La complejidad de la situación venezolana es un escenario que, visto desde las lentes de la geopolítica y la filosofía política, no se reduce a una simple ecuación de cambio de poder. En un mundo donde las fuerzas del capital y las ideologías compiten por el dominio de las almas y los recursos, Venezuela se erige como un tablero donde el juego es mucho más profundo de lo que parece a simple vista.
Imagina, por un momento, que la administración estadounidense lograra instalar un gobierno afín en Caracas, un gobierno dispuesto a abrir las puertas de su economía a la inversión extranjera y los flujos de capital. ¿Qué ganaría Estados Unidos con este movimiento? Sin duda, acceso a una de las mayores reservas de petróleo del mundo, un recurso vital en la perpetuación del modelo económico global que Washington defiende. Pero, más allá del oro negro, lo que se obtendría sería un espacio geopolítico estratégicamente alineado, un bastión desde donde irradiar la influencia norteamericana sobre una región históricamente inestable y tentada por el antiimperialismo
Sin embargo, hay una dialéctica más sutil en juego. Venezuela, en su estado actual, sirve también como un ejemplo palpable del "peligro" del comunismo, un espectro que ha sido invocado una y otra vez para justificar la lucha y el sacrificio dentro del sistema capitalista. Como Platón argumentaría en su "República", los mitos y las historias que contamos tienen un poder inmenso para moldear la sociedad. El caso venezolano, como el cubano, opera como un mito viviente en la psique colectiva de Estados Unidos, recordando constantemente a su población que, por mucho que el sistema actual les exija, siempre hay algo mucho peor esperándoles al otro lado de la valla.
En este sentido, mantener a Venezuela como un "enemigo ideológico" sirve a una función interna dentro de la sociedad estadounidense, un papel que no es menos importante que el de un régimen títere dispuesto a cooperar con las multinacionales. Venezuela se convierte, entonces, en el espejo distorsionado que refleja los temores más profundos del ciudadano promedio, alimentando la narrativa de que el consumismo, con todo su vacío existencial, sigue siendo preferible a la miseria del socialismo.
Pero, ¿es este miedo realmente un baluarte contra el mal mayor, o es más bien una herramienta de control, una técnica sofisticada que utiliza el miedo al "otro" para mantener el status quo? Aquí es donde la filosofía del "Arte de la Guerra" se cruza con el pensamiento crítico: el enemigo externo, real o imaginado, siempre ha sido el mejor aliado del poder. Y cuando un sistema necesita reforzar su legitimidad, nada mejor que un ejemplo concreto del caos que espera si se apartan del camino establecido.
Así, la pregunta fundamental es: ¿Realmente desea Estados Unidos un cambio en Venezuela, o su presencia como un icono del miedo y el fracaso es más valiosa para perpetuar un orden social donde el miedo al comunismo justifica cualquier sacrificio? ¿Y si al final, el verdadero combate no es contra un régimen opresivo en otro país, sino contra el propio miedo que se ha instalado en la mente de aquellos que, en su afán de evitar lo peor, siguen soportando lo que simplemente es?
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