaliza el mal, blandido en defensa del poco ánimo disponible para una cotidianidad que cada día se torna más agobiante, negados a aceptar el dolor, pero dispuestos a hacernos tatuar la piel.
Al padre Arturo Peraza, provincial de la Compañía de Jesús, el otro día lo leí en una entrevista hablando desde cierto escepticismo, para darle forma a esa idea: “Lo primero que necesitamos transmitirles a los venezolanos es una esperanza fundamentada, no una esperanza estúpida. Poder decirle a la gente que hay razones para creer que, efectivamente, sí podemos forjar y tener el país que nos merecemos, aunque esto signifique que tengamos que pasar por momentos muy complicados y duros, y que no hay razones para pensar que no podemos lograrlo. Una esperanza tonta sería no hacerle justicia a la dura realidad que vivimos, y decirle a la gente que esto se acaba simplemente sacando a fulano y poniendo a zutano. Entonces, no estaríamos dándonos cuenta de la verdadera crisis, que es una crisis de la sociedad, que tiene sus causas estructurales y que no es, simplemente, una crisis de gobierno”.
Claro, hay tonterías mayores, como la religión vuelta “el último alarido de la moda” entre marketeros políticos y clientes de habilidosa pragmática. Vi agua bendita con nombre de alcalde y una crucifixión de la escuela flamenca con un emblema aurinegro que no era el del Deportivo Táchira. Los mismos que antaño decían que había que esperar a 2019, hoy son los que quieren revocar de inmediato; los que ayer decían que esto no era una dictadura, que a lo sumo era un mal gobierno, hoy aspiran a declarar el Estado fallido. Los que ayer satanizaron la salida y cooptaron las posibilidades de protesta de sectores independientes, hoy no saben hacer otro tipo de política que el asistencialismo desde sus buenos gobiernos, ¿no pueden hacer pedagogía política, entonces, para que haya acción voluntaria –ciudadana– por el bien común, o es esta idea acaso demasiado subversiva? Los que ayer criticaban la poca consistencia de la oposición en la AN, que quizás estaría viendo cómo mediar el conflicto de poderes, hoy aplauden la persistencia de las banderas de una agenda legislativa que en su oportunidad se dijo tendía a confundir lo urgente con lo importante, o a desdecir la alarma de los dolientes por la conquista sobre la voluntad enardecida del derrotado.
Por el costado del proceso la cosa no es mejor: ¿acaso ser chavista no madurista no implica reconocer que Chávez está muerto y que su legado es de esas cosas que no se nombran en público a gusto? ¿Acaso entre propaganda y la consabida monserga de la guerra económica no se cuela la sospecha de que la teoría del lumpen puede ser una trampa, y de que de tanto invocar la Guerra Federal, cambiamos charreteras y caudillos, por carros, pranes, trenes y pakistanes? ¿Los militares están dispuestos a asumir el riesgo de esperar a que Pandora abra la caja?
¿Diálogo? Peraza no puede evitar decir la realidad que ve: “Si me lo hubieras preguntado hace algunos meses, yo hubiera insistido en el tema del diálogo… pero en este momento lo más pertinente sería ponernos a la cabeza de la ayuda humanitaria, por las condiciones tan graves en las que estamos”.
Por eso, ¿no hay nadie del statu quo que quiera dialogar? Los dolientes tendrán que buscarse nuevos interlocutores. ¿Nadie quiere ayudar a organizar a la gente y acompañar la protesta? Los dolientes tendrán que hacer bulto y mostrar su músculo, generando convicciones a punta de solidaridad. ¿Nadie es capaz de formular un proyecto histórico con el cual refundar este Estado fallido? Los dolientes tendrán que buscar entre gente que sepa –y quiera– alguna mano solidaria que los ayude con el trabajo de la esperanza, para retomar la senda del futuro.
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