«Le decía yo: «¡Ay, yo no tendré nada que dar a Dios a mi muerte: tengo las manos vacías! Y eso me entristece mucho.
"Claro, tú no eres como «el bebé» (algunas veces se daba a sí misma este nombre), que sin embargo se encuentra también en esas mismas condiciones... Aunque yo hubiese realizado todas las obras de san Pablo, seguiría creyéndome un «siervo inútil»; y eso es precisamente lo que constituye mi alegría, pues, al no tener nada, lo recibiré todo de Dios"».
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