San Juan Crisostomo, predicador sin miedo, por María García de Fleury
800 Noticias | Maholy Meneses
Juan nació en Antioquía, Siria, en el año 347 y desde jovencito demostró tener cualidades admirables como orador. Se hizo sacerdote y todos reconocían que su capacidad de hablarle a la gente acerca de las escrituras era fuera de lo común.
Pasó seis años como monje en el desierto, dedicado a hacer penitencia y a estudiar la Biblia, esto consolidó en él un carácter de sobriedad que le daba una gran fuerza a sus palabras que sacudían a los oyentes por su franqueza. Juan se vio víctima renuente de una artimaña imperial para nombrarlo obispo en la ciudad de Constantinopla, que era la ciudad más grande del imperio.
Ascético, modesto, pero digno y aquejado de dolencias estomacales causadas por los ayunos en el desierto, Juan se convirtió en obispo bajo la nube de la política imperial, aunque era muy cercano a la corte imperial, no cambió nunca su forma de ser ni de hablar. Fustigaba la corrupción, lo que hizo que muchos comenzaran a detestarlo porque estaban apegados a sus privilegios, a su indolencia y a sus vicios, sin embargo, otros muchos lo amaban por hablar siempre la verdad.
Si su cuerpo era débil, su lengua era poderosa. Juan era un moralista en el sentido positivo del término, extraía de los dichos bíblicos normas de comportamiento coherentes con la vida de un bautizado,el contenido de sus sermones, su exégesis de las escrituras siempre tenían mucho sentido, a veces el punto dolía a los altos y a los poderosos.
Juan deploró el protocolo judicial que le otorgaba precedencia ante los más altos funcionarios estatales. Él no sería un hombre mantenido. Su celo lo llevó a una acción decisiva. Los obispos que llegaron a sus cargos por medio de sobornos fueron destituidos, muchos de sus sermones pedían medidas concretas para compartir la riqueza con los pobres.
A los hombres casados no les gustaba escuchar de la boca de Juan que estaban obligados a la fidelidad conyugal tanto como lo estaban sus esposas. Cuando se trataba de justicia y caridad, Juan no reconocía dobles estándares. Distante, enérgico y franco, especialmente cuando se entusiasmaba en el público, Juan era un blanco seguro para la crítica y los problemas personales.
Teófilo, arzobispo de Alejandría y la emperatriz Eudoxia estaban decididos a desacreditar a Juan. Teófilo temía el crecimiento en importancia del obispo de Constantinopla y aprovechó la ocasión para acusar a Juan de fomentar la herejía. Teófilo y otros obispos bravos recibieron el apoyo de Eudoxia, a la emperatriz le molestaban los sermones que contrastaban los valores del evangelio con los excesos de la vida de la corte imperial.
Intencionalmente o no, los sermones que mencionaban al espeluznante Jezabel y a Limpía Herodías se asociaban con la emperatriz, quien finalmente logró exilar a Juan y murió en el exilio en el año 407. La predicación de Juan Crisóstomo, a quien llamaban boca de oro, ejemplifica el papel del profeta, para consolar a los afligidos y afligir a los cómodos.
Por su honestidad y valentía pagó el precio de un ministerio turbulento como obispo, vilipendio personal y exilio. Sin embargo, su sabiduría permanece intacta a lo largo de los siglos, pues fue un hombre y un sacerdote convencido de que en todas las cosas uno debía dar gloria a Dios y serle fiel, porque sabía que con Dios siempre ganamos.
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