El niño nuevo de Maduro
I
Cómo sobreponerse a la muerte. Cómo lidiar con esa manía egoísta de querer tener a nuestro lado para siempre a la gente que queremos profundamente. Hay tantos tipos de muerte, lo he tenido que aprender porque vivo en el infierno.
Muerte es ausencia. Esa que nos deja sin aliento, con la amargura en la boca porque sabemos que no veremos más a esa persona. Porque no hay despedida que llene ese vacío. Ni recuerdo lo suficientemente fuerte que haga materializar al que no está. La muerte es lo único que no tiene remedio, lo sé, pero cada vez que despedimos a alguien que se va del país es un pequeño duelo. Lo he experimentado.
Muerte es algo que se acaba, que deja de ser, que se termina. De allí el duelo, el dolor incontenible en el pecho. (Si creen que estoy siendo demasiado trágica, dejen de leer, porque se pone peor, no todo puede ser yuca).
Se mueren los sueños, se matan las ilusiones, no solo se acaba la vida. Hay gente que se especializa en matarle a uno los anhelos, en volverlos imposibles. Hay gente que goza con eso. Hay chavistas, maduristas, cabellistas, aissamistas.
II
No hay nada más terrible que ver morir a un niño. Es una tragedia inconmensurable, un dolor que no imagino ni quiero imaginar. Tenerlo en el vientre, sentirlo vivir, traerlo a la vida y que no pueda respirar, que no me lo pueda llevar a mi hogar, que no pueda conectarme con él a través del amamantamiento...
Ahora mismo hay una mujer llorando a ese bebé que nació con complicaciones y que no pudo sobrevivir por falta de tratamientos y equipos en la maternidad Santa Ana. Hay miles de madres que lloran y entierran a sus hijos porque se los llevó la desnutrición, no resistieron. Cuántas veces se escribe de este tema, pero no por eso deja de doler.
Una niña de 16 años, que parió a los 14, casi 15, perdió a su bebita porque el padre la maltrataba. Año y medio tenía la criatura, y llegó muerta al CDI de La Unión, en el municipio El Hatillo. El padre, de 20 años de edad y que debió estar preso por tener sexo con una menor de edad, las golpeaba a las dos. No puedo reproducir las heridas de la bebita, no quiero. Pero allí hay dos niños sin protección, y una de ellas sobrevivirá con el dolor nauseabundo y terrible de haber entregado a su hijita al más horrendo de los infiernos en vida. Ella también estará muerta por dentro.
III
Hay otro tipo de muerte, que parece más bien una condena. En la misma página de Sucesos, al lado de la espantosa noticia de la bebita muerta por maltrato, se lee una mucho peor. Hay una banda que opera entre Plaza Venezuela y Sabana Grande que tiene integrantes entre los 6 y los 15 años de edad.
Un bebé de 6 años de edad está implicado en la muerte de dos militares. Los mataron a cuchilladas después de robarlos. ¡Un niño de 6 años fue por lo menos testigo cuando acuchillaban a dos hombres!
¿Dónde está la infancia de ese niño? ¿Dónde está el futuro de ese niño? Ahora roba, ¿en dos años qué será capaz de hacer? No me queda duda de que ese es el niño nuevo, el infante que se convertirá en el tan mentado hombre nuevo. Y tampoco me queda duda de que el autor de ese niño nuevo no es otro que Maduro y su combo.
Hay más de una manera de asesinar a un niño. Aparte de la obvia, es acabar con su futuro, es hacerlo miserable, es arrebatarle el candor, la ilusión, los sueños. Y este régimen oprobioso está demostrando ser la maquinaria más efectiva que ha existido jamás para ese objetivo. Si Chávez una vez se llenó la boca diciendo que se cambiaría el nombre si veía a niños durmiendo en la calle, cumplió su cometido. Se cambió el nombre y ahora se llama Maduro.
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