domingo, 1 de mayo de 2016

Obligados a la esperanza

Obligados a la esperanza

La pregunta es recurrente y no tiene demasiadas variantes: ¿Cómo pienses tú que todo esto va a terminar? Pregunta hecha por mis amistades más cercanas en el trabajo y por organizaciones muy diversas; o por la gente de mi Vicaría en la zona del Observatorio, arriba del “23 de Enero en Catia”. Todo apunta a un deseo de descifrar el futuro con la gran esperanza de salir de este “rollo” que todos percibimos. Sea con motivo del enorme problema de la  falta de comida, sea el  drama de la escasez de  medicamentos, sea la violencia  inagotable, sea por la falta inoportuna de electricidad y agua o  cualquier  otro motivo que les parezca importante.
Hasta los periodistas que me llaman con alguna regularidad, desde sus programas radiales de Francia u Holanda, no dejan de solicitarme signos de los posibles cambios institucionales: “¿Ves alguna luz segura en este panorama tan enredado?” Esperan una repuesta institucional de mayor impacto: desde la Asamblea Nacional la solicitud de renuncia de Maduro; la solución a través de un Referéndum Revocatorio, hasta quizás un Golpe de Estado (¡por Dios!), o una Sublevación de la población (¡por todos los Santos!), o un Acuerdo Mancomunado entre los líderes más clarividentes.
 A todos contesto con mucha inseguridad en mi voz, pues no sé cómo todo esto va a cambiar. Los intereses que están en juego son tan poderosos y complejos; la variedad de los problemas abarcando todos los elementos de nuestra sociedad y convivencia, así que nadie -así me parece-puede tranquilamente pontificar el camino seguro que solucione lo planteado. Todos son tanteos, muchos de buena gana, parcialmente argumentados, pero se quedan más bien en deseos y no tan claramente en soluciones reales, tomando en cuenta la ceguera reinante y el deseo de sabotear cualquier  avance institucional. Y, mientras tanto, el sufrimiento real de miles de gentes se queda detrás, inscrito en el libro de los olvidos.
Para la gente común el problema central es la escasez de  comida; para los comerciantes el control de precios; para los industriales  las importaciones, para las familias con enfermos  los medicamentos,  para los promotores sociales la división fatal creada y mantenida a lo largo de los años.
Pero nadie sabía cuándo iba caer el muro de Berlín, hasta que un  día  inesperadamente, pasó. Nadie pudo imaginar cuándo caería la Unión Soviética, y terminaría el terror de las “gulags”. Hasta en la termodinámica se conoce el ejemplo de la mariposa que, con  su aleteo débil, define el camino de las tormentas con todas sus consecuencias. La mayoría de los hechos sociales no se dan de manera  mecánica ni programada, sino circunstancialmente y en el momento menos esperado.
Así que  estamos obligados a la esperanza como dice el título de este escrito. La esperanza es la seguridad de que  la situación puede cambiar y cambiará en el momento debido. Por dónde vendrá con seguridad, no lo sabemos, pero seguro que desde  las miles de iniciativas que existen y siguen surgiendo en todas las capas de la sociedad. ¿Será de una gestión política acertada, con planillas o no? ¿De desórdenes surgidos desde una cola que provoca reacciones profundas que obligan al cambio? ¿De los obreros que reclaman el cumplimiento  de sus contratos colectivos y una vez más serán reprimidos? ¿De los pobladores de la Carretera Vieja de La Guaira que brincan a la autopista? ¿De la solicitudes de las Iglesias por la paz y convivencia que impacten  y lleven a un cambio de mentalidad?
Una vez más: ¡no lo sé! Pero tengo la esperanza con  total seguridad de que temprano o más tarde vendrá el cambio, y se iniciará un camino de sensatez y de ciudadanía constructivas. Es la esperanza de todos.
Esta esperanza nos obliga a trabajar con ahínco en el campo donde estemos ubicados socialmente, por muy limitado que  luzca. Sea como político a tiempo completo, como  educador delante de alumnos alborotados, como empresario que trata de sobrevivir con falta de insumos,  como emprendedor  con mil intentos y fracasos, como estudiante que quiere lograr alta capacidad, como ama de casa  que se convierte en maga del hogar, en cualquier  campo o evento en el que  cual nos comprometamos socialmente. Lo que hacemos, lo que intentamos  mejorar, lo que promovemos económicamente, o que promueva en mi comunidad puede convertirse en la chispa, en el “pito” definitivo, en el aleteo de la mariposa, en el comienzo de un cambio tan anhelado entre nosotros.
¡No te desesperes! La esperanza es lo más fuerte y resultará.

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