Liceos son la caja de resonancia de la violencia en el país
La golpiza que mató a Michelle Longa, estudiante de cuarto año del Liceo Caricuao, generó una indignación efímera. Un mes después de lo ocurrido la normalidad -y la indiferencia- volvió a la parroquia, en la que por lo menos una vez por semana ocurre una pelea entre liceístas, en la mayoría de los casos convocada, grabada y difundida por redes sociales
Una semana estuvo agonizando Michelle Longa luego de una golpiza que le dieron tres compañeras de clase del Liceo Caricuao. La estudiante de cuarto año de bachillerato, de 18 años de edad, murió el 20 de febrero en el Hospital Pérez Carreño después de haber sido atacada a golpes hasta dejarla inmóvil a escasos metros del edificio donde vivía, minutos después de que saliera de clases. La pelea ocurrió en pleno mediodía del lunes 13 en un espacio abierto mientras vecinos, conocidos y transeúntes pasaban por el lugar.
La muerte de Michelle Longa ocupó la atención de los medios de comunicación y a través de las redes sociales la gente se indignó y horrorizó por lo sucedido. Las tres agresoras -dos menores y una mayor de edad- fueron imputadas por el delito de homicidio calificado con alevosía por motivos fútiles en grado de complicidad correspectiva, que permanecen detenidas en el INOF y en un centro de menores en El Cementerio.
Pero un mes después de lo ocurrido, parece que la normalidad se impuso. En la puerta del Liceo Caricuao el bullicio marca la hora de salida. Los jóvenes bromean, se ríen, se empujan para montarse en los autobuses. Solo cuando les mencionan el caso bajan el tono de voz. Muy pocos hablan de lo sucedido. Algunos miran al suelo y otros dicen que aún no pueden creer lo que pasó. Las versiones varían: que una de las muchachas buscó a otra que practicaba taekuondo para asustar a Michelle por un problema que nadie aclara, que no todas la golpearon pero que a una “se le fue la mano”, que había un cuarto joven que las aupaba, que muchos vecinos vieron y siguieron de largo.
A ratos, la puerta de hierro de la institución se abre para que salga otro grupo de estudiantes y de nuevo se cierra hermética, tanto a los estudiantes como a la información. No hay autorización para hablar sobre un hecho que se gestó puertas adentro y terminó de la peor manera posible con la propia comunidad como testigo.
“Pensaron que estaban jugando”, comentó una vecina que reconstruye con testimonios de otras personas lo que pasó. Ante las interrogantes de cuánto tiempo pudo durar la golpiza o porqué ningún adulto intervino, la señora cierra los ojos y niega con la cabeza: “No sé, no sé. Todo fue muy rápido. Es que eso siempre pasa”.
“Eso” son las peleas. Los estudiantes lo confirman: por lo menos una vez a la semana se arman peleas que ocurren en los alrededores de los liceos de la zona y en la mayoría de los casos son grabadas, aupadas e incluso convocadas por redes sociales.
El tema no puede ser más vox populi, sin embargo el anonimato priva. Una docente de un liceo ubicado en el sector UD-4 narra la situación: “La violencia se va incrementando. Toda la vida hemos tenido peleas de muchachos cerca de las escuelas pero ahora son más agresivos. Sabemos que existen unos chats por Whatsapp donde se convocan las peleas, allí dicen cuál es el punto de encuentro pero van cambiando el nombre de los grupos (de chat) si uno se entera. En algunos casos hasta dicen que lleven palos y cosas para golpearse”.
En Caricuao, el área conocida como La Hacienda abarca los sectores UD-3, UD-4 y UD-5 donde hay una alta densidad de estudiantes por la cantidad de escuelas y liceos públicos y privados. Por lo menos cinco docentes consultados en diferentes instituciones coinciden en que las peleas pueden ocurrir cerca de los planteles pero que los puntos de encuentro donde más se concentran son las estaciones de Metro Zoológico y Caricuao y en la Redoma del Indio en la entrada de la parroquia.
Los estudiantes ni negaron ni afirmaron la existencia de chats o redes por donde se anuncian las peleas, solo dicen que cuando se arma una, las graban “por diversión y se montan en Facebook o en Youtube”. Al hacer una búsqueda en internet los resultados arrojan decenas de videos de estudiantes uniformados que se golpean con furia en medio de una rueda de espectadores que los azuza.
Quienes montan estos videos en la red identifican claramente de qué liceo son los que están peleando y en algunos se observa que la pelea ocurrió dentro de las instituciones. Varias publicaciones muestran una especie de ranking de las más agresivas. Las peleas entre muchachas cada vez son más populares en estos rankings.
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En escalada
Las peleas entre estudiantes son parte de un fenómeno que se repite en varias zonas de la ciudad. En otros casos reseñados por la prensa nacional la presencia de armas blancas o de fuego hablan de la magnitud del problema. Pero en este caso el uso de las manos y el nivel de agresividad fueron suficientemente letales.
“Cuánta ira, cuánta furia tuvo que haber para que tres muchachas pudieran matar a otra. La fuerza física de un varón puede ser fatal pero estamos hablando de muchachas adolescentes que probablemente tenían una contextura física similar. La carga de violencia tuvo que ser muy fuerte para que esa joven estuviera una semana en cama y nunca pudiera recuperarse”, explica Gladys Delgado, directora del Observatorio Venezolano de Violencia Escolar.
Delgado señala que hay una escalada en el tipo de agresiones porque la impunidad se impuso como norma. “Es insólito que ningún adulto haya intervenido, es increíble que nadie haya notado algo tan escandaloso como una pelea de adolescentes en la calle. Eso es parte de la impunidad porque los mismos adultos le temen a la reacción de los adolescentes y no se atreven a intervenir, prefieren seguir de largo y voltear la cara para no meterse en problemas”.
Los docentes insisten en que las peleas dentro y fuera del ámbito escolar se están tornando incontrolables porque los métodos de disciplina que pueden aplicar son muy limitados.
“Hay estudiantes que son agresivos hasta con los propios docentes y aunque llamamos al representante cuatro, cinco, seis veces durante el año nunca vienen. Ni siquiera cuando le retenemos la boleta, simplemente no aparecen. Convocamos a reuniones de tres salones que son aproximadamente 90 estudiantes pero vienen 20 padres. O peor, hay unos que vienen y te quieren insultar cuando uno le llama la atención a los hijos”, comenta un profesor de educación física de una escuela ubicada en la UD-5.
Una docente de arte explica que se perdió el respeto por la figura de autoridad y que los adolescentes se comportan como “guapos y apoyados” porque saben que no se les puede hacer nada. “No se les puede revisar el bolso, no le podemos decomisar ningún objeto peligroso, ni se les puede tocar. Tampoco tenemos políticas coherentes porque los liceos exigen el uso de bolso con malla para evitar que entren con algún tipo de arma pero el ministerio les entrega los bolsos tricolor que son cerrados, ¿entonces cómo exigimos que cumplan las normas?”, agrega la docente.
La representante de un joven que cursa quinto año en el Colegio Nuestra Señora del Rosario, ubicado en la UD-5, aseguró que en febrero, después de la golpiza en la que falleció la estudiante, los convocaron para informarles sobre los resultados de otra reunión en la cual participaron directivos de varios planteles de la parroquia que se realizó en la sede del Inces, en el sector CC2.
“Nos explicaron que el problema cada vez es más difícil de controlar. Una de las medidas era que cuando se armara una pelea, la Guardia Nacional se los lleve detenidos así estén viendo nada más. Pero no se puede porque son menores de edad y hay muchas niñas, los guardias no pueden agarrarlos y ellos lo saben, entonces las chamas les bailan como para retarlos, porque en todo caso quienes podrían llevárselas son mujeres funcionarias y no hay suficientes así que eso tampoco ha funcionado”, afirmó la representante.
Para el viceministro de Educación, Jehyson Guzmán, es importante separar el tema de la seguridad de la convivencia porque desde la perspectiva del Ministerio de Educación hay unas estrategias preventivas para evitar robos, daños a la infraestructura y garantizar la seguridad de los docentes y alumnos pero esto está relacionado con un trabajo conjunto que se hace con los cuadrantes de seguridad, a cargo del Ministerio de Interior y Justicia.
Guzmán aclara que en el tema de convivencia hay que trabajar con escuelas y liceos en específico. “Podemos detectar que esto ocurre en 30 liceos y son muchísimos pero cuando revisamos son 30.000 instituciones. Ni en todos los liceos hay climas de paz, ni en todos hay climas de violencia. Estamos haciendo un mapa de liceos que tienen estos índices y si se han presentado situaciones que ameriten más atención se arman grupos de trabajo con padres, escuela y comunidad para construir las normas de convivencia escolar, que en muchos casos son propuestas por los mismos estudiantes.
No es lo mismo decir ‘respeténse’, que promover una acción que ellos asuman y le digan a sus pares ‘respetémonos”, dijo en entrevista telefónica a El Nacional.
Caja de resonancia
Para los docentes y especialistas, la muerte de la estudiante hizo público un problema que habita en la comunidad escolar. “Detrás de un motivo fútil hay otros episodios de agresividad. Las escuelas son las cajas de resonancia de la violencia que vive la sociedad”, dice Carlos Trapani, coordinador del programa Buen Trato de Cecodap.
Los datos recogidos por la organización señalan que hay un incremento en la frecuencia de los casos y también en la severidad. En el informe Somos Noticia de 2012 se registraron 4 casos de homicidios en el ámbito escolar y once heridos. Para el año siguiente la cifra se duplicó a 8 homicidios y 10 heridos. Las cifras de 2014 disminuyeron en número pero no en intensidad: 4 murieron por rivalidades y diez fueron heridos por armas de fuego en sus centros educativos. En 2015, los casos reseñan 7 riñas entre compañeros, en las que uno de los estudiantes perdió un ojo y hubo 3 armas de fuego y dos armas blancas involucradas.
Trapani señala que la situación se complica porque hay un limbo normativo en las sanciones y aplicación de disciplina escolar. Destaca que hay que separar la violencia escolar de la delincuencial porque esta última implica delitos: “Una cosa son sanciones punitivas y otras de orden pedagógico”.
Explica que la Ley de Educación de 1980 establecía en los artículos 124 y 125 la normativa de sanciones escolares para las conductas de indisciplina, vía de hecho o de palabra a cualquier miembro de la comunidad educativa; destrucción del mobiliario escolar o conductas que incumplieran las normas de cada institución. Pero con la promulgación de la reforma de la Ley de Educación en 2009 se perdió la correspondencia de ley que establece la Lopna en el artículo 57, en el que señala que la disciplina escolar acatará sanciones “acordes a la Ley” que hasta ese momento se referían a la Ley de Educación derogada porque el reglamento o el marco de leyes especiales vigentes a partir de 2009 aún no se han desarrollado.
“La ley (Lopna) establece que los procesos de mediación y conciliación son suficientes para atender los problemas que ocurren en la comunidad escolar y además da por sentado que las escuelas saben mediar o conciliar pero resulta que son conceptos distintos y así mismo las estrategias para implementarlos”, especifica Trapani.
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La directora del Observatorio de Violencia Escolar agrega que tradicionalmente las sanciones proponían la suspensión o expulsión como parte de la disciplina pero nunca dio buenos resultados. “Lo que solía ocurrir es que al joven expulsado le daban una paliza en su casa como castigo y pasaba dos o tres semanas pero el muchacho volvía a la escuela enfurecido a cobrarse la golpiza que le dieron en casa”. Recuerda que la expulsión definitiva es aún peor porque la escuela se convierte en promotora de la deserción.
Respuesta del gobierno
Para el viceministro Guzmán el asesinato de Michelle Longa se trata de un caso específico en el que hubo otros factores de violencia y que no ocurrió dentro de la institución. Aunque reconoce los problemas de convivencia que enfrentan las comunidades educativas, insiste en que hay que incorporar la triada -padres, escuela y comunidad- para establecer las normas de convivencia dentro y en los alrededores de la escuela: “Hay que incorporar a la familia, organizar encuentros en la escuela porque estos hechos son la reproducción de lo que viven en su núcleo familiar, que en muchos casos es un entorno violento. Le decimos a los muchachos que no digan malas palabras pero en su casa se hablan con groserías. Eso hay que detectarlo y atenderlo desde la escuela”.
Guzmán asegura que el Ministerio de Educación cuenta con un programa de formación para defensores estudiantiles en el que trabajan 1.000 profesionales que señalan lo mismo que reclaman los docentes: un vacío en los recursos para impartir disciplina. El viceministro reconoce que es una denuncia recurrente que cuando un estudiante es agredido la defensoría actúa rápidamente, pero no ocurre lo mismo cuando los docentes son agredidos por los estudiantes.
La especialista en temas de violencia escolar destaca que los docentes se inhiben de actuar porque no se sienten seguros dentro de la escuela y fuera de la institución son aún más vulnerables. “El docente lo que hace es mirar de lado porque no sabe qué hacer. No está preparado para atenderlo y tampoco se está formando para tener esas herramientas que le permitan manejarlo”, dice Delgado.
Los profesores observan que la atención institucional se hace cuando ya el problema es grave y consideran que de la indisciplina al delito hay un camino estrecho. Un grupo de representantes de una escuela ubicada en Artigas denunció a El Nacional que hay un grupo de adolescentes que rondan y captan a niños de primaria para que sirvan como cómplices y les avisen quien tiene celulares costosos dentro de la escuela para robarlos a la salida.
Esta idea de que pueden utilizar la ley a su conveniencia es la mayor preocupación que expresan los docentes consultados en los liceos de Caricuao. Una docente confiesa que la situación los supera: “La violencia es parte de la vida de los muchachos y los maestros nos sentimos atados de manos porque muchos padres se desentienden y el ministerio viene cuando hay problemas pero en el día a día, el estudiante siente que puede hacer lo que le da la gana. Y eso es un problema de toda la sociedad porque así mismo se comportan en sus casas y en la calle”.
Artículo 57: la disciplina escolar en la Lopna
Toda Ley promulgada debe contar con un Reglamento que define de manera más específica los mecanismos para su aplicación. El Reglamento de la Lopna tiene un retraso de diez años por lo que algunos conceptos y sanciones relativas a la disciplina escolar dependen de las normativas particulares de cada plantel o de los acuerdos de convivencia que pueden dejar vacíos legales o procedimientos ambiguos.
El artículo 57 refiere que debe establecerse claramente en el reglamento disciplinario de la escuela los hechos susceptibles de sanción, las sanciones aplicables y el procedimiento para imponerlas pero también señala que “antes de la imposición de cualquier sanción debe garantizarse a todos los niños y adolescentes el ejercicio de los derechos a opinar y a la defensa y, después de haber sido impuesta, se les debe garantizar la posibilidad de impugnarla ante autoridad superior e imparcial”; sin que se defina cuáles son esas autoridades y en qué tipo de casos procede una impugnación.
Uno de los apartados del artículo fija que “el retiro o la expulsión del niño o adolescente de la escuela, plantel o instituto de educación solo se impondrá por las causas expresamente establecidas en la Ley, mediante el procedimiento administrativo aplicable” pero no aclara cuál será el marco legal de referencia. De igual forma dicta que los niños y adolescentes tienen derecho a ser reinscritos en la escuela, plantel o instituto donde reciben educación “salvo durante el tiempo que hayan sido sancionados con expulsión” pero no se aclara cuáles son las conductas o infracciones de las normas que permiten la expulsión como medida sancionatoria.
¿Cómo encausar la rabia?
En la zona 10 del barrio José Félix Ribas de Petare, el colegio Jesús Maestro de Fe y Alegría, decidió convertirse en centro de encuentro y no en lugar de encierro. El colegio está enclavado en medio de tres comunidades que tenían un historial de violencia y problemas entre bandas armadas. No hay muros suficientes para que una escuela pueda protegerse de lo que ocurre a su alrededor.
La única salida era enfrentar el problema que estaba permeando a los estudiantes, porque del portón hacia afuera nada podía protegerlos. Ninguna estrategia de aula funciona sola, así que los directivos hicieron alianzas con los consejos comunales de los distintos sectores para abrir la escuela a la vida comunitaria.
Las madres y abuelas de los niños y jóvenes formaban parte de los comités para organizar actividades que los ayudaban a encausar el tiempo de ocio. Así fue como la cancha de la institución quedó a disposición de la comunidad todos los fines de semana. Los enfrentamientos se convirtieron en competencias deportivas con normas y respeto por el otro. Y cualquier roce que se generaba dentro de la comunidad educativa conseguía espacio en una actividad física, colectiva, que les permitía a los niños y adolescentes drenar la energía, la rabia o cualquier emoción que los arropara.
También fue la manera para que los padres estuvieran más tiempo dentro de la escuela y se involucraran en las actividades. Ivonne Gonzalez, directora de la escuela Jesús Maestro, explica que la única manera de enfrentar la violencia era involucrar a quienes le afectaba. “Durante años hicimos jornadas para visitar cada casa donde vivían los niños de la escuela y si detectábamos que había violencia intrafamiliar se hacía un abordaje”.
Los focos de violencia se atacaron directamente porque los miembros de la comunidad advertían en la escuela cuando personas extrañas involucraban a los niños en actividades sospechosas. Así surgió el interés de pedir apoyo a la institución en programas de formación para ser promotores en prevención de violencia.
Deivis Torres, subdirector del colegio, explica que lograron hacer una alianza con la organización Médicos sin fronteras que asiste a la escuela al final de cada trimestre para trabajar, con maestros y alumnos, orientación para disminuir la violencia.
En septiembre se hizo un diagnóstico de la situación de los estudiantes e implementaron la primera experiencia en octubre, al comienzo de este año escolar.
“Lo que más se observa es violencia intrafamiliar. Allí participa el Consejo de Protección para que no se quede solo en la escuela”, agrega el subdirector.
Para la comunidad, el colegio es más que un intermediario: es un espacio donde confluyen todos. “Ellos nos pidieron que usáramos los altavoces para dar información a la comunidad. Si alguien se mete en los terrenos de la escuela los mismos representantes vigilan, si los alumnos tienen un familiar que no está en buenos pasos nosotros le prestamos màs atención. La escuela tiene que volver a convertirse en el centro de encuentro de la comunidad para dirimir la violencia de otras maneras”, afirma la directora.
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