Le pusieron su nombre al hospital y le quitaron el terrenito que tenía en la playa
Cuando me lo contaron creí que era una broma. Entonces me puse a averiguar y comprobé que era cierto
lunes, octubre 12, 2015 | Jorge Ángel Pérez
LA HABANA, Cuba.- Aunque su nombre no aparezca rotulado en la fachada, el Hospital Materno Infantil de Cabaiguán se llama Wifredo Zayas. Cuando me lo contaron creí que era una broma…, aunque la decisión era más que justa parecía poco probable. Entonces me puse a averiguar y comprobé que era cierto.
Sabía de su nacimiento en Trinidad en 1924, que estudió el bachillerato en los Maristas de Cienfuegos, que viajó a La Habana para hacerse médico y que se graduó en 1952.
El recién titulado nunca valoró la posibilidad de ejercer en la gran ciudad. Era su deseo volver al terruño, al pueblito de Condado donde su familia tenía una finca. Como buen masón suponía que iba a ser muy útil al lado de los más humildes. Así ocurrió. Luego, ya casado, se estableció junto a su joven esposa en Cabaiguán.
En la Clínica Obrera que era propiedad suya y de otros médicos, ejerció su profesión. Jamás abandonaría aquella clínica, ni siquiera cuando fue intervenida, ni siquiera en 1965, cuando su esposa y los tres hijos viajaron a los Estados Unidos. Estaba dispuesto a acompañarlos, pero no lo dejaron. Como cada médico que quiso abandonar el país, debió cumplir un castigo. Lo obligaron a quedarse aunque soñara con ver crecer a sus hijos. No consiguió acompañarlos ni indicar algún remedio cuando tuvieron un catarro o algo de fiebre.
No será difícil suponer lo terrible que fueron esos años para el padre, sin embargo siguió siendo un médico apasionado; y hasta formó otra familia cuando el encuentro con los suyos le pareció imposible. En los años setenta volvió a casarse, dos hijos nacieron de ese matrimonio…, debieron traerle nuevas esperanzas…
Muchos fueron los alumnos que tuvo durante todos esos años. Conocí a uno que mientras rotaba por la especialidad de Ginecología y Obstetricia lo tuvo como tutor. Fue él quien me contó de sus saberes. Todavía se dice que jamás hubo en el pueblo un médico más diestro y dedicado, y también que no era “revolucionario”. Se comenta, y quizá eso contara a la hora de decidir el nombre del hospital, que fue él quien enyesó al Che Guevara el brazo fracturado después que cayera desde un muro durante la toma de Cabaiguán. Ese día estuvo de guardia, y aunque no fuera “revolucionario” asistió al comandante rebelde.
Me pregunto lo qué pensaría aquel médico “traidor” si se enterara de que el hospital donde trabajó toda su vida lleva su nombre. Es posible que muestre una sonrisa, quizá descreída, quizá de agradecimiento.
Supongo su mueca irónica, y crédula, al enterarse de que su pequeña parcela de tierra en La Boca, esa que dejó en herencia a su hija, ya no es suya ni tampoco de la familia. Aquel solarcito tiene un dueño que no es ni “ariente” ni pariente.
Los detalles los ofreció Manuel Zayas en una carta al presidente del gobierno de Trinidad. Allí cuenta de un proceso ilegal de falsificación de documentos, que concedió el lote 5 de la finca 17, propiedad de su padre, a Jorge Enrique Madrigal, jefe de mantenimiento de la oficina del conservador de la ciudad.
Según el cineasta Manuel Zayas, los nuevos propietarios tienen una carta firmada por Alberto Cabreales, director de arquitectura y urbanismo en Trinidad, donde se anuncia que el terreno era ya propiedad del estado, lo que permitió a las autoridades a designar a Madrigal como nuevo dueño, aun cuando no existiera un proceso de expropiación forzosa. Refiere que se hicieron averiguaciones para conocer el paradero de su padre, las que concluyeron con la certeza de que Wifredo se había marchado del país, cuando realmente murió en Cabaiguán en el 2008. Otro detalle curioso, es la discordancia entre la descripción de las medidas de la propiedad que guarda la familia con las que describe la titularidad del estado; en la primera el terreno tiene una extensión de 405 metros cuadrados, y en la otra la extensión es de 450. ¿De dónde saldrían esos 45 restantes? Hay en este proceso un montón de cabos sueltos, mucha chapucería… Me pregunto si habrán notado, funcionarios expropiadores y beneficiados, cada detalle de esa pifia.
No consigo percibir el final de la historia. ¿Acaso este señor y su esposa van a quedarse con un terreno que no es suyo ni tampoco del estado? ¿Veremos cómo crecen las dimensiones de su casa? ¿Tendrán nuevos cuartos para alquilar? ¿Construirán una piscina? ¿Habrán pensado en hacer la competencia a los que regentan el Hostal Valda o el Calzada del Sol? ¿Crecerán mucho sus ingresos? ¿Las autoridades que otorgaron el terreno serán sus invitados a los almuerzos de domingo? ¿Nadarán todos juntos en la piscina que pueden construir? ¿Alguien pondrá coto a esta corruptela?
Sabía de su nacimiento en Trinidad en 1924, que estudió el bachillerato en los Maristas de Cienfuegos, que viajó a La Habana para hacerse médico y que se graduó en 1952.
El recién titulado nunca valoró la posibilidad de ejercer en la gran ciudad. Era su deseo volver al terruño, al pueblito de Condado donde su familia tenía una finca. Como buen masón suponía que iba a ser muy útil al lado de los más humildes. Así ocurrió. Luego, ya casado, se estableció junto a su joven esposa en Cabaiguán.
En la Clínica Obrera que era propiedad suya y de otros médicos, ejerció su profesión. Jamás abandonaría aquella clínica, ni siquiera cuando fue intervenida, ni siquiera en 1965, cuando su esposa y los tres hijos viajaron a los Estados Unidos. Estaba dispuesto a acompañarlos, pero no lo dejaron. Como cada médico que quiso abandonar el país, debió cumplir un castigo. Lo obligaron a quedarse aunque soñara con ver crecer a sus hijos. No consiguió acompañarlos ni indicar algún remedio cuando tuvieron un catarro o algo de fiebre.
No será difícil suponer lo terrible que fueron esos años para el padre, sin embargo siguió siendo un médico apasionado; y hasta formó otra familia cuando el encuentro con los suyos le pareció imposible. En los años setenta volvió a casarse, dos hijos nacieron de ese matrimonio…, debieron traerle nuevas esperanzas…
Muchos fueron los alumnos que tuvo durante todos esos años. Conocí a uno que mientras rotaba por la especialidad de Ginecología y Obstetricia lo tuvo como tutor. Fue él quien me contó de sus saberes. Todavía se dice que jamás hubo en el pueblo un médico más diestro y dedicado, y también que no era “revolucionario”. Se comenta, y quizá eso contara a la hora de decidir el nombre del hospital, que fue él quien enyesó al Che Guevara el brazo fracturado después que cayera desde un muro durante la toma de Cabaiguán. Ese día estuvo de guardia, y aunque no fuera “revolucionario” asistió al comandante rebelde.
Me pregunto lo qué pensaría aquel médico “traidor” si se enterara de que el hospital donde trabajó toda su vida lleva su nombre. Es posible que muestre una sonrisa, quizá descreída, quizá de agradecimiento.
Supongo su mueca irónica, y crédula, al enterarse de que su pequeña parcela de tierra en La Boca, esa que dejó en herencia a su hija, ya no es suya ni tampoco de la familia. Aquel solarcito tiene un dueño que no es ni “ariente” ni pariente.
Los detalles los ofreció Manuel Zayas en una carta al presidente del gobierno de Trinidad. Allí cuenta de un proceso ilegal de falsificación de documentos, que concedió el lote 5 de la finca 17, propiedad de su padre, a Jorge Enrique Madrigal, jefe de mantenimiento de la oficina del conservador de la ciudad.
Según el cineasta Manuel Zayas, los nuevos propietarios tienen una carta firmada por Alberto Cabreales, director de arquitectura y urbanismo en Trinidad, donde se anuncia que el terreno era ya propiedad del estado, lo que permitió a las autoridades a designar a Madrigal como nuevo dueño, aun cuando no existiera un proceso de expropiación forzosa. Refiere que se hicieron averiguaciones para conocer el paradero de su padre, las que concluyeron con la certeza de que Wifredo se había marchado del país, cuando realmente murió en Cabaiguán en el 2008. Otro detalle curioso, es la discordancia entre la descripción de las medidas de la propiedad que guarda la familia con las que describe la titularidad del estado; en la primera el terreno tiene una extensión de 405 metros cuadrados, y en la otra la extensión es de 450. ¿De dónde saldrían esos 45 restantes? Hay en este proceso un montón de cabos sueltos, mucha chapucería… Me pregunto si habrán notado, funcionarios expropiadores y beneficiados, cada detalle de esa pifia.
No consigo percibir el final de la historia. ¿Acaso este señor y su esposa van a quedarse con un terreno que no es suyo ni tampoco del estado? ¿Veremos cómo crecen las dimensiones de su casa? ¿Tendrán nuevos cuartos para alquilar? ¿Construirán una piscina? ¿Habrán pensado en hacer la competencia a los que regentan el Hostal Valda o el Calzada del Sol? ¿Crecerán mucho sus ingresos? ¿Las autoridades que otorgaron el terreno serán sus invitados a los almuerzos de domingo? ¿Nadarán todos juntos en la piscina que pueden construir? ¿Alguien pondrá coto a esta corruptela?
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