El archipiélago gulag venezolano
“Cuida tus pensamientos, porque se convertirán en tus palabras. Cuida tus palabras, porque se convertirán en tus actos. Cuida tus actos, porque se convertirán en tus hábitos. Cuida tus hábitos, porque se convertirán en tu destino”. / Gandhi.
Archipiélago gulag es una obra del escritor ruso Aleksander Solzhenitsyn que denuncia el sistema de represión del Estado estalinista en la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). El extenso texto, compuesto por piezas separadas, fue redactado entre 1958 y 1967 en la clandestinidad y sin archivos, partiendo de la propia experiencia del autor y la de más de dos centenares de testimonios orales de aquellos compañeros de campos de concentración, prisión, trabajo y «reeducación» (gulag) que depositaron en él la historia de sus vidas.
Durante muchos años mantuvo el texto en secreto hasta que en agosto de 1973 una copia del manuscrito cayó en manos de la policía secreta de la Seguridad del Estado, la KGB, en la URSS y la portadora del texto, Yelizaveta Voroniánskaya, secretaria del autor, se ahorcó en su piso en Moscú bajo circunstancias nunca aclaradas tras haber sido torturada en un interrogatorio, «víctima del miedo al gulag», según palabras de Solzhenitsyn. Ya no tenía sentido mantenerlo en secreto, en 1973 se publicó en París la primera edición en ruso y al poco tiempo se tradujo a muchas otras lenguas.
En una nota en la primera edición, Solzhenitsyn explicaba:
“Con el corazón oprimido, durante años me abstuve de publicar este libro, ya terminado. El deber para los que aún viven podía más que la obligación con los muertos. Pero ahora la Seguridad del Estado se ha apoderado de él, no tengo más remedio que publicarlo inmediatamente. En este libro no hay personajes ni eventos ficticios. La gente y los lugares son llamados con sus propios nombres. Si son identificados por sus iniciales en vez de sus nombres, es por consideraciones personales. Si no son nombrados en absoluto, es solo porque la memoria humana ha fallado al preservar sus nombres. Pero todo tuvo lugar tal y como se describe aquí. Dedico este libro a todos los que no vivieron para contarlo, y que por favor me perdonen por no haberlo visto todo, por no recordar todo, y por no poder decirlo todo”.
El autor, premio Nobel desde 1970, fue expulsado de inmediato y sólo 20 años después (mayo de 1994) pudo regresar a la ya ex Unión Soviética, donde residió hasta su muerte el 3 de agosto de 2008.
En el primer volumen de su obra su autor disecciona el proceso de detención y las torturas practicadas para “confesar” lo que no se había hecho, las iniquidades de los funcionarios destinadas a quebrar moralmente al detenido, la convivencia con otros presos como única posibilidad de combatir el embrutecimiento... También se explaya sobre diversos temas relativos a la revolución bolchevique, a la Segunda Guerra Mundial, y a la situación de los ciudadanos rusos en diversos lugares afectados por la guerra.
A Solzhenitsyn le condenaron a ocho años de trabajos forzados y le destinaron al campo de Nóvy Ierusalim (los monasterios ortodoxos fueron reconvertidos en centros de castigo). Llegó como un zek, o recluso; es decir, como alguien desposeído de derechos. En pocos días, dice, se convertiría en un auténtico zek: “Mentiroso, desconfiado, observador”.
En esta obra, el escritor recoge aquella muda humanidad proscrita y humillada y la envuelve con el manto de su palabra clara, alejándose del mensaje típico del gobierno de aquella época.
Venezuela es víctima de la insania de sátrapas ensoberbecidos por el poder, que no han tenido el menor escrúpulo, vergüenza y pudor en cometer actos reñidos con las libertades públicas de millones de venezolanos, que desde hace 17 años confrontamos la más horrenda página negra que recogerá la historia para siempre, razón por la cual no vacilamos en compararla con las vesanias ocurridas en la antigua Unión Soviética, denunciadas en la obra antes referida.
En nombre de una mal llamada revolución bolivariana, que no es otra cosa que socialista, marxista y por ende comunista, y también en nombre de la razón de Estado y del realismo político, el régimen chavista-madurista ha llegado a legitimar todo, es decir, la fuerza y el fraude, la violencia y la corrupción. Su modelo autoritario y tiránico a través de la autoridad política vigente, mediante un maquillaje democrático, asegura brindar seguridad jurídica, ciudadana, estabilidad laboral, comercial, educación y salud, entre otras, y de manera abstracta ofrece certidumbre de contenido, pretendiendo justificar sus crasos errores mediáticos e históricos, desconectando premeditadamente su tiempo de permanencia en el poder, mediante la manipulación social que se esconde detrás de un aparente consenso, supuestamente consultado con el que el soberano, cuyas decisiones son tomadas irreflexivamente para dictar normas contrarias a la verdadera institucionalidad. TSJ, CNE, Contraloría General de la nación (dixit). Su incansable afán por mantenerse en el poder lo lleva paradójicamente a mantener un modelo autoritario y tiránico, que desconoce la prudencia, el respeto, los valores morales y el Estado de Derecho.
El archipiélago gulag venezolano lo estamos viviendo, con un régimen que contraría los valores éticos y morales de un pueblo cansado de tanto vejamen, arbitrariedades, abusos de poder y toda laya de perversiones, con las cuales no se cansa de pisotear la letra de la propia Constitución Nacional.
El régimen chavista-comunista se ufana a cada instante y se exhibe ante el mundo, como un modelo de democracia participativa y abierta. Niega que existan en el país presos políticos y sarcásticamente afirma que son “políticos presos”, una impúdica y descarada burla con la que pretende ocultar la realidad que viven cientos de venezolanos presos en Ramo Verde y distintos centros de reclusión en todo el país. Todavía guardamos en nuestra memoria la famélica figura física del extinto Franklin Brito, víctima de la perversión de sus carceleros que lo llevaron a la tumba hace cinco años. Y desde hace dos años el líder fundador del partido Voluntad Popular, Leopoldo López, por haber convidado a marchar pacíficamente para protestar contra el régimen de Maduro, hoy preso y condenado a 13 años de prisión por presunta incitación a la violencia y autor de la muerte de 43 personas, que cayeron víctimas de las balas disparadas por francotiradores. No existen pruebas, pero igual había que encarcelarlo, como lo están haciendo con militantes de su partido a los que acosan, persiguen e intimidan a diario. Otros venezolanos, muchos de ellos torturados en los fríos calabozos del Sebin, dan fe de ello, amén del terrorismo judicial que el régimen aplica a diestra y siniestra, pero mantiene absoluto silencio sobre el fallo de la corte de Nueva York, que declaró culpables a los narcosobrinos.
El poder vitalicio al que aspira el régimen chavista-madurista, si tocamos todas las aristas de su desgobierno, muestra un indudable y descomunal divorcio de una auténtica democracia. Por esta razón actúa sin mesura alguna, pues gracias a su desfachatez no escatima en ningún momento, mostrar su fiereza dictatorial aplicando medidas que día a día lejos de ganar adeptos, obtiene más rechazo. Una muestra de esta situación, es la obsesiva persecución al exitoso empresario Lorenzo Mendoza, presidente de empresas Polar, a quien debería más bien agradecerle por mantener aún al pueblo venezolano –pese a todas las precariedades– dotado del alimento básico de su subsistencia. La torpeza los obnubila a grado extremo, solo comparable con la ignorancia.
Y aunque Maduro afirme una y otra vez: “¡Que nadie se obsesione con procesos electorales que no están en la Constitución!”, dejando entrever su disposición de mantenerse en el poder, una cosa es cierta: los dictadores más repulsivos y fuertes han caído, bien por la vía del voto, o por razones de fuerza, que en el caso venezolano sería una explosión social. Un país que muere de mengua, por falta de alimentos y medicinas, agobiado por la creciente inseguridad, y el deterioro de los servicios públicos, amén de la galopante corrupción, no puede sobrevivir con sobresaltos y angustias permanentes, por lo que está decidido a echar el resto, antes de que la ruina acabe con lo poco que nos queda. Aún estamos a tiempo.
Si no podemos derrotar el miedo, jamás recuperaremos las libertades que nos ha conculcado la revolución socialista, marxista y en mala hora denominada bolivariana, en su pretensión de mantenerse en el poder a toda costa, mediante el terror y la violencia.
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