La hora de los monstruos
... sabemos que los antisistema –comunistas, fascistas, neopopulistas, dictaduras militares de derecha—suelen agravar todos los problemas que supuestamente pretenden solucionar.
Carlos Alberto Montaner
EL DIARIO EXTERIOR.COM, 14 febrero 2015
Las preguntas son muy incómodas. ¿Por qué las sociedades
eligen gobernantes antisistema que las conducen al despeñadero? ¿Por qué los
venezolanos votaron a Hugo Chávez a fines de 1998, los griegos acaban de
hacerlo con Alexis Tsipras y es posible que los españoles repitan esa forma de
suicidio cívico dentro de unos meses dándole la mayoría de sus votos a Pablo
Iglesias, un neocomunista simpatizante del chavismo, como lo calificó, muy
orgulloso, Diosdado Cabello, presidente del Congreso en Venezuela y el poder
tras el delirante trono de Nicolás Maduro, ese ornitólogo y médium, experto
en la comunicación con los pájaros y los muertos?
La clave está en la fragilidad de
las democracias liberales, un débil diseño institucional surgido a
fines del siglo XVIII para ponerle fin al “antiguo régimen”. Una forma de
gobierno basada en la combinación de libertades políticas y económica, que
exige el inexorable cumplimiento de los principios en los que se sustenta y
proclama para poder prevalecer. El consenso general define estos diez
principios:
1. Todas las personas, y muy
especialmente quienes participan del poder, tienen que colocarse bajo la
autoridad de la ley y no puede existir impunidad para los violadores de las
normas.
2. Es indispensable la transparencia
total en los actos de gobierno y la rendición de cuentas periódicas y
obligatorias.
3. La Constitución existe para
proteger los derechos de los individuos, incluso y especialmente de la voluntad
de las mayorías.
4. El Estado posee el monopolio de
la violencia por libre delegación de la sociedad que regulará y vigilará el uso
de esta delicada facultad por medio de quienes administran la justicia.
5. La justicia (y la solución de los
conflictos) tiene que ser absolutamente independiente, razonablemente
eficiente, rápida y ajustada a Derecho.
6. La actitud y el comportamiento de
los funcionarios, tanto de los elegidos como de los contratados, deben estar
teñidos por el espíritu de servicio público. Los funcionarios forman parte de
la administración del Estado para servir a la sociedad dentro de las reglas. No
están ahí para mandar, sino para obedecer a quienes les pagan sus salarios por
medio de los impuestos.
7. El método de cooptación y
reclutamiento en la esfera pública es la meritocracia y no la arbitrariedad
partidista ni el clientelismo.
8. Las personas deben percibir que
tienen una posibilidad razonable de “buscar la felicidad”, siempre y cuando
actúen dentro de las reglas. No se define esa fórmula vaga porque la felicidad
o el sentido del éxito personal varían notablemente.
9. Es vital que los individuos
perciban que si estudian, trabajan, se esfuerzan y cumplen las reglas, sus
formas de vida mejorarán paulatinamente. Nada concede más estabilidad a una
sociedad que la esperanza en un futuro mejor.
10. Una democracia liberal no puede darles la espalda a los
ciudadanos que padecen serias desventajas. La cohesión social aumenta cuando
está presente la solidaridad.
Cuando uno o más de estos principios comienzan a ser
ignorados y esa hipócrita transgresión coincide con una crisis económica
severa, ante los ojos de muchas personas, poco a poco, se devalúa la forma de
relación entre sociedad y Estado conocida como democracia liberal. Es
en ese punto cuando proliferan los “indignados” y los antisistema.
Es el momento en que los electores, muchas veces
desesperados, comienzan a corear insensateces (“¡que se vayan todos!”), o les
entregan a los nuevos mandamases la facultad de decidir por ellos, como
hicieron innumerables cubanos en los primeros años de la revolución gritando la
consigna “si Fidel es comunista, que me pongan en la lista”.
La otra pregunta inevitable es por qué no enterrar las
democracias liberales si no han dado los frutos que de ellas se esperaban. Muy
sencillo: porque sabemos que, cuando se cumplen los principios, esas sociedades
se desarrollan y funcionan envidiablemente. Es lo que sucede en los veinte
países más prósperos y felices del planeta, a donde quieren emigrar los
desgraciados de todas partes. Lo que se impone es la corrección del sistema, no
su demolición.
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