Me gusta ver la bomba/ caer mansa del cielo/
inmóvil en el suelo/sin mecha al parecer/
y luego embravecida/que estalle y que se agite/
y en rayos mil, vomite/ la muerte por doquier.
José de Espronceda
El ministro de la Defensa, general Vladimir Padrino, nos salió poeta, para colmo romántico, al punto de que sus resoluciones bien pudieran estar encabezadas, como la Boda negra del padre Carlos Borges (1867-1932) con la frase: “Oíd la historia que contome un día/ el viejo enterrador de la comarca”, de gran popularidad en la primera mitad del siglo pasado, cuando abundaban los vargasvilanos (José María Vargas Vila, escritor colombiano) y estaba de moda el programa radial de El trovador de antaño.
Eran tiempos de confusiones, algunas de ellas duran, muy menguadas, hasta nuestros días, en los que el comunismo estaba en auge, a pesar de los crímenes, traiciones y errores de Stalin, y el fascismo de Mussolini, surgido a raíz de la Primera Guerra Mundial, y el nazismo de Hitler se expandían por el mundo (Juan Domingo y Eva Perón en Argentina, otros mandatarios totalitarios de América Latina… Marcos Pérez Jiménez en Venezuela), sin incluir el fascismo tardío de Chávez que se mordió la cola con el fasci-comunismo de Fidel.
Y ahora, en el gobierno de Nicolás Maduro, que debía saber de derechos humanos por su oposición a los gobiernos de la llamada cuarta república, nos coloca en el despacho de la Defensa a otro trovador de antaño ¿fascista?, ¿comunista?, ¿romántico desesperado?...
Padrino López patrocina y suscribe una resolución que establece “el uso de la fuerza potencialmente mortal, bien con el arma de fuego o con otra arma potencialmente mortal… para evitar los desórdenes, apoyar la autoridad legítimamente constituida y rechazar toda agresión, enfrentándola de inmediato y con los medios necesarios”.
No contento con eso se dedica a descalificar a los medios de comunicación por manipular una resolución (publicada en la Gaceta Oficial del 27/01/15) cuyo texto es “hermosísimo, de profundo respeto a los derechos humanos, a la vida y a los manifestantes incluso”.
José de Espronceda, uno de los grandes del Romanticismo español del siglo XIX, fue desterrado por ser integrante de una sociedad de conspiradores llamada “los Numantinos”. Uno de sus poemas más celebrados, “El estudiante de Salamanca”, proclama: “Me gusta un cementerio/ de muertos bien relleno/ manando sangre y cieno/ que impida respirar/ y allí un sepulturero/ de tétrica mirada/ con mano despiadada/ sus cráneos machacar”.
Definitivamente, nuestro ministro es poeta romántico.
pllorens@el-nacional.com
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