“Venceréis, pero no convenceréis”
La frase con que titulamos es atribuida a Miguel de Unamuno, quien se enfrentó en el paraninfo de la Universidad de Salamanca a las hordas fascistas que gritaban “¡Muerte a la inteligencia, viva la muerte!”. Los vencedores de la Guerra civil española, con apoyo de Hitler y Mussolini, imponían un régimen militar que conduciría a ese país a la Edad Media. La fuerza y la violencia permitió el triunfo de los golpistas, España quedó en manos del dictador Francisco Franco y seres de bajísima calaña, como Millán Astray, pudieron conducir a Unamuno a la reclusión. Vencieron. La dictadura se mantuvo por casi 40 años condenando a la pobreza extrema a la madre patria.
Los españoles tenían pocos caminos a su disposición: la miseria, el exilio, la cárcel, la clandestinidad o la muerte. Esa situación tan atroz contó, para sorpresa de muchos, con académicos, empresarios, periodistas, diplomáticos y religiosos dispuestos a justificar el crimen convertido en gobierno. Para aquellos, Franco no era un dictador sino el “caudillo de España por la gracia de Dios”. La situación era camuflada de mil maneras para lograr que una persona permaneciera en el poder de espaldas a la voluntad popular. Se censuró a la prensa, se ilegalizaron los partidos, se impuso el totalitarismo y el personalismo eliminó todo vestigio de separación de poderes.
De todo ello, ¿qué quedó? Tras la muerte del dictador, los españoles, a tientas, fueron reconstruyendo sus instituciones. Se revirtió todo lo impuesto por esa dictadura, los ciudadanos volvieron a ejercer el derecho al voto, los partidos políticos volvieron a la legalidad y la libertad de expresión fue nuevamente ejercida. Hoy en día, España es una democracia plena. Aquellos que se prestaron para respaldar y blanquear a la dictadura fueron sumergidos en la vergüenza y el olvido porque para todos fue claro que lo hacían por motivos indecibles.
Los gravísimos crímenes de la Guerra civil y de la dictadura continúan bajo un manto infame de impunidad, pero hay esfuerzos sinceros por restituir la memoria histórica para que tales hechos no vuelvan a repetirse jamás.
¿Los venezolanos de hoy podemos aprender de esa experiencia? Creo que sí y mucho. Pero en particular rescataría una moraleja para los normalizadores de todo tiempo y lugar, para los equidistantes y tibios, para aquellos “analistas” que piden “pasar la página” cuando hablan de la voluntad popular expresada en votos el 28 de julio y se hacen los ciegos frente a la violación sistemática de derechos humanos. Aunque sean “respetados” empresarios, intelectuales, académicos, periodistas, diplomáticos o religiosos, muy a su pesar, la democracia y la libertad siempre se abrirá camino y aunque en el presente no luzca claro, hoy podrán vencer pero nunca, nunca, convencer.
jcclozada@gmail.com / @rockypolitica
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