Rodolfo Izaguirre: En Un Submarino Amarillo
Quise vivir en un submarino amarillo para explorar las profundidades de mi conciencia y descubrir en ella la rosa azul y el anhelo de trasladarme y vivir donde cae uno de los extremos del arcoiris. Cada cierto tiempo, sin embargo, abro la pequeña puerta semioculta en la norme burbuja que me protege y saco la cabeza y me asomo con precaución para constatar que el mundo sigue allí, envuelto en la grisácea atmósfera contaminada de una vida apagada, este teatro de imágenes que es nuestra vida y en la que creemos vivir.
No se trata de escapar de él, de dar la espalda al populismo político que invade incluso las naciones que creíamos adultas y fervorosamente democráticas aunque inermes frente a los avances del oprobio ideológico y la maldad anidada en los desplantes autoritarios. Sociedades islámicas que avivan en sus aguas más hondas toda forma de exclusión. Blancos anglosajones, caucásicos, pero pobres que odian a los negros igualmente pobres y quisieran verlos colgados nuevamente de las ramas de los árboles como frutos extraños encendidos con cruces de fuego ardiendo en sus cuerpos apaleados. Es el temor de que con Donald Trump revivan en la América profunda las siniestras y aberrantes prácticas del Ku Kux Klan nunca erradicadas del alma puritana de Estados Unidos.
Tampoco se trata de evadirme de la realidad venezolana porque he dedicado buena parte de mi vida a los otros; a veces, ingratos compatriotas indiferentes a mis desvelos. Simplemente, que a mi edad avanzada decidí ocuparme de mi propio jardín interior para comenzar a interesarme por él y “regarlo” como dicen los malos poetas, versificadores. El tiempo es el que hace posible que nos llame la atención el vuelo de los pájaros o la hoja que cae del árbol milenario al que nos abrazamos con verdadero amor y veneración porque ha empleado el tiempo de su vida en subir desde la tierra para alcanzar los cielos mientras sus raíces buscan la profundidad de lo subterráneo, de lo que permanece oculto en el subsuelo hasta alcanzar, mientras bajan a la tierra, la misma altura de las ramas má altas.
¡La gata duerme en el rincón! Los helechos proliferan en mi casa. ¡Con ternura doblo la cobija que me defendió del frío! El periódico llega todas las mañanas, al amanecer. El mar siempre se ve igual a sí mismo y cuando las aguas se vuelven procelosas y agresivas, el Ávila está allí para proteger e valle de Caracas. ¡Hay trazos y colores que el pintor dejó sobre los espacios de sus obras! Chopin y Brahms escribieron imborrables notas en sus partituras y nosotros recitamos de memoria algún hermoso texto de Mariano Picón Salas. El cine siempre estará ofreciendo un largo viaje por la aventura de sus imágenes en movimiento mientras rompe o trastorna los fundamentos de la sociedad para instaurar la libertad, y el arte ofrecerá siempre la posibilidad subversiva y desestabilizadora de lo convencional y de lo cotidiano; permitirá superar la gris existencia sin misterios que arrastra en el paso de nuestros días la terquedad de ser iguales y uniformes. El arte puede hacernos libres porque nos impulsa a conquistar la libertad a través de lo insólito y de lo maravilloso a fin de que encontremos finalmente la rosa azul y adivinemos cuándo y hacia dónde torcerá el rumbo el pájaro en su vuelo. Puede cumplir satisfactoriamente una tarea liberadora: ¡puede convertirnos en héroes de nuestra propia existencia!
No me ausento de la realidad, si así quisiera, porque soy yo mismo la realidad que me rodea. Desearía que fuese otra, menos oprobiosa, menos bolivariana y mediocre, pero es la que padezco y trato de transformarla o mejorarla cada vez que me asomo afuera de la burbuja que me ampara y constato que es poco lo que puedo hacer en solitario y sin armas y solo me queda el coraje de saber que hay compatriotas abnegados que combaten enérgicamente por mí; que en mi lugar practican desobediencia civil y se enfrentan a un régimen militar fascista, despiadado, cruel y rico en drogas, trampas y mentiras.
¡Y así paso los días! Unas veces amanezco bello, brillante y colmado de promesas y esperanzas como la luna cuando estuvo muy cerca de nosotros; y en otros, poblado de agobios y desesperanza. Es cuando rechazo por insidiosas y sesgadas las intervenciones vaticanas y las de esa especie de ectoplasma en que se ha convertido el expresidente español José Luis Rodríguez Zapatero cuando intervienen en el ridículo y absurdo diálogo de la oposición con un interlocutor que se niega a dialogar y habla solo por boca del Tribunal Supremo de Justicia. Y la tristeza de sentirme ahogado en el país que me vio nacer y al que amo con todas mis fuerzas casi nonagenarias, me obliga a emerger, a sentir que renazco y me abrazo al árbol que simboliza la eternidad y cobro fuerzas para oponerme con el vigor de mi escritura como única arma a toda clase de férulas y prohibiciones.
Y así saldremos todos navegando hacia el sol, hasta que encontremos el mar de lo verde y vivamos debajo de las olas allí, en el hermoso submarino amarillo de nuestra conciencia y de nuestra civilidad.
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