Morir en Cuba es una odisea: El infierno de la funeraria de Camagüey
SAN LUIS POTOSÍ, México.- La función primordial de las funerarias debería ser organizar entierros y proveer los objetos necesarios para ellos, como cajas y carros fúnebres, pero en Cuba la realidad es distinta; irónicamente, en vez de ofrecer un lugar donde los familiares despidan en paz a sus allegados, las funerarias fenecen y se van enterrando en sí mismas, sin poder escapar a la decadencia en que permanecen.
La de Camagüey evidencia el deplorable estado en que deben velar las personas a sus seres queridos. En medio del duelo que supone ver morir a un familiar, los cubanos deben enfrentar, además, la falta de condiciones para hacerlo.
El testimonio verbal y gráfico del corresponsal de CubaNet en Camagüey, José Luis Tan Estrada, demuestra el pésimo estado de la funeraria de su ciudad.
La primera odisea
El engorroso trámite para iniciar el proceso funerario comienza con la visita al policlínico cuando la persona fallece.
Sin importar la distancia que medie entre la institución y el hogar donde se produjo deceso, hay que acudir a buscar a la doctora que pueda certificar la muerte.
Sin un auto a su disposición en el policlínico, queda a cargo del familiar recoger y devolver al médico en cuestión.
Sin servicios especializados y transporte, los galenos deben trasladar a Medicina Legal el dictamen para poder enviar un carro fúnebre para buscar el cadáver del occiso y llevarlo a la funeraria.
En el caso particular de Camagüey, actualmente solo hay dos carros de guardia para el municipio entero.
De ellos, uno se halla casi en el suelo, destruido, aunque el otro es un poco más moderno, pero también en malas condiciones.
La siguiente odisea: la funeraria
Al entrar al recinto, sorprende la falta de higiene y el mal olor, que recibe a los visitantes. El hedor que desprenden los baños, tapados y sin agua, es insoportable.
Las tazas sanitarias están rotas y no existe forma de aliviar la suciedad que acumulan y que llega a pasar hasta dos días ahí. Los lavamanos están en condiciones semejantes.
El panorama empeora con la falta de luz, pues los baños están a oscuras, con la electricidad inservible.
En ocasiones, ese espacio sirve de baño a personas ambulantes que entran incluso a con un pequeño cubo de agua, dejando estancado en el piso el remanente de su aseo.
Las paredes y el techo completan una postal de la podredumbre: están marcadas con excremento de murciélagos y otras aves que han creado nidos dentro del lugar.
Una estructura en decadencia
La infraestructura del sitio peligra. El techo principal está cayendo, del mismo modo que el faslo techo de las capillas.
Con esa situación como telón de fondo, los asistentes a la funeraria se sumergen en un ambiente donde respirar se torna casi imposible.
Los cubículos de las capillas son cerrados y muy calurosos y solo una capilla cuenta con ventilador, desvencijado y casi sin empujar aire.
En este simulacro de infierno donde los cubanos lloran y se despiden de sus familiares, no existen adornos florales para homenajear al fallecido.
No venden coronas de flores; si el velatorio ocurre durante la noche, no hay posibilidades de ordenar hacer una para depositarla sobre el ataúd. Todos están obligados a comprar un ramito de azucenas o de rosas, pequeño, en 600 pesos, que muchas veces tiene flores marchitas.
La cafetería tampoco escapa a la decadencia. En mal estado y sin higiene para preparar los productos, ofrecen alimentos de muy mala calidad.
Muchos familiares se quejan también de la falta de servicio de agua potable; existía una máquina donde beber agua fría pero ahora está sucia y tiene mal sabor.
La odisea final
Con solo seis cristales para tapar los sarcófagos, no pueden coincidir más de seis cadáveres en la funeraria. Si están velando a 10 personas, cuatro se quedan cristal para mostrar el rostro del fallecido y sellar la caja.
Sin embargo, está prohibido en el lugar tener en la sala un cuerpo sin esa protección, que evita salir la pestilencia del cadáver y el olor fuerte del formol. Para no esperar a que se libere un cristal, los familiares se ven impelidos a buscar ese objeto por su cuenta.
El sufrimiento se acrecienta si quieren recurrir a la cremación. Los camagüeyanos deberán cerciorarse primeramente de que haya electricidad. Si hay afectación eléctrica por apagones, tendrán esperar a que se restablezca el servicio para lograrlo.
La espera puede prolongarse por otras situaciones. Las filas para incinerar los cadáveres son extensas y se duplica el número de peticiones debido al creciente número de personas de Ciego de Ávila que acuden a Camagüey con el mismo fin.
Hasta cinco o seis horas deben esperar los ciudadanos por su turno para reducir a cenizas a sus familiares en un lugar intrincado de Camagüey, donde se ubica el único crematorio que casi siempre funciona.
La crisis estructural que golpea a la Isla abarca también los servicios necrológicos. Recurrentes denuncias de cubanos que tienen que lidiar con demoras y carencias en un momento tan delicado, exponen el fatigoso proceso que lleva a otro umbral el duelo.
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