martes, 18 de septiembre de 2018

Thays Peñalver: Venezuela no necesita un camello

Thays Peñalver: Venezuela no necesita un camello


Un amigo me exhorta, de buena manera, a no ser tan dura con nosotros los venezolanos. La autocrítica tiene que ver con la pérdida de un país y de la búsqueda constante de los motivos por los cuales lo perdimos, entendiendo que la culpa no siempre recae exclusivamente en las clases que ostentan el poder, sea política o de otra índole como es nuestro caso. Ahora bien, mientras trato de reflexionar sobre la sugerencia de mi amigo y más me autocritico, aparecen más preguntas.
Veamos. Hemos llegado al peor momento de nuestra historia, al fracaso absoluto, de manera que hablar de izquierdas y derechas, de modelos rimbombantes de lado y lado es a estas alturas de la debacle venezolana, una verdadera idiotez. Hoy vivimos en los restos de un país cuyas estadísticas vitales explican que cerca de la mitad de los niños que han nacido en el chavismo, unos cuatro millones, son de madres menores a diecinueve años, cuyos padres tienen apenas educación primaria aprobada y que más de dos tercios de esos niños nacidos vivirán sin un padre del que se desconoce su lugar de nacimiento u ocupación. Muy pocas de esas niñas que dieron a luz a más niños, continuarán sus estudios y las oportunidades de trabajo para ellas estarán reducidas a los oficios más elementales. Así que sea usted de derechas o de izquierdas, me gustaría saber ¿qué opinión le merece éste otro asombroso drama social?
Si desde Confucio venimos arrastrando aquello de que “la familia es la base de la sociedad” ¿Qué opinión le merece a usted que en Venezuela dos tercios de los niños nazcan y vivan en hogares inestables? O esta otra realidad, ¿Que otra porción pertenezcan a familias que ni siquiera están medianamente establecidas?. Visto y entendido este grave problema, le pregunto: ¿Qué tipo de sociedad tenemos?, porque le recuerdo que no estamos hablando del siglo XIX, ya que estas son estadísticas actuales, nada menos que en plena era de la súper ciencia y la súper tecnología.
¿Qué hacer frente a semejante y contundente drama?. ¿No debería ser este el debate que todos tenemos que dar hoy en nuestro país?. Y me refiero a todos los sectores que pretendan construir un país, cuando el despropósito haya llegado a su fin. ¿Me gustaría saber si vamos a seguir cayendo en la banalidad política y social que se debate entre el liberalismo, el socialismo o cualquier “ismo”, cuando ya no tenemos un nación donde instaurar modelo político alguno.? Lo que sí deberíamos estar discutiendo es sobre lo que mejor nos conviene y cual debería ser la vía para que una sociedad decimonónica como la nuestra, profundamente atrasada y destruida en sus más elementales valores y sin principios, llegue a ser una potencia.
Y a ver, es cierto que ésta puede ser una verdad muy dura y que muy pocos quieren afrontar, ya que la productividad del país, nuestra moneda y la economía están destinadas a atender ese drama social, al sector educativo, al cultural y lamentablemente menos, al familiar antes mencionado. Reconozco que lo he dicho en varias oportunidades y tal vez ha sonado muy duro, pero hay que recordar de nuevo que detrás del éxito de Alemania está la sociedad alemana y detrás de la realidad actual de Somalia, está la sociedad somalí. Pero es de una crueldad tremenda decirle a los somalíes que si pueden lograr lo que no hicieron los alemanes en el socialismo, tan cruel como decir que la vía para alcanzar la prosperidad, es que la sociedad ruandesa abrace los conceptos de Milton Friedman.
Es cierto que es duro hablar de un país en el que no hay industria y en la que apenas cincuenta mil almas producen el 99% de las exportaciones, en el que no hay una verdadera agricultura porque los pocos “héroes del trabajo” en la industria y el campo han sido diezmados primero por los titanes  del pasado que inventaron cuanta guerra fue posible para repartirse el botín y posteriormente, por pensadores eruditos del capitalismo de estado, el neoliberalismo o el socialismo, que sin haber producido un tornillo o sembrado una mata, dirigen los destinos de una nación que corre desesperadamente tarde, sin saber siquiera a donde va.
Yo amigos, no voy a hablar de cual modelo es el mejor para Venezuela porque lo considero una salvajada. Pero lo que si creo es que las élites venezolanas hablan de política y modelos porque es mucho mas fácil que dejar de autoengañarse. Vivimos obsesionados por la política, porque nos resulta más cómodo que hablar de la solución de nuestros graves problemas y porque utilizar esa excusa siempre nos llevará por el camino menos comprometedor: Culpar siempre a los “modelos”. Es por eso que siempre tenemos a mano a quien echarle la culpa de nuestros males: a la colonización, al imperio español o a los libertadores. Agotados estos “responsables”, la cargamos contra el imperialismo inglés, a la dictadura militar férrea, a la dictadura “sin calorías”, al imperialismo yanqui y a todas las transnacionales desde que se instalaron en nuestras tierras, comenzando siempre por supuesto por la Guipuzcoana. Para justificar las conspiraciones militares culparon a la democracia, para asaltar el poder responsabilizaron al capitalismo de estado y al liberalismo, y ahora estamos todos ocupados contabilizando a las víctimas del fracaso estrepitoso del socialismo. Pero como siempre, lo único que queda allí, indemne, es el mismo drama social. La misma pobreza, solo que cada día son más, millones que dan a luz a más millones.
Es cierto que es duro hablar de lo que somos, pero es necesario y más doloroso aún, decirnos la verdad. Y esta verdad es que es una sociedad que no se instruye, que no está preparada para enfrentar los retos que exige la era de la tecnología, sin bases familiares ni valores, porque no es que están destruidos, sino que no existen; una sociedad amoral que no pide estudios y ni puestos de trabajo para ganarse el pan honradamente, sino caminos fáciles para obtener dinero, casi siempre mal habido y que después de más de cien años, sigue engendrando las mismas causas que propiciaron la Guerra Federal y finalmente, una nación a la que en vez de orientar y guiar en los beneficios del sacrificio y el esfuerzo, le inculcan a diario los antivalores más nocivos. Lo descrito es una sociedad que, lamento decirlo, no va a progresar jamás.
Por eso digo que es una sociedad que no tiene ni idea de hacia donde va, porque a fin de cuentas ¿A qué cosa puede aspirar alguien, que no tiene ni la menor idea de lo que significa aspirar?. Y peor aún, ¿aspirar qué o a ser qué, porque en definitiva cuál es su modelo a seguir?, ¿a qué tipo de desarrollo puede aspirar una sociedad, si no tiene herramientas para sobrevivir a una era tecnológica sin precedentes, como la actual? Ante estas preguntas entonces viene la simplificación absoluta y de allí nace la ingenuidad más asesina.
Por eso siempre repito que somos un país del tercer mundo, aunque el término irrite a muchos. Lo somos porque abandonamos las “vías de desarrollo” y  solo retomaremos el camino, cuando los valores sembrados en la mayoría, y repito sin distingos de clase social, cambien. ¿Qué debe cambiar? Por ejemplo que ser exitoso no signifique convertirse en un bolichico o un boliburgués y que en el caso de las mujeres ser la novia miss del bolichico, no sea esa su mayor aspiración; que ser parte de una tribu judicial no sea el ideal, sino el ejercicio y el talento de los abogados el que logre el dinero y que las mujeres no se maten por ser las novias de los jefes de la tribu o del pran en los niveles mas bajos de la sociedad. Cuando buscar y propiciar la corrupción deje de ser un anhelo compartido en las distintas clases sociales. Cuando algunos padres de “niñas bien” dejen de  entregarlas al bolichico o al boliburgués con la misma sonrisa de satisfacción que tenían aquellos que le entregaban a sus hijas y nietas -y no pocas esposas- a Cipriano Castro o a Juan Vicente Gómez y un poco más atrás, como el pobre entregaba a su hija “primeriza”, al capataz o al dueño del hato. Comentario muy duro, durísimo pero créanme que es mucho menos fuerte que las muertes diarias por falta de insumos médicos o medicinas, y el hambre de los venezolanos hoy.
Dejaremos de ser una nación subdesarrollada, cuando nuestras élites no le tengan miedo al debate, cuando nos informemos y nos importe lo que le está sucediendo a nuestro petróleo, pero también a nuestras instituciones, a nuestra moneda o al Miss Venezuela, pero sobre todo a la familia venezolana. Es decir cuando dejemos de ocultar la basura bajo la alfombra, hasta que finalmente lo que sale de abajo son la plagas de ratas y las enfermedades. Que es por cierto una definición perfecta de lo que ha ocurrido en Venezuela.
Para lograrlo necesitamos decirnos la verdad y encararla, debatir y escucharnos, al menos entre los que estamos interesados en volver a tener un país. Una verdad que nos diga que a ésta sociedad no le cabe un Milton Friedman ni está “seducida por la estética postfordista”, dos pensamientos que en esa quebradiza y amoral sociedad, solo conducen al genocidio por hambre.
Y si vamos a contratar asesores extranjeros, que no sean vendedores de espejitos que se lleven nuestro oro. Que sean asesores que nos digan la verdad. Ante esto hay una anécdota de lo que necesitamos que bien vale recordar hoy cuando en la Venezuela postgomecista contrataron a asesores, que obraron el milagro de masificación de la alimentación en los Estados Unidos. Pues bien, tras un año de conocer en profundidad nuestras debilidades, el jefe de la Comisión de ganadería dijo: “Por toda Venezuela me han dicho que necesitan un animal que se mantenga sin comer y beber durante varios días y que se conserve en buenas condiciones” su respuesta no fue un sarcasmo cuando respondió: “la única e inevitable solución, es el camello” (Walton et al).
Digo que no fue un sarcasmo porque nos dijo la verdad, que palabras mas o menos significaba que ya era momento de dejar las idioteces y ponerse a trabajar. Porque no hay otra vía que el esfuerzo, el trabajo y la educación para prosperar y cualquiera que venda otra cosa, lo que quiere es mantenernos ocupados hablando de ideologías, teorías económicas y modelos políticos en un país decimonónico, mientras arrasan con el destino de los venezolanos.
Yo también coincido que Venezuela necesita ponerse a trabajar y lo que menos necesita, es un camello.

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