El legítimo derecho de rebelión
Es válido decir que hemos agotado todas las vías institucionales para el restablecimiento del orden democrático y del Estado
"A la República solo ha de salvarla pensar en grande, sacudirse de lo pequeño y proyectar hacia lo porvenir"
José Ortega y Gasset
Tan Antiguo como el Estado mismo, es el derecho a la rebelión, al que considero inherente a la existencia digna del ser humano. Cuando nos encontramos ya a casi 20 años de instauración en Venezuela de un sistema que abiertamente contraría las libertades ciudadanas más elementales, vale la pena recordar algunos conceptos que contribuyen a explicar las razones por las que es legítimo desobedecer y rebelarse frente a la tiranía dominante.
El ilustre filósofo John Locke, cuya obra debíamos leer por designios del profesor Francisco Delgado en nuestra Escuela de Derecho de la Universidad Central de Venezuela, sostenía que la diferencia entre un rey y un tirano consiste en que uno hace de las leyes límites de su poder, y el bien del pueblo el fin de su gobierno, mientras que el tirano lo somete todo a su voluntad y sus deseos. Ya para ese tiempo remoto (recordemos que vivió entre 1632 y 1704), era aceptada la idea de que la ley, era el límite del ejercicio del poder, y que este poder se encontraba sometido a la voluntad del pueblo, a quien servía.
Frente a la tiranía, el mismo filósofo sentenciaba que cuando un pueblo es oprimido tiene derecho a resistir, tiene incluso la obligación de combatir los gobiernos ilegítimos, de derrocarlos y de reemplazarlos. Cuando los gobernantes se exceden en el ejercicio del poder que tienen derecho a ejercer sobre sus súbditos, entonces se convierten en déspotas que pueden y deben ser resistidos. La lucha a favor de la dignidad no tiene límites, en principio, han de utilizarse los mecanismos que las normas establecen para restablecer la libertad, pero cuando estos mecanismos han sido ineficaces y la tiranía persiste, tenemos derecho a desobedecerla, resistirla y derrocarla. Esto es un principio político y filosófico que sirve de cimiento a la democracia misma.
En nuestro país, es válido decir que hemos agotado todas las vías institucionales para el restablecimiento del orden democrático y del Estado de Derecho. Cada una de ellas, indefectiblemente han fracasado, y el gobierno de corte tiránico y con accionar delictivo, sigue coartando la dignidad de la población. Ha incumplido por lo tanto su razón de ser, pues no se justifica la existencia de un gobierno cuyo desempeño va dirigido a impedir la realización humana, y por el contrario insiste en a hacer miserable la existencia.
Los principios sobre los que se funda nuestra forma Republicana, por mandato del artículo 2 de la Constitución, son: la vida, la libertad, la justicia, la igualdad, la solidaridad, la democracia, la responsabilidad social, la preeminencia de los derechos humanos, la ética y el pluralismo político. Esos son en general, los principios orientadores de toda acción de gobierno, no porque lo indique la norma, sino porque es ese el mandato soberano de nosotros los ciudadanos quienes detentamos el poder. Parece que hemos olvidado, que el presidente y su gobierno son nuestros mandatarios, esto quiere decir, que actúan conforme a nuestros mandatos, porque se lo hemos delegado, por ello, no pueden traspasar lo que nosotros le ordenamos hacer. Ellos erróneamente creen lo contrario, que mandan y nosotros debemos obedecerles.
El derecho a rebelión está consagrado además en los artículos 333 y 350 de la Constitución, nosotros los ciudadanos recogimos ese concepto y lo constitucionalizamos. Es legítimo en este momento no obedecer, y la rebelión empieza por pequeñas acciones que se van acrecentando; el ejercicio del poder en este momento es ilegítimo, y no obedecerlo es un derecho, además de deber histórico. Ya el primer gran acto de desobediencia se consumó cuando no acudimos a convalidar el fraude electoral, ahora, las decisiones gubernamentales se encuentran viciadas de nulidad, y es legal no acatarlas. Esas acciones de forma organizada nos conducirán a la libertad. Así lo decía Locke, y eso que no vivió en la actual Venezuela.
Por Zair Mundaray
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