Por nuestra paz
La sensación frente al 1º de septiembre y todas las amenazas de represión, me conducen a la misma respuesta que resume mi reacción: no quiero entregar lo que he trabajado
Colombia ha firmado la paz y me conmueve la reacción que leo en tantas personas por este logro, uno que no creyeron posible y al que le faltan muchas otras aristas para asentarse. El perdón sí es un asunto personalísimo, tan necesario como íntimo, sin fotos ni folios. El perdón depende del desprendimiento del dolor y la relación de fuerzas entre lo que pasó y lo que puede pasar.
Este 1º de septiembre marcho por nuestro propio progreso a la paz. Por supuesto que me importan las amenazas de represión, pero el sentido de preservación esta vez no apunta a mi salvaguarda sino a la de muchos que no pueden dar mis pasos: mis padres con sus bastones, los amigos que ya migraron, mis sobrinos tan pequeños, los enfermos sin medicinas, las personas que no pueden alimentarse.
Siendo caraqueña he vivido cinco asaltos a mano armada. En tres de ellos, mi sentido de preservación ha estado más extraviado que la partida de nacimiento de Nicolás y he respondido con ira a cada malandro, a uno hasta le pegué un pan por la cabeza. Siempre es igual. Unos minutos después, superada la amenaza, me arrepiento, entiendo mi error y entro en pánico. La lista de preguntas corre tan rápido: ¿y si vuelve? ¿Si me alcanza? ¿Si me mata? ¿Por qué no le di lo que quería?
La sensación frente al 1º de septiembre y todas las amenazas de represión, me conducen a la misma respuesta que resume mi reacción: no quiero entregar lo que he trabajado. No por un arma y a la fuerza. A ninguno de los militares ni policías que impedirán nuestro tránsito ese día, los mueve alguna convicción, solo cumplen una tarea. Volverán a colocar mujeres al frente de cada una de sus fronteras armadas, en esa apuesta misógina que reta el bienestar de unas para intentar probar la maldad de otros.
Desde aquella lejana movilización por el decreto 1011, no he dejado de marchar, no he dejado de votar -aún con Manuel Rosales como candidato-, porque sé qué me mueve y puedo hacerlo, porque quiero votar y tengo el derecho a hacerlo, sin la oposición de un cuarteto de rectoras en el CNE, dilatando lo justo, impidiendo lo necesario. Lo justo es probar electoralmente que Nicolás no cuenta con el apoyo de los venezolanos, lo necesario es comenzar cuanto antes ha construir nuestro propio acuerdo de paz.
Tenemos que frenar nuestras estadísticas de guerra, tenemos que impedir que los asesinatos se sigan contando por decenas cada semana bajo ese escalofriante porcentaje de impunidad, con el parque de armas ilegales que lo faculta. Necesitamos con urgencia comida y medicinas para los más vulnerables, para mitigar esta crisis mientras hilamos nuestras voluntades en construir lo que hemos perdido, trabajando, produciendo, creando.
Siendo caraqueña he vivido cinco asaltos a mano armada. En tres de ellos, mi sentido de preservación ha estado más extraviado que la partida de nacimiento de Nicolás y he respondido con ira a cada malandro, a uno hasta le pegué un pan por la cabeza. Siempre es igual. Unos minutos después, superada la amenaza, me arrepiento, entiendo mi error y entro en pánico. La lista de preguntas corre tan rápido: ¿y si vuelve? ¿Si me alcanza? ¿Si me mata? ¿Por qué no le di lo que quería?
La sensación frente al 1º de septiembre y todas las amenazas de represión, me conducen a la misma respuesta que resume mi reacción: no quiero entregar lo que he trabajado. No por un arma y a la fuerza. A ninguno de los militares ni policías que impedirán nuestro tránsito ese día, los mueve alguna convicción, solo cumplen una tarea. Volverán a colocar mujeres al frente de cada una de sus fronteras armadas, en esa apuesta misógina que reta el bienestar de unas para intentar probar la maldad de otros.
Desde aquella lejana movilización por el decreto 1011, no he dejado de marchar, no he dejado de votar -aún con Manuel Rosales como candidato-, porque sé qué me mueve y puedo hacerlo, porque quiero votar y tengo el derecho a hacerlo, sin la oposición de un cuarteto de rectoras en el CNE, dilatando lo justo, impidiendo lo necesario. Lo justo es probar electoralmente que Nicolás no cuenta con el apoyo de los venezolanos, lo necesario es comenzar cuanto antes ha construir nuestro propio acuerdo de paz.
Tenemos que frenar nuestras estadísticas de guerra, tenemos que impedir que los asesinatos se sigan contando por decenas cada semana bajo ese escalofriante porcentaje de impunidad, con el parque de armas ilegales que lo faculta. Necesitamos con urgencia comida y medicinas para los más vulnerables, para mitigar esta crisis mientras hilamos nuestras voluntades en construir lo que hemos perdido, trabajando, produciendo, creando.
??Vivir en Caracas es en muchos sentidos una renuncia al sentido de preservación. A mí ?no me ?mueven los contras ni? la soberbia de este nefasto Gobierno?: ?me mueve ?una inmensa necesidad de paz. ?
Que se queden con su vacuo concepto de patria, yo quiero un país?.
Nos vemos el 1º de septiembre, en alguna calle, entre mucha gente, por nuestra paz.?Vamos pensando en? el perdón.?
No hay comentarios:
Publicar un comentario