martes, 21 de enero de 2025

Francisco Suniaga: “El destino de los héroes es la derrota”

 

Francisco Suniaga: “El destino de los héroes es la derrota”

El Pacificador, editada por Alfa en 2024, es la quinta novela de Francisco Suniaga, habla del presente desde lejanos episodios, ambientados en la guerra de Independencia cuando España envía una flota de 60 buques y 10.000 hombres, comandada por el Mariscal de Campo Pablo Morrillo, a realizar una gesta imposible: pacificar los territorios del Nuevo Mundo.

Francisco Suniaga, nacido en La Asunción, capital de Nueva Esparta, en 1954, suele pensar en Clint Eastwood. El actor y director cinematográfico le cierra la puerta al viejo que nos espera haciendo películas, el escritor margariteño lo hace pariendo novelas. A la historia de El Pacificador le tomó cuatro años convertirla en un libro. Concluyó el manuscrito en diciembre de 2022, a lo que siguió lo que con frecuencia parece una tarea inacabable de edición, hasta su publicación en noviembre del año pasado. “Las estadísticas me dan entre 10 y 15 años más de vida, así que tres o cuatro años es un buen pedazo”-dice el autor.

Hijo de un sastre y músico, amigo del baile y el jolgorio, y de una secretaria celosa guardiana de la disciplina del hogar, ninguno de los dos pasó de sexto grado, Suniaga nunca pensó en ser escritor. En su casa no había libros ni entraba con frecuencia el periódico. Se imaginó de pelotero del Magallanes – se avergüenza de decirlo para evitar que se le compare con otro que sí debió ser pelotero- y quiso estudiar medicina por el ejemplo de su tío Rafael, un héroe familiar que se hizo doctor a los 32 años. Cuando viene a Caracas a estudiar allanan la UCV y se inscribió en el Pedagógico, egresó como profesor de inglés, dio clases y estudió de noche para abogado en la Universidad Santa María.

Cursó un postgrado en Derecho Internacional en la Universidad de Columbia y de regreso de Nueva York, se vinculó con el diario Economía Hoy, tristemente desaparecido, antes de la mortandad de los medios, y de pronto se vio escribiendo en la prensa como un articulista. A finales del siglo pasado, tras una incursión en la política en la acera adeca con visos de renovación, aunque frustrada, se mudó a Frankfurt, donde su esposa Guillermina Da Silva, diplomática de carrera, había sido designada cónsul. Suniaga trabajó para las Naciones Unidas en Timor Oriental y en un buen día de su estancia europea apareció por azar el hilo de una historia que lo llevó a escribir “La otra isla”.(2005), un inesperado éxito editorial que colocó su nombre entre las firmas a seguir en el panorama literario venezolano.

En 2008 aparece su celebrada novela “El pasajero de Truman” que lo consolidó como un escritor profesional. Su obra narrativa continuó con “Margarita Infanta”, (2010),  que contiene una serie de relatos de su tierra natal antes de ser devorada por la urbanidad y la atracción turística, y luego vuelve con su personaje de la primera novela, el abogado José Alberto Benítez, un hombre con una visión romántica de la vida y una ética kantiana, como lo ha descrito, en “Esta gente”(2012) y “Adiós Miss Venezuela”(2016).

“El Pacificador” le ha exigido infinidad de mañanas, desde muy temprano, con música clásica bajita, “muy suave, y una o varias tazas de té, para hurgar en la desventura de Pablo Morillo y teclear y teclear sobre aquel pasado tan incierto como este presente. “Siempre me gustó leer historia”, dice.

— ¿Desde cuándo rondaba en su cabeza “viajar” con Pablo Morillo a Tierra Firme en su labor pacificadora de las posesiones del Nuevo Mundo?

—Siempre pienso y considero la historia en cuanto puede establecer puentes con la realidad en la que vives, hacer proyecciones y alcanzar conclusiones, considerando esos elementos históricos para explicar el presente. No quería escribir una novela histórica al uso, sino algo distinto, sobre todo porque yo escribí El Pasajero de Trumancon la idea de que era una novela del presente sobre un episodio del pasado, pero todo el mundo dijo que era una novela histórica y así quedó, según dijeron algunos. Quería contar un Morillo que estuviera ligado de alguna manera con la realidad actual, y se me ocurría crear un personaje que permitiera que eso fuera creíble. Después que me puse a bocetear el proyecto llegué a la conclusión de que eso iba a ser una novela de 900 páginas, eran dos novelas y eso no tenía sentido. Desde un primer momento no decidí que fuera Morillo el personaje central, sino que me puse a investigar a Morillo y me di cuenta de que era un personaje fascinante, del que los venezolanos conocíamos poco, de dónde venía, cuál era su planteamiento, cuáles fueron sus políticas iniciales y como él poco a poco se enchiqueró en la guerra de Independencia cuando esos no eran sus propósitos, ni sus órdenes, ni sus deseos.

— ¿La novela que concluyó se parece a lo que tenía en la cabeza, a las primeras líneas que puso en la pantalla de la computadora?

—A lo mejor es así, pero por la circunstancia de que yo sabía cuál era el final. Cuando me senté a escribir ya estaba al tanto de que Morillo terminaba derrotado y de regreso a España. ¿Cuándo se produce la derrota?, no hay un momento específico de la derrota. Se pudo dar cuando se vuela el barco San Pedro Alcántara, o cuando pierde a 3.000 hombres en la toma de Cartagena, o cuando se pierde la Nueva Granada en 1819.

—Morillo venía con una empresa pacificadora pero  las circunstancias de la guerra, más varios infortunios y decepciones, lo llevaron a cometer atrocidades, ¿están condicionados los pacificadores a ser derrotados política y moralmente? 

—Están como condicionados. Hay un refrán que dice que el que se mete a redentor, termina crucificado, y es algo que ocurre con mucha frecuencia. Quien pretende estar en el medio, salvar las diferencias, convocar a la unidad, todo eso, termina estrellado contra las polarizaciones políticas, contra los extremos.

—La voz quejosa y vencida de Miranda lo acompaña a lo largo de la aventura en Tierra Firme, ¿le llaman más la atención los personajes derrotados que los victoriosos? 

—No en particular, lo que pasa es que esta es la historia de un personaje derrotado. Más aún, Morillo es un perdedor, el tipo clásico del perdedor. El destino de los héroes es la derrota, está signada, está en el destino de los héroes. Así le ocurre también a José Alberto Benítez en mi novela “La otra isla”.

— ¿Francisco de Miranda es, claramente, el segundo personaje de El Pacificador?

—Claro, porque hay un diálogo que se mantiene en toda la novela. El diálogo del segundo capítulo se sigue desarrollando a lo largo del texto. En ese encuentro ficticio entre Morillo y Miranda, posible, pero que es probable que no se hubiera realizado porque hubiera quedado registrado, traza un paralelismo necesario entre dos personajes que intentaron de alguna manera cambiar el curso de la historia en Venezuela, en causas distintas pero con la misma intención de variar el rumbo. La experiencia de Miranda era si se quiere mucho más dolorosa, porque los que lo entregaron y lo ponen en la condición en la que muere, fueron quienes el mismo dirigía, de quien era el jefe y mentor. Miranda era en principio el mentor, una especie de gurú. Bolívar tenía verdadera admiración por Miranda, que no hayan sido los españoles sino los propios suyos, los que él adoctrinó, los que él convocó, quienes escucharon sus discursos, a quienes les enseñaba cuál era el objetivo, bueno, esos mismos fueron los que lo entregaron. Hago uso de una licencia para que la voz de Miranda acompañe el relato pero siempre sobre los elementos históricos de que dispongo sin sacrificar la verosimilitud que exige la ficción.

—Ha tenido la particularidad de poner en la discusión pública sus novelas. Lo hizo con El Pasajero de Truman, y confío que ahora ocurrirá también con El Pacificador, ¿sabía que sería así?

—Aspiraba a que generara una reflexión entre quienes estamos viviendo el presente, para tener el pasado como una referencia clara. No siempre lo que uno aspira a transmitir en lo que escribe lo logra, pero en esta novela está bastante claro porque los patrones de conducta son los mismos, entonces la gente inmediatamente los identifica.

—Cuando Morillo firma el armisticio de Santa Ana, ya sabe que perdió. ¿Por qué es tan complejo reconocer la derrota? 

—Él lo considera una humillación y se pregunta por qué tengo que ser yo, que he combatido durante cinco años a esta gente, el que tenga que hacer la negociación para un armisticio que en realidad es una rendición. Él aspiraba a que viniera otro General que le permitiera a él, irse antes de las negociaciones y firmara el armisticio.

—¿Es muy duro reconocer la derrota?

—A todos nos es difícil admitirla.

—¿Morillo termina siendo, como dice en la novela, uno de los “hombres rotos” de España?

—Morillo quería que lo reemplazaran por otro, vino por un año y ya tenía cuatro o cinco. Doce veces pidió que lo trasladaran a España y doce veces se lo negaron. Pidió refuerzos una y otra vez, tampoco se los mandaron, lo que le mandaron fue un nombramiento de conde de Cartagena y de Marqués de La Puerta. Dicho sea de paso, ese es un comportamiento curioso. Hay un episodio de la Segunda Guerra Mundial en Stalingrado (hoy Volgogrado) cuando a Hitler los rusos le cercan al sexto ejército alemán al mando del general Friedrich von Paulus, y éste le hace una solicitud al Führer argumentando que lo conveniente es negociar los términos de una rendición. Hitler le responde ascendiéndolo a mariscal de campo porque en la historia alemana nunca un mariscal de campo se había rendido. En la vieja forma de concebir la guerra, la rendición era muy difícil para un jefe militar. En la Guerra Civil de Estados Unidos, el general Ulises Grant se empeña particularmente en que la ceremonia de la rendición del general Lee (Robert Edward Lee) no sea una humillación, porque era un tipo al que que todos los militares veneraban, un extraordinario militar, formado en West Point, el mejor estudiante, el mejor cadete, el mejor oficial, y mayor que todos ellos. Las rendiciones son algo rompedor, definitivo para un jefe militar de esta talla, siempre lo fue, y para Morillo lo fue firmar ese armisticio. En las memorias de O’Leary se describe esa parte de la firma y la comida posterior, por eso lo cito diciendo que “no mostró más abnegación Bolívar en servicio de su patria, que Morillo en defensa de su rey.

–La visión de Bolívar es desde la mirada realista, un monstruo pero también un genio político, capaz de hazañas inimaginables. ¿Nos persiguen los héroes de esta dimensión?

—El voluntarismo es uno de los elementos más notorios del liderazgo de Bolívar, que es un rasgo característico de los líderes populistas, es decir, creer que la voluntad es suficiente para lograr cosas que simple y llanamente la ciencia niega. Por ejemplo, los milagros económicos populistas, el pleno empleo, la ciencia ha estudiado eso y la ciencia dice que no es sostenible en el tiempo. Pero lo que Morillo seriamente opina de Bolívar es que como estratega militar no es bueno pero como General capaz de llevar a sus soldados y sus hombres a hacer lo impensable, lo sobrenatural, no hay quien lo supere y por eso la campaña de la Nueva Granada como la hizo Bolívar los sorprende porque era una vaina sobrenatural.

— ¿Vendrá de allí que nuestros líderes, en distintos momentos, se hayan puesto encima la realización de tareas gigantescas?

—Bolívar como héroe siempre ha sido el modelo del héroe venezolano. Todos los dictadores venezolanos, todos, sin excepción, desde Páez hasta Maduro tenían a Bolívar como modelo, todos eran bolivarianos, todos los citan “como hizo Bolívar, como lo dijo”.  Hay una herencia, la larga sombra de Bolívar, que nos alcanza hasta ahora, para bien o para mal.

—Es Bolívar un hombre fracasado en su idea de la gran unidad de las naciones de la América hispana, ¿cómo se lo explica?

—Fracasa porque hay otros hombres con objetivos menores. Bermúdez quería ser jefe en el oriente, en Cumaná concretamente, el otro quería ser jefe en Guayana. Páez en llanos, entonces de repente viene Bolívar con aquel sueño y eso es muy complicado, entonces la capital va estar en Bogotá mientras se construye una ciudad que se va a llamar Colombia, una ciudad que sea equidistante entre Bogotá y Caracas. Esa idea tenía reservas durante la guerra y esa es la razón del golpe militar que da (Juan Bautista) Arismendi. El primer golpe militar de Venezuela fue el de Arismendi al Congreso de Angostura. Depone al presidente que Bolívar dejó encargado, el vicepresidente (Francisco Antonio) Zea, porque era neogranadino, y asume la presidencia ejecutiva en ausencia de Bolívar.

—Morillo odia la guerra que libra, lucha contra fuerzas que le superan, en hombres y armas, también en conocimiento del terreno, se siente abandonado por su propio Rey y, a la vez, sucumbe los encantos de Caracas y sus mujeres ,en especial la negra Bernarda. ¿Hay allí libertad absoluta del narrador o hay visos de realidad?

—También admira a los llaneros como combatientes, por su forma de librar las batallas, su falta de disciplina. Él no entendía como podían ser tan indisciplinados y al mismo tiempo tan mortíferos a la hora de pelear, cada quien peleando a su aire. Morillo era estratégicamente un fanático de la disciplina militar. Lo mismo que le pasa a Miranda, exactamente eso.

¿Son ficción sus encuentros amorosos con la negra Bernarda?

—Es ficción, ficción pura porque no vi ninguna nota en todo lo que leí sobre Morillo que aludiera a eso, lo único que sí hay es su devoción por la esposa que deja en España, con la que se casa por poderes, que entrega en Canarias. Es un recurso para darle un poco de sabor a la historia.

— ¿Qué significa El Pacificador en la obra narrativa de Francisco Suniaga?

—La quinta novela y no hay quinto malo.

— ¿La más compleja de todas?

—Creo que sí, la que me ha tomado más tiempo, la que me ha resultado más compleja y más difícil de escribir.

— ¿Y la que le dio más placer al terminarla?

—Sin duda, porque cuando te propones un objetivo y le dedicas mucho tiempo, concluirlo es muy, muy placentero, te sientes muy satisfecho de no haber abandonado, no haberte perdido en el camino. Hasta ahora me parece que la reacción de la gente es buena y eso me tranquiliza. Es como cuando un pintor hace una exposición y no sabe si a la gente le va a gustar o no.

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LA GRAN ALDEA

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