viernes, 6 de septiembre de 2024

Manuel Llorens: “La opción que tomó el gobierno es una tragedia para el país”

 

Manuel Llorens: “La opción que tomó el gobierno es una tragedia para el país”

POR Hugo Prieto


01/09/2024

Fotografía de Manuel Llorens

El miedo como concepto político. De eso trata esta conversación con Manuel Llorens*, quien ha sabido captar desde la psicología, su área de interés, situaciones, hechos, traumas que han caracterizado nuestra historia reciente. 

Llorens* enumera varios de los elementos que están en juego y advierte que, de perderlos, nos convertiremos en una sociedad que cede su poder, su fuerza, para que una élite gane y se atornille en el poder. Sería una transferencia que abre las puertas para un presente que sería lo más parecido a un desierto. El futuro sería inexistente.

El miedo nos ha empobrecido como sociedad, ha truncado procesos de creación en todos los órdenes: político, cultural, económico. Pero también ha sido la mecha que ha encendido la creatividad, la solidaridad y la confianza para resolver los problemas cotidianos, frente a un Estado que abandonó sus funciones. 

¿El miedo es, sencillamente, una emoción alojada en el ámbito psicológico?

El miedo, como una de las emociones, se expresa claramente en el individuo y tiene una dimensión psicológica. Por supuesto, estos fenómenos individuales son igualmente sociales, colectivos. 

El miedo tiene una arista positiva, nos pone alerta ante ciertos peligros. 

Sí, es una emoción adaptativa. Además, es una de nuestras herramientas biológicas, psicológicas. También tiene una raíz fisiológica. Eso significa que ha sido útil para la evolución (de la especie) humana. Entonces, su elemento central es, precisamente, lo que señalas, una suerte de instinto que nos permite estar alerta ante las amenazas. La emoción, en principio, no es mala y nos dice que no podemos bajar la guardia. Algo necesario ante muchas circunstancias. Claro, no es una emoción agradable de sentir. Puede generar desgaste, puede obnubilar, lo que podría impedir que evaluemos bien las circunstancias. Se trata de una emoción compleja.

Tenemos que definir e identificar esos peligros. ¿En el ámbito de la sociedad cuáles son esos peligros?

Una de las cosas que uno recoge, dentro de las organizaciones donde uno trabaja y entre las personas a las que me ha tocado prestarles apoyo, es el miedo que evidentemente se siente. Allí hay unas amenazas muy claras, explícitas, muy evidentes. Amenazas que se hacen y se ejecutan desde el poder. Es un miedo real, entre otras cosas, porque las condiciones del contrato social, que reposa en la Constitución y en las leyes, están rotas. De modo que las personas no pueden confiar en el marco social. Y la pregunta que nos hacemos en nuestro trabajo es ¿Cómo contener el miedo? Lo que no significa evadirlo o eliminarlo, sino darle el espacio donde esté contenido, para que no nos desborde, para que podamos pensar. El tema es cómo podemos evaluar, lo más realista posible, ¿cuáles son esas amenazas? Para poder tomar decisiones inteligentes sobré cómo me protejo y cómo funciono estratégicamente ante esa serie de amenazas. 

Es obvio que estamos ante una cultura autoritaria, que quiere imponerse a trocha y mocha. ¿Qué forma de vida y qué valores están en juego?

El hecho de que el poder se imponga a partir del miedo, sin duda, tiene profundas consecuencias, no sólo en el individuo que experimenta este miedo continuo, sino en el resto de la sociedad, entre otras cosas porque impacta la manera en que nos relacionamos y convivimos. Eso ha sido ampliamente estudiado desde la sociología, desde la antropología, con términos como la cultura del miedo, la cultura del silencio. Básicamente, cuando se impone el miedo, las relaciones tienden a distanciarse, la gente tiende a aislarse. Empieza a imperar la desconfianza. Y aquello que llamamos el tejido social o el capital social se empobrece. Tengamos en cuenta que la capacidad de un país reside en su tejido social. Es a través de procesos colaborativos que construimos sociedad, procesos económicos, culturales y políticos. No hay cómo hacerlos con un individuo aislado. Claramente, hay una afectación en el día a día, pero además un empobrecimiento de la vida colectiva, desde lo económico hasta lo cultural, pasando por la salud de las personas. Sabemos que en las sociedades cerradas (léase también autoritarias) es donde la gente se enferma más; mientras que en las sociedades abiertas (léase también democráticas), en aquellas donde hay mayor conexión, son más saludables. 

Sabemos que el miedo paraliza, pero también puede ser un agente de la movilización y la acción, justamente cuando identificamos amenazas. ¿No hay una contradicción aparente en esta idea?

Es una pregunta muy pertinente, porque es algo que se viene entendiendo en tiempos recientes. Esas respuestas que, en cierta medida, parecen contradictorias. Conocíamos, desde los años 40 del siglo pasado, la respuesta de movilización. Es decir, la respuesta de lucha o huida. Sí, es una respuesta fisiológica que pone el cuerpo y la mente en alerta y prepara, con frecuencia cardiaca y respiratoria, con tensión muscular, al organismo para luchar o correr. Pero hace 10 o 15 años, se empezó a sistematizar la comprensión de la respuesta que nos paraliza. Sabemos que está instalada de manera filogenética en la evolución del hombre y es una respuesta extrema ante una situación de amenaza. En esta circunstancia, el organismo siente que no tiene escapatoria. Es la respuesta que vemos en los animales que se paralizan ante los focos de los carros que alumbra el camino en una carretera. Los animales no corren, se quedan paralizados. Se trata de una respuesta extrema, de miedo. Ante el peligro de ataque, por ejemplo, hay animales que simulan estar muertos y esa respuesta de parálisis viene muchas veces con defecarse encima. Es una respuesta protectora, porque hace que los animales predadores duden si su presa está viva o muerta y a veces no atacan. El hombre también tiene esta respuesta extrema instalada en su organismo. Y, cuando sentimos la respuesta de parálisis, nos sentimos en total desconcierto. Entonces, sí. Un poco lo que dices. Esta gama de respuestas genera retos distintos. 

¿En qué sentido?

A la persona que está muy paralizada, hay que ayudarlo a conectarse, a activarse, con sus capacidades de defenderse, con su fuerza, con su energía para que puedan recuperar su capacidad de pensar y actuar. Y, aquel que está demasiado desbordado, porque la activación lo tiene abrumado, hay que ayudarle a contener esa emoción, para que pueda seguir teniendo esa energía de manera canalizada. 

¿Cuáles son las acciones que producen temor y tienen un sentido político?

Hemos visto expresiones y acciones que buscan claramente aterrorizar. Por supuesto, tenemos amenazas claras y explícitas, hechas de manera pública, por figuras centrales del chavismo. Amenazas que llevan a las fuerzas policiales, a las fuerzas represivas, a encarcelar, con la expresa intensión de aterrorizar a las personas. Resultan insólitos los mensajes publicitarios de los organismos de seguridad que, de manera muy evidente están construidos para generar terror. Y lo digo porque van dejando las pruebas muy claras de que en Venezuela se cometen crímenes de lesa humanidad, con lo cual dejan ver que se trata de una política sistemática del Estado. De la que toman nota los organismos internacionales. Además, se ponen en práctica toda una serie de mecanismos para sembrar incertidumbre. Se crea desconfianza cuando se hacen denuncias anónimas. Entonces, ¿En quién se puede confiar? Las agresiones aleatorias, la detención de personas que no necesariamente están involucradas en política, de alguna manera, también están diseñadas para generar terror y tratar de controlar a la población a través del miedo, del terror. 

Hay varias características que uno podría identificar, cuando las fuerzas policiales y militares irrumpen en los barrios y en las zonas populares de Caracas y otras ciudades de Venezuela. Y lo curioso, lo llamativo, es que pudieran tener un sentido unificador, porque la gente empieza a verse, los unos a los otros, en medio de una acción del Estado. ¿Cuál es su opinión?

Algunas de las expresiones que hemos visto de las OLP son terribles y fueron devastadoras en varios lugares. Por supuesto, la gente quedó muy afectada, muy asustada. Pero también (hay un registro muy claro) de que en varios lugares, esa acción desmedida de las fuerzas policiales y militares llevó a la gente a organizarse para cuidarse y surgieron expresiones alternativas para interconectarse y para colaborar. Te puedo decir que, como parte del Proyecto Catuche, varias madres de esa localidad se organizaron para negociar unos acuerdos de convivencia con las bandas armadas del sector. Ese fue un proyecto seminal muy significativo. Desde hace más de 10 años no ha habido un asesinato en Catuche. Esa experiencia se ha replicado en otros lugares para generar, ante la violencia estatal, una respuesta de comunidad para atender a sus jóvenes, que están buscando escucharse entre sí, para ver cómo gestionan sus necesidades de manera preventiva. Y, además, para generar planes de prevención y alertas tempranas para resguardarse de la acción policial. Enfrentar en algunos sitios, porque no es fácil, las amenazas que eso representa. Pero los hemos visto. Y las personas que se involucran en esos planes adquieren o profundizan una conciencia política muy interesante, porque entienden un derecho fundamental que es la vida.

¿Qué podríamos decir del tsunami represivo que se ha desatado, como expresión del resultado electoral del 28-J? 

Lo que sabíamos, lo que va restando de gobierno es la fuerza fáctica. Se trata de una lógica militar que pretende gobernar, simplemente, por la fuerza. Es un planteamiento muy pobre, que no tiene ninguna posibilidad de construir país, a mediano plazo. En el mejor de los casos, su mejor opción es atrincherarse desde la fuerza. Pero poder crecer como fuerza política, como construcción colectiva, ya no es una posibilidad dentro del ideal político que en algún momento pudo tener. El número tan grande de personas detenidas, las expresiones tan explícitas de figuras gubernamentales para ejecutar esas acciones que, en muchos casos, podrían significar crímenes de lesa humanidad, dejan muy al descubierto la profundización del autoritarismo. Para los gobiernos aliados de la izquierda democrática ya resulta muy difícil retratarse con el chavismo. 

¿Qué nos queda como alternativa? ¿Cuáles serían las opciones frente a la profundización del autoritarismo en Venezuela?

A punta de fuerza, el gobierno podría controlar una parte importante de la sociedad venezolana. Pero el país que sigue atendiendo la urgencia de las necesidades diarias, tendrá que seguir atando voluntades, más allá de un Estado que ha abandonado sus funciones. Allí es donde está el reto de una resistencia cotidiana. ¿Qué puedo decir? Que es grotesco. Que la opción que tomó el gobierno es muy poco estratégica a largo plazo. Que es una tragedia para el país. Nos toca tener que enfrentar esa locura. 

¿Podrías enumerar qué tenemos que perder si el miedo, finalmente, se impone en la sociedad venezolana? ¿Podrías hacer una aproximación sucinta de esos factores?

No quisiera transmitir la idea de que esto se hace con la idea de que no tenemos miedo. No. El miedo tiene un sentido y tiene un lugar, como lo aclaramos al principio. Tenemos que darle su justo lugar y entender que estos son tiempos peligrosos. Pero tampoco podemos dejarnos dominar en nuestra capacidad de pensar y razonar. Voy a la enumeración. Uno, perdemos de vista nuestras fortalezas. Lo primero que sucede ante una amenaza, ante la incertidumbre, es que podemos perder de vista las fortalezas que nos han traído hasta acá y ese es un eje central para poder seguir resistiendo. Dos: el miedo, como decíamos, nos lleva a aislarnos. Realmente, la capacidad de sobreponernos y resistir (a lo que se nos quiere imponer) está en nuestra disposición de conectarnos, de colaborar y de transmitirnos apoyo. A todo lo que Winston Churchill apelaba, en las horas más oscuras de la Segunda Guerra Mundial, fue justamente a la hermandad; a la sensación de que estamos juntos frente a la creciente amenaza de la Alemania Nazi. Tres: si nos dejamos inundar por el miedo, si no lo contenemos, entonces perdemos la capacidad de pensamiento estratégico y nos desorganizamos. Sabemos que la situación es compleja, pero tenemos que seguir pensando con inteligencia. Cuatro: ante una amenaza como la que estamos viviendo, a veces es difícil que la gente no se sienta agotada o desalentada. Necesitamos que la gente pueda seguir teniendo la energía para resistir. Entonces, no perder el sentido, el propósito de por qué seguimos trabajando para Venezuela, de por qué queremos construir un horizonte que tiene que ver con ciertos valores compartidos. 

Si perdemos esos cuatro puntos, un grupo aumenta su poder y el otro grupo lo pierde. Sería un sacrificio del cual se beneficia la élite que controla el poder. ¿Eso sería una conclusión? 

En la medida que perdamos ese esfuerzo coordinado, colectivo, es decir, lo que nos ha llevado a seguir resistiendo, cedemos y dejamos de utilizar nuestro poder como resistencia. Hay que procurar que eso no suceda. Pero yo no lo leería así, sino al revés. Diría, por ejemplo, que después de 25 años de crisis política y de una pavorosa crisis económica, hayamos logrado hacer, a punta de expresión ciudadana, lo que se hizo el 28-J, creo que dice mucho y habla de un país con la capacidad y la voluntad de llevar a cabo acciones coordinadas. Nos hace pensar que, pese a la represión y al miedo, la gente es capaz de comprometerse y asumir que nos lleven a una vida democrática, a una vida mejor. Esa fuerza está latente, tenemos que seguir tejiendo redes de encuentro. Yo no creo que eso se vaya a perder, ni que lo puedan fragmentar, si en todo este tiempo no han podido romper esas expresiones de solidaridad y libertad. Yo tengo confianza, porque Venezuela es un país que, una y otra vez, cuando le ha tocado, se ha puesto de pie cuando le corresponde.

¿No es nuestra historia política reciente, la de todo el siglo XXI, una historia de miedo?

Sin duda. Una buena parte del discurso y de la contienda política ha movilizado a una parte de la población a partir del miedo. En términos del colectivo, de la masa, el miedo tiene la capacidad de generar pasiones y generar respuestas inmediatas. Por eso el político muchas veces acude al miedo para generar adhesiones y sumar seguidores. Además, hemos tenido amenazas muy reales y una lógica del poder que simplemente apela a la fuerza. Todo esto ha dejado una huella en todos nosotros; también en las comunidades, donde hacemos investigación. Sí, hay una marca de ese miedo cotidiano. Tenemos un país que con unos niveles de violencia sostenida ya durante muchos años. Lo que ha impedido que tengamos unos procesos más robustos de crecimiento. El miedo ha ocupado mucho del espacio político, mucho el espacio colectivo, y por eso nos haría bien no solo imaginarnos, sino hacer visibles los procesos de la gente, que está resolviendo sus necesidades de manera organizada; porque no lo hacen desde el miedo, sino desde la ética del trabajo colaborativo, en busca del bien común.


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