Cínicos y analfabetas
Ni siquiera sería tan grave e irremediable si los otros dos tercios contaran con la acerada conciencia de la fortaleza, la lucidez, la voluntad y los sacrificios que serán necesarios para salir de cínicos y analfabetas y volver a enderezar el barco de esta Venezuela a la deriva. Algo frente a lo cual es perfectamente legítimo tener muy serias dudas.
Solo cínicos o analfabetas pueden cegarse al extremo de desconocer no solo la abrumadora realidad del desastre que nos asola –colas interminables, violencia desalmada, inflación sideral, pérdida asombrosa del valor de nuestra moneda, desmoronamiento general, huida en descampada de nuestros mejores talentos–, sino los llamados de alarma de la comunidad internacional ante la devastación que arrasa con la que fuera una de las economías más poderosas de la región. Este viernes 9 de octubre, el cable nos trajo dos informes que en cualquier país decentemente administrado hubieran provocado el inmediato colapso de los responsables por la inducción sistemática y malévola de este auténtico apocalipsis: Martin Wolf, experto en economía y finanzas y comentarista jefe de economía del Financial Times, de Londres –posiblemente el periódico más importante del mundo en su especialidad– entrevistado por el periódico La Tercera, de Santiago, declaraba: “Una serie de países han sido mal gobernados en los últimos cinco años… Brasil es un gran desastre, y eso importa al resto de la región, Argentina también es un gran desastre y Venezuela es una catástrofe política”.
Mientras, desde Lima, el periodista Alejandro Bolaños reportaba los resultados del encuentro del Fondo Monetario Internacional, según cuyos datos –los más confiables del mundo, pues no atienden a ideologías acomodaticias–, “Perú supera por primera vez y de manera holgada a la economía venezolana, cuyo valor en dólares se queda este año en 131.860 millones, casi un tercio del que tenía en 2012, y apenas la mitad del que registra la vecina Colombia… En 15 años, Venezuela ha pasado de ser la cuarta economía de la región a ser la séptima, algo que tiene que ver con su dependencia del precio del petróleo y la falta de alternativas productivas”. Ambas taras, según el mismo periodista, “hunden a Caracas”.
¿Quiénes son los cínicos que se niegan a aceptar hechos de tanta trascendencia para el presente y el futuro del país, quiénes los analfabetas? Los cínicos, ya es universalmente reconocido, son los militares y civiles que desde hace quince años se han dedicado con esmero a una doble faena perfectamente complementaria: a devastar al país y a enriquecerse. Ecuación cuyo factor más importante ha sido el enriquecimiento de los gobernantes, ya que sin la devastación moral e institucional del Estado bajo las maromas del charlatán de feria, sin el adormecimiento del espíritu crítico de las élites y la complacencia de las mayorías, generales y paniaguados no hubieran tenido las manos libres para saquear el erario, desviar los ingresos hacia sus cuentas bancarias y sumir el país en la inopia, la mansedumbre, la tolerancia y la alcahuetería. Pudieron desentenderse absolutamente de la economía, salvo en el saqueo, porque contrariamente a las cacareadas declaraciones del teniente coronel Venezuela les ha sabido a carroña.
¿Quiénes los analfabetas? Un pueblo abandonado a sus rencores, sus odios, sus complejos, su ignorancia, sus supercherías, su minusvalía. Que tras dieciséis años de catástrofes aún no termina de despertar de esta auténtica pesadilla. Pues según todas las encuestas, al día de hoy, mientras el mundo observa con asombro cuán dejados de la mano de Dios nos encontramos los venezolanos, un tercio de su electorado continúa porfiada y disciplinadamente imitando el ejemplo de esos endemoniados que según los evangelios se hallaban poseídos por el demonio y se abalanzaban a los abismos como una piara de cerdos.
Ni siquiera sería tan grave e irremediable si los otros dos tercios contaran con la acerada conciencia de la fortaleza, la lucidez, la voluntad y los sacrificios que serán necesarios para salir de cínicos y analfabetas y volver a enderezar el barco de esta Venezuela a la deriva. Algo frente a lo cual es perfectamente legítimo tener muy serias dudas.
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