Los secretos de Tarek and friends
Viven con la cosita, con el hilito de sudor de que en cualquier momento pagarán por sus fechorías. Además, como saben que lo merecen, todos los días lo esperan
“Todo el que espera la pena la padece; y todo el que la merece la espera”. Esta frase de Montaigne resume bien una parte del infierno que padecen día a día los capos del chavismo, o sea, Tarek and friends. Escribo eso último en inglés porque al fraudulento fiscal y a sus amigos les encanta Estados Unidos. Puede ser que Jorge Rodríguez prefiera Australia o irse en aviones de PDVSA a México, pero en el fondo el saco es el mismo. Y cada vez que disfrutan del yate o la camionetota, o cuando miran sus muy numerosas fajas de dólares, José Vicente Rangel, el temido Diosdado, Maduro, Iris Varela, Elías Jaua, Rodríguez Jorge (también Héctor), Saab, Cilia y parte de su familia, El Aissami, El Troudi, El Padrino, todos ellos esperan la pena, sienten los escalofríos de un juicio o una orden internacional de captura por los delitos que han cometido (incluidos crímenes de lesa humanidad). De manera que de alguna forma ya padecen una fracción de la pena que merecen. Viven con la cosita, con el hilito de sudor de que en cualquier momento pagarán por sus fechorías. Además, como saben que lo merecen, todos los días lo esperan.
Por supuesto que estamos hablando de sujetos casi insensibles, algunos de los cuales son quizá sociópatas pero, aunque los sociópatas no suelen estar muy conscientes de lo que se merecen, igual hay un resquemor, los vestigios de un corazón delator que les recuerda que el que la hace la paga y que el que la debe la teme.
Los secretos de Tarek and friends son oscuros, a veces sangrientos. No me refiero solo al imperio material que han obtenido vía corrupción y narcotráfico, sino también a los secretos de sus corazones. Pero no se apresure, querido lector, para nada estoy hablando de que los nobles de la élite política se sientan arrepentidos o siquiera avergonzados. No es eso. Porque en su mayoría son como el fiscal William Saab, el remodelador de un aeropuerto en Barcelona donde en casi cualquier rincón aparece la firma del desfalco. Un aeropuerto con una imperecedera escalera eléctrica que, inmóvil, recibe a los viajeros de otras latitudes. Una escalera que parece más bien una estatua, eternamente inerte, rígida, casi inútil; como el fiscal que defiende y acusa desde los pobres poemas que escribe y los ricos trajes que usa, con corbatas inamovibles como las escaleras eléctricas del aeropuerto de la ciudad más deteriorada del país.
¿Usted, que lee esto, no encuentra inconcebible ser como los friends de la república bolivariana? Estoy seguro de que le cuesta imaginar el estado de su corazón y su alma al ver una peli en la sala de cine que Jorge Rodríguez tiene en su mansión de La Florida, o pegarse esos viajes internacionales en jets privados mientras literalmente mujeres, niños, ancianos, hombres y adolescentes se mueren de hambre o por falta de la medicina más elemental. No dudo de que a usted le costaría perseguir y destruir hogares -como lo hace Diosdado- mientras consiente a su hija, sabiendo de dónde ha salido el dinero para que pueda vivir como vive.
Quizá el truco está en no esperar ninguna pena, en reírse de la posibilidad de cualquier castigo. Pero igual en algún rincón de esos secretos turbios -donde nos enteraríamos de todas las atrocidades que ha cometido esta nueva oligarquía- algo les molesta y no los deja en paz. Un hedor interno debe de obligarlos a drogarse de mil maneras, a morderse las uñas, a obsesionarse con sus propios ojitos reflejados en el espejo, a inyectarse botox, a llorar cuando nadie los vea pues, a fin de cuentas, como dijo Quintiliano, “la conciencia vale por mil testigos”.
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