Los malos
“Ganaron los malos”, dijo con una claridad tan meridiana que no da lugar a excusas ni evasivas. Nunca, ni en los peores momentos de furia y desesperación padecidos por el mítico finado, vomitaron sus entrañas por la cínica y malhablada boca que poseía, tamaño desprecio hacia el pueblo venezolano. Porque fue el pueblo, sin ningún lugar a dudas, ese que no vive en colinas ni en loma, sino en cerros, el que ganó con millones de votos que hicieron rebosar las urnas electorales. Millones de malos habitan, pues, nuestras ciudades y campos. En las lomas, las colinas y las urbanizaciones de quintas, mansiones y edificios de lujo, bajó más bien la participación. Ese 74,25% lo desbordaron las gentes de los cerros, las quebradas y los márgenes que no tuvieron necesidad de bajar ni de subir para ganarle al miedo, la violencia, las envenenadas dádivas, los refinados engaños y las trampas arteras.
Dice el Nuevo Testamento, y lo repite más de una vez, tanto en Mateo (12:34; 15:18-20)) y Lucas (6:45) como en Santiago (3:5-8), que la boca habla lo que rebosa del corazón. La ocasión de esas palabras de Jesús, cae oportuno señalarla aquí, según ambos evangelistas, es dada por la necesidad de responder a esa “raza de víboras” que fueron los fariseos, letrados y ancianos, los dirigentes entonces de su país. En Mateo y casi con las mismas palabras en Lucas, según la nueva versión de Alonso Schökel, Jesús aclara: “El hombre bueno saca cosas buenas de su almacén de bondad; el hombre malvado saca cosas malas de su almacén de maldad”. ¿De qué almacén sacan estos nuevos fariseos iletrados semejante insulto al pueblo? Santiago dice que todos los animales pueden ser sometidos por el hombre pero a ese animalito que es la lengua “cargado de veneno mortal, no hay hombre capaz de someterlo”. Por algún lado se escapa y el contenido del almacén se delata.
Incorregible tradición de las élites venezolanas y latinoamericanas, tanto de derecha como de izquierda, desde los aun no clausurados tiempos de “civilización y barbarie”: despreciar al pueblo. Está en sus entrañas, en lo más profundo de la estructura del contenido de sus almacenes. Cuando me tocó defender mi tesis de doctorado, uno de los jurados, de izquierda radical, Rigoberto Lanz, lo expresó con su típico desparpajo: “En lo popular está recontracondensado lo que habría que negar”. Está grabado. Si alguien siempre ha recontranegado al pueblo, han sido sobre todo las élites “revolucionarias”, las vanguardias. Cuando lo excusan o alaban, es recontrajusta la sospecha de manipulación y demagogia.
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