jueves, 20 de octubre de 2016

Jorge Rivadeneyra A.: El culto a los muertos

Jorge Rivadeneyra A.: El culto a los muertos

2-varios
Fue un cortejo de millares de dolientes caminando detrás del ataúd del recién fallecido presidente de la república. Del exterior vinieron treinta presidentes y cincuenta representantes de Estados tan lejanos como la India, China e Irán. ¿Estos homenajes forman parte del atávico culto a los muertos? Se diría que sí, y lo de atávico porque es viejísimo. Los egipcios del faraonismo creían que la muerte es la iniciación de otra vida, anticipándose a la tesis de Kierkegaard de que la tragedia del ser humano radica en que su alma es inmortal. Los egipcios dedicaban gran parte de su vida a rendir tributo a los difuntos. Incluso escribieron El Libro de los Muertos, contiene la teoría de lo que hacen los muertos a favor de la humanidad siempre que se los reverencie con los ritos pertinentes.
Las pirámides son las casas de esos inmortales. Las estatuas son posteriores; han llegado hasta nuestra época computarizada, atómica, impregnada de tecnología. Tanta civilización ha cambiado el nombre de algunas cosas, por ejemplo, ya no se dice culto a los muertos sino tradición, lo cual incluye los mitos heroicos, de acuerdo a los cuales, los muertos, pobrecitos, hicieron lo suyo para darnos ejemplo. Pero la tradición no es suficiente y para inocularle seriedad científica se inventó la historia. Se dice que ahí se encuentran las recetas para solucionar los graves problemas económicos, políticos y filosóficos.
“Todo país tiene su historia y toda historia nacional incluye a los muertos célebres. El himno nacional, a veces el nombre de la moneda, así como las calles, plazas, ciudades e instituciones provienen del panteón. Su sacralidad está en relación inversa con el tiempo, o sea que es un irrespeto criticar a los muertos recientes sin sufrir algún tipo de castigo, pero es posible reírse un poco de los que tienen más de mil años”
En todo caso, los muertos crecen y crecen, como esos muertos de Eugenio Ionesco, demostrando que su estado de putrefacción no sobrepasa el de cuando estaban vivos. El culto a los muertos, entonces, es viejísimo, casi vestigial. Se realiza con tolas, mastabas, monumentos de todo tipo. Los que dejan este mundo ya no son seres humanos, sino muertos suma cum lauden como ocurre, por ejemplo, con Hugo Chávez; de él se dice que le llevó Dios para que le ayude a gobernar el universo. Debe ser por eso que la situación no mejora.
Se dice que Dios necesita ministros que le ayuden a gobernar el universo, y hay quienes creen que ese es el caso de Chávez. Otros afirman que su muerte es un castigo del Todopoderoso. Para los chavistas porque han perdido a su ídolo. Para los anti-chavista porque ya no tienen a quien insultar, y para los judíos por cuanto en una de sus cadenas televisivas dijo: ¡“desde mi alma y mis vísceras, maldigo al Estado de Israel”!
En todo caso, para unos y otros, la muerte tiene el don de borrar los defectos del difunto y poner en primer plano todas sus virtudes reales o supuestas, por eso, gracias a su capacidad para organizar cadenas televisivas de larga duración, los todos cuantos afirman que era un líder carismático lucía como un buen conversador llanero que intercalaba chistes de cantina, cantaba o bailaba, como metáforas de sus discursos, utilizando un lenguaje que algunos llaman de mal gusto y que en el pasado era prohibido usarlo en público y menos si se trata del presidente de la república, como en esa ocasión, durante su interminable cadena televisiva, golpeando la mesa dijo, ¡“váyanse a la mierda gringos del carajo”!
La popularidad transnacional de Chávez induce a preguntar en qué radica su notoriedad; la respuesta usual es la de su carisma, y rebuscando en lo escombros del pasado, se descubre que el odio es carismático porque sus discursos eran del odio, pero satánico, objetivado en la pobreza del pueblo causada por los escuálidos, palabra que para él significaba ricos. También el odio lenguaraz al imperialismo yanqui, autor de todas nuestras miserias, sin tener en cuenta su actual decadencia, lenta y casi imperceptible. Pero su anti-imperialismo parecía sólo de labios para afuera porque USA era el único país que compraba al contado el petróleo venezolano. Varios psicólogos dicen que ese odio acérrimo se origina en que toda su niñez se desarrolló con el cuidado de su abuela y no de su madre. Cualquiera que sea la causa, de trataba de un odio enfermizo, tan acendrado que se tenía la sensación de que el socialismo que inventó, repleto de declaraciones de amor a los pobres, sólo era una mascarada.
El socialismo del siglo XXI
Su socialismo no sólo era socialismo, sino del siglo XXI, acaso para diferenciarlo del fracasado socialismo soviético. Su principal diferencia era la de que no contenía principios teóricos, tan académicos como en el viejo marxismo. Lo ejercía con un carácter intempestivo en el sentido de repentinamente improvisado.
De ese modo, hacía incursiones por las calles de Caracas, por ejemplo, y de repente, después de un larguísimo discurso, decía ¡exprópiese ese edificio!, o  Documentos… esa fábrica, o aquel estacionamiento de carros. De parecida manera ordenó la expropiación de tres millones de hectáreas calificadas de latifundios aun cuando en realidad eran empresas capitalistas del campo. Para Chávez, el latifundio no era una entidad feudal sino simplemente la gran extensión territorial de una hacienda, explotada capitalistamente. Añádase que las empresas expropiadas no fueron utilizadas por el Estado de acuerdo a nuevos conceptos de producción, y en el caso de las empresas agrícolas simplemente sus dueños perdían la propiedad, los campesinos se comían el ganado aun cuando fuese de raza, y como no tenían dinero, la tierra dejaba de producir.
Y como no es posible sobrevivir en un país que no produce ni siquiera su propia comida, se desató el importacionismo. Importar es un viejo vicio de los venezolanos, desde la colonia, pero con Chávez alcanzó el 95%, y en esa actividad se diluyó la mayor parte de los dólares provenientes de la venta del petróleo a los altos precios del mercado mundial.
Pero la verdadera tragedia consiste en que el socialismo del siglo XXI realmente es una variable del populismo. La palabra el pueblo, se la usa como si sólo designara a los más pobres, a los ahítos de necesidades, a los enfermos, a los desamparados, a los especialistas en reprimir deseos. Como reprimir no es lo mismo que suprimir, los deseos insatisfechos son el arsenal de un odio añejo.
Esta parte de la población es más numerosa que el proletariado y que la clase media de todos los pisos. Por eso les necesita la democracia para pobres.
La esencialidad de la democracia es elegir, de ahí que los ya ungidos, así como los candidatos, siempre están en campaña electoral. Y adulan, prometen, encienden el odio; tratan a los electores potenciales como a manada que acaba de salir de una hibernación centenaria para reclamar derechos preteridos. No obstante, año tras año, desde hace muchísimos años, los señores les han inculcado la ideología de la conformidad, de la templanza, de la humildad, entendidos como sacrificios mínimos exigidos por Dios o por la patria. A esta victimidad, y a la promesa de superarla, se le ha dado el nombre de cultura de la pobreza. Pero esta cultura tiene cuando menos dos polos: 1) resignación, como la de los lobos de la manada ante el Lobo Alfa. Su mansedumbre, como si fuese una de las características del sentido común, ha sido fomentada por creencias del sistema social en su conjunto, y 2) La democracia y la misma religión sostienen la paradoja de que la voz del pueblo es la voz de Dios, que el pueblo es un gigante dormido, gigante por enorme, dormido por apaciguado, paciente y sabio porque el pueblo es un Dios crucificado.
Nietzsche no es un filósofo del populismo y cuando escribió “Genealogía de la Moral”, en su horizonte mental no estaba la dignificación de lo que él llamó la chusma. Pero los artífices del populismo se han apropiado de ese concepto porque “toda la historia de una cosa, de su uso, puede ser una cadena ininterrumpida de interpretaciones y de aplicaciones siempre nuevas, cuyas causas no tienen ni siquiera que ser ligadas entre ellas”.
Por eso, porque se trata de castigar a los que vienen crucificando a Dios, es decir al pueblo, el populismo es justiciero. Su justicia es una forma de venganza; su salvación es la felicidad que se obtiene sin esfuerzo, como en el paraíso bíblico. La justicia y la salvación son las piedras sillares de la Tierra Prometida, a la que deben llegar los pobres de acuerdo a una suerte de derecho histórico.
En este sentido, el populismo no es una malformación de la democracia, sino la democracia electorera de la postmodernidad. Se ha consolidado cuando se agotó la guerra de guerrillas como método para alcanzar el poder. Y el derrumbe del Muro de Berlín es algo así como su bautizo. Se ha supuesto que la democracia tiene el propósito fundamental de dignificar lo humano, aumentando la distancia con lo bruto que pervive en el hombre. Y la democracia de los libros, de las asambleas, de las constituciones, establece que estar de pie es existir.
Pero el populismo aparece como un acondicionamiento para tasar votos. Y esta tasación establece el monto de las dádivas que se debe cobrar a los candidatos, donde dádiva significa arrodillarse para medrar sin que medie el esfuerzo creador, es decir la voluntad y el pensamiento que han hecho al hombre un hombre, un humanitas que no sólo es el ser que razona y habla, sino aquel que inventó a Dios, es decir el modelo de lo que debería ser la humanidad. En este sentido, el populismo podría sintetizarse con ese aforismo que dice “pan para hoy día, hambre para mañana”.
A pesar de todo lo anotado, el populismo es antiquísimo. A ese comportamiento político ya se refiere Aristóteles. Y acá, en el Nuevo Mundo, Boves, a quien algunos le llaman el precursor de la democracia porque a diferencia del ejército independentista comandado por Bolívar, él vio que los negros y blancos de orilla tenían un profundo resentimiento contra los mantuanos, y para ganarse su apoyo eligió la táctica de halagarles. Napoleón III, Napoleón El Pequeño, como le llamó Víctor Hugo, abrumado por la creciente impopularidad, incapaz de promover proyectos encaminados a redimir a los franceses, eligió el camino más fácil, esto es adular al pueblo raso, hacerle promesas, recordarle sus hazañas bajo el mando del ya extinto Napoleón el Grande. También cambió la forma del pordioserismo, y en vez de las limosnas usuales a los mendicantes, dispuso que se les dé comida, albergues provisionales, una suerte de bonos negociables para la creación de cooperativas. Todo eso a fin de que el pobrerío ratifique al régimen autoritario mediante el sufragio universal. Este estilo de política fue bautizado con el nombre de bonapartismo, algo así como un mercado de pulgas. En esos mercados se compra-vende cachivaches, ollas viejas, platos rotos, abalorios, ropa de seda en hilachas, y según Napoleón III, también conciencias en harapos. Actualmente el bonapartismo se llama populismo.
La chusma
“El tiempo está desquiciado”, dice Derrida, traduciendo el out of joint de Shakespeare. Y desquiciamiento no sólo significa malponer los soportes de las puertas sino también, por eso de las metáforas, decadencia moral, la corrupción de la ciudad, el desarreglo o la perversión de las costumbres. Sin embargo, dudando saludablemente, Derrida se pregunta “¿y si el desajuste fuera, por el contrario, la condición de la justicia?”.
Esta duda no está fuera de lugar porque sólo en el campo de la técnica lo bien ajustado es lo correcto, y nadie garantiza que eso mismo, tan bien situado, sea lo justo en los otros territorios de la existencia. En efecto, si el tiempo está fuera de quicio, con independencia de su sabor metafórico, no es que realmente esté sino que así parece estar porque previamente se ha establecido que estar en el quicio es la manera de ser del orden. Suponer que el orden es aquello que está como debe estar, sólo es verlo sometido a una valoración, como si el quicio bien puesto, el tiempo y la historia, fuesen el orden y el ordenador.
Si se considera que el quicio está fuera de lugar, se trata de una apreciación valorativa, se mire desde donde se mira, desde la izquierda o desde la derecha, qué más da, porque en ambos casos tanto las unas como las otras buscan imponer algún tipo de orden. Rehacer lo mal hecho es el propósito de una revolución.
Pero al contrario de Shakespeare, el revolucionario cree que el tiempo no está fuera de quicio sino muy bien empotrado, perfectamente en su sitio. Es decir que estar en su sitio quiere decir orden vigente, o injusto. El tiempo como historia, el tiempo como existencia de la humanidad, sometida a un orden llamado desigualdad, equivale a injusticia. El tiempo en su quicio, es decir el orden vigente, ha posibilitado la reiterada derrota de los de abajo, de esos que habían sido vencidos mil veces, una y otra vez.
Aristóteles, en “La Política”, cuenta una historia de revoluciones cuya constante es la lucha de pobres contra ricos, y viceversa. Dice que los objetivos permanentes de esas confrontaciones era la eliminación de la desigualdad, que siempre estaba acompañada de injusticias, desprecio, persecución, cárcel y destierro. En la actual América Latina hubo luchas sociales de parecida urdimbre.
No obstante, hay serias discordancias acerca de si los protagonistas de esas confrontaciones, como por ejemplo en la guerra de independencia, fue la chusma, el populacho, las montoneras. Pero aun cuando al pueblo se menciona en los Himnos Nacionales, en el Libro Grande la Historia de la Patria se habla con insistencia de Miranda, Picornell, Campomanes, Gual, Bolívar, Sucre, todos ellos mantuanos, es decir, ricos descendientes de los colonizadores españoles.
Esta constatación le permite a Laureano Vallenilla Lanz señalar que el pueblo llano no sólo no participó a favor la independencia, sino que se opuso tenazmente a la liberación continental combatiendo a favor del dominio colonial.
“Hasta 1815, la inmensa mayoría del pueblo venezolano fue realista o goda, es decir enemiga de los patriotas”
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Al parecer, el bravo pueblo no estaba con los buenos, porque el mismo General Urdaneta, presidente de la Gran Colombia, afirmó que durante la guerra, fueron tantos los ladrones cuantos habitantes tiene Venezuela. Los pueblos se oponían a su bien y el soldado republicano era mirado con horror.
La multitud
Gustav Le Bon escribió un libro traducido con el nombre de “Psicología de las Multitudes”; en esa obra, ya casi olvidada, su autor dice que las ideas, instintos, sentimientos, es decir toda la subjetividad se transforma en actos sólo cuando los individuos se convierten en multitud. Es decir que hay una diferencia, no sólo cuantitativa sino especialmente cualitativa entre individuo y multitud. Y Sigmund Freud, en su “Psicología de las Masas”, añade que la vida consciente se muestra muy limitada frente a la inconsciente, con la circunstancia de que los actos conscientes tienen raíces inconscientes profundas, condicionantes de los actos cotidianos.
Es decir que la racionalidad es incompetente para controlar la gran dosis de irracionalidad que también tiene el ser humano, como ocurre, por ejemplo, entre mito y racionalidad científica. ¿Bolívar fue un héroe sin tacha? El mito dice que sí, la racionalidad histórica demuestra que no, pero es un no al que nadie hace caso.
La personalidad del individuo es absorbida por la multitud, que actualmente reaparece como un nuevo sujeto colectivo con la capacidad de sustituir al proletariado, ése del cual hablaba Marx. Michel Hardt y Antonio Negri7 aseguran que multitud no sólo es la suma de individuos impulsados por determinadas motivaciones que no son estrictamente espontáneas.
A diferencia de estos autores, Le Bon sostiene que la multitud es una concentración de individuos movidos por la ira, el fanatismo o el entusiasmo; estas emociones determinan que la multitud se considere poseedora de un poder invencible. Esta convicción es producto de un contagio mental modelado por la sugestión o la fascinación.
De acuerdo a estos criterios, el nuevo sujeto de una revolución emancipadora llamado multitud, es impulsivo, irritable, ávido de acción generalmente destructiva porque se ha eliminado la noción de lo imposible, haciendo caso omiso de la lógica y de la incertidumbre. De ahí que la multitud sea autoritaria, intolerante, destructiva. El individuo constituido en multitud elimina los intereses personales y es proclive a la magia de la palabra. Quiere ilusiones a las que considera realidades alcanzables.
Esta conceptualización inspirada en la revolución francesa, quizá de manera puntual en la toma de la Bastilla, tiene una impresionante vigencia. Reaparece con furor en movimientos políticos, como el populismo; en los saqueos, en las degollinas de personas consideradas enemigas, así como…
La patria es américa
A partir de 1996, un grupo de profesores y estudiantes de varias universidades venezolanas, organizamos una campaña continental orientada a propiciar la creación o la profundización de la unidad latinoamericana en torno a la educación y la cultura. La simbolizamos en la bolivarísima expresión de que “la patria es América”. Chávez no reconoció esa labor porque él estaba por encima de todo, se apropió de la frase y declaró que le gustaría dirigir esa patria en el sentido bolivariano del concepto. Y como un Genhgis Khan sin caballo, vio que el petróleo era la mediación. No exactamente como mercancía, sino más bien como dádiva para alcanzar la amistad incondicional de países carentes de ese combustible, a precio por debajo del mercado, a crédito y con intereses que parecen de mentira. Y no sólo eso. También hizo donaciones monetarias, como el caso del maletín, con ochocientos mil dólares para la presidenta de Argentina; hospitales, escuela y carreteras para Bolivia y Nicaragua, cien mil barriles diarios de petróleo para Cuba, satisfaciendo la enfermedad histórica de esa país de pedir ayuda, en este caso para sobreaguar bloqueo gringo.
Napoleón decía que prefiere no matar a los enemigos, como aconseja Maquiavelo, sino comprarlos porque todo hombre tiene su precio. Chávez fue más allá y compró no sólo individuos, sino el sometimiento de países, y en Venezuela, su patria, durante catorce años permaneció a la deriva con empresas confiscadas que dejaron de producir, con importaciones desaforadas. Las carreteras pavimentadas durante la llamada cuarta república, envidia del sur continental, actualmente son trampas desprovistas de mantenimiento. La educación en todos sus niveles carece de recursos para la investigación y los sueldos del magisterio apenas sobrepasan el salario mínimo. No hay hospitales nuevos, casi han desaparecido los museos y algunas actividades culturales son financiadas sólo si los promotores son chavistas. La teoría del socialismo del siglo XXI es el populismo, y el gobierno autoritario de Chávez era totalmente legal porque todos los abusos y violaciones no eran ni abusos ni violaciones, sino disposiciones constitucionales según su estilo de interpretar la Constitución
Fuente: 19-10-2016

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