José Clemente Orozco y el Muralismo mexicano
De los grandes artistas del Muralismo mexicano, José Clemente Orozco es quien pinta al pueblo mexicano en sus aspectos más trágicos e íntimos. Nació en Ciudad Guzmán (Zapotlán el Grande), en el seno de una familia notable del estado de Jalisco, el 23 de noviembre de 1883. Siendo todavía un niño, sus padres se trasladaron a la ciudad de México. Allí tuvo la fortuna de conocer el taller del grabador José Guadalupe Posada (1852-1913), que tuvo gran influencia en su obra. Estudió arte en la Academia de Bellas Artes de San Carlos, donde conoció a Gerardo Murillo (Dr. Atl), gran animador de cultivar en el arte los temas relacionados con México. En 1897, su familia lo envió a la Escuela de Agricultura de San Jacinto a seguir por tres años la carrera de perito agrícola. Aunque no le interesó la profesión, lo aprendido le sirvió de mucho pues le permitió ganarse la vida por un tiempo levantando planos topográficos. Cuando tenía 16 años perdió su mano izquierda, realizando un experimento con dinamita. Estuvo cuatro años en la Escuela Nacional Preparatoria con el propósito de estudiar más tarde arquitectura, pero la obsesión de la pintura lo llevó a regresar a la Academia de Bellas Artes de San Carlos.
Durante la revolución mexicana, el artista colaboró como caricaturista para el periódico revolucionario La Vanguardia. La crítica de arte Raquel Tibol señala que: “Orozco arrancó en la caricatura haciendo una síntesis del estilo afrancesado, y del más personal, más moderno, más escueto y con fuertes raíces ancestrales de José Guadalupe Posada (Tibol, Raquel, José Clemente Orozco: una vida para el arte,Fondo de Cultura Económica, México, D. F., 1996, p. 29)”. Desde sus primeros trabajos (1916) –donde aborda temas escabrosos relacionados con mujeres del mundo de la prostitución– manifestó una vena expresionista que lo vincula a Emil Nolde (1867-1956) y Max Beckmann (1884-1950), en momento en que no tenía ningún conocimiento de estos artistas ni su obra. En 1917, no encontrando en México un ambiente favorable para los artistas y deseando conocer los Estados Unidos, resolvió trasladarse a dicho país. Vive por un tiempo en San Francisco y luego se muda a Nueva York.
En 1922, Orozco se unió a David Alfaro Siqueiros y Diego Rivera en la constitución del Sindicato de Obreros Técnicos, Pintores y Escultores. De inmediato actúa en las primeras decoraciones murales en la Escuela Nacional Preparatoria, un monumental ex colegio de los jesuitas. Pero sin parar, la revolución continuó cambiando y consumiendo todo, al igual que Saturno devora a sus hijos. José Vasconcelos, gran promotor del movimiento muralista mexicano, se vio obligado a renunciar a su puesto en la Secretaría de Educación Pública y Siqueiros, y Orozco fueron arrojados a la calle por los estudiantes de la Escuela Nacional Preparatoria, y sus murales fueron gravemente dañados a palos, pedradas y navajazos.
Encontrando poco propicio a México, el artista decidió marcharse a Nueva York, en 1927. En esa ciudad se encontraba cuando se produjo el crash de la Bolsa de Valores que irradió de inmediato sus nefastas consecuencias económicas por todos los rincones de Estados Unidos. En dicho país permaneció hasta 1934, realizando labores como docente y pintando algunos murales (Colegio de Ponoma, Escuela de Investigaciones Sociales y Colegio de Dartmouth). En 1932, realizó un corto viaje de tres meses a Europa, donde conoció y admiró la obra de Miguel Ángel, Giotto, Rafael y El Greco. A fines de 1934, regresó a México y realizó otro conjunto de murales.
Teresa del Conde señala que: “Su tendencia a la exaltación una visión desencantada de la historia, parangonable a la que sostiene Ciorán (Del Conde, Teresa, Historia mínima del arte mexicano en el siglo XX,ATTAME Ediciones, México, D.F., 1994, p. 27)”. En su Autobiografía(Ediciones Era, México, D. F., 1985), el propio artista puso por escrito su original credo respecto a lo que debe ser una obra de arte: “La verdadera obra de arte, del mismo modo que una nube o un árbol, no tiene que hacer absolutamente nada con la moralidad ni con la inmoralidad, ni con el bien ni con el mal, ni con la sabiduría ni con la ignorancia, ni con el vicio ni con la virtud (…) Una pintura no debe ser un comentario sino el hecho mismo; no un reflejo, sino la luz misma; no una interpretación, sino la misma cosa por interpretar. No debe connotar teoría alguna ni anécdota, relato o historia de ninguna especie. No debe contener opiniones acerca de asuntos religiosos, políticos o sociales: nada absolutamente fuera del hecho plástico como caso particular, concreto y rigurosamente preciso. No debe provocar en el espectador la piedad, o la admiración para las cosas, animales o personas del tema. La única emoción que debe generar o transmitir debe ser la que se derive del fenómeno puramente plástico, geométrico, fríamente geométrico, organizado por una técnica científica. Todo aquello que no es pura y exclusivamente el lenguaje plástico, geométrico, sometido a leyes ineludibles de la mecánica, expresable por una ecuación, es un subterfugio para ocultar la impotencia, es literatura, política, filosofía, todo lo que quiera, pero no pintura, y cuando un arte pierde su pureza y se desnaturaliza, degenera, se hace abominable y al fin desaparece”.
Se trata de una posición que no deja de llamar la atención viniendo de uno de los máximos representantes del Muralismo mexicano cuyo objetivo estuvo marcado por consideraciones históricas, políticas y sociales de carácter nacional. Quizá es por esa actitud que dicho artista sea el único –entre los muralistas– unánimemente respetado por las generaciones posteriores de artistas mexicanos. En 1946, se le concedió el Premio Nacional de Bellas Artes de México. Orozco falleció el 7 de septiembre de 1949, apenas dos meses después de haber iniciado un mural para la Cámara de Diputados de Guadalajara, que dejó inacabado.
@EddyReyesT
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