Maduro: todo tiene su final…
El fin del bochinche bolivariano ha sido decretado por la ciudadanía con la inapreciable contribución de Nicolás Maduro y sus compañeros de juerga. El país, todavía incrédulo ante la sorpresa que se dio a sí mismo, tramita la papelería, firmas y sellos, para la evacuación ordenada del régimen.
Si uno se pone a fantasear, el rumbo debería ser otro: un gobierno masivamente derrotado podría haber propuesto un entendimiento con los vencedores, para las tareas urgentes. La crisis económica y social –en realidad una crisis humanitaria en estratos y regiones del país– tenía que haber abierto las compuertas para acuerdos mínimos y perentorios. Pero, no; la reacción ha sido la típica de los que no entienden nada. Pa’lante como el elefante.
Maduro, con una lógica extraña, ha decidido precipitar un enfrentamiento. Está debilitado, su partido confundido y apagado, sus mitos ya desangelados, sin fuerza espiritual y, en medio de tal desastre, convoca a la guerra. No advierte que si el 6-D tenía unos 5 millones de partidarios, minoría clara, pero, por todas las razones, un número respetable de ciudadanos; hoy es cifra sensiblemente disminuida por el “efecto victoria” de la oposición, pero hoy aún más disminuida por el “efecto demencia” de la conducta madurista en lo que va del 6-D hasta la fecha. Sin embargo, lejos de recuperar la cordura política se han lanzado por el despeñadero de una revolución que fue derrotada hace años, y cuyos zombies siguieron andando, desbaratados y temblorosos, hasta el 6-D.
Ajenos a considerar la orden de desalojo impartida por la mayoría, el régimen comienza a atender las demandas de aquellos que la noción de rectificación que tienen es la de profundizar las políticas que los condujeron al abismo. De allí que sea común la proclama idiota de entregarle el poder “al pueblo”, que no es otra cosa que la consigna-código destinada a desconocer tempranamente la Asamblea Nacional.
Si el régimen se precipita a un choque en contra del mandato popular, no le arriendo la ganancia. El planeta entero sabe que Maduro ha recibido una cueriza sin atenuantes. El intento de atribuírsela a la guerra económica que se inventaron; al imperio que solo emite declaraciones de asombrosa prudencia; a los ricos que han arruinado; es procurarse un enemigo de ficción para eludir un hecho incontrastable: ese pueblo escarnecido, al que se le quisieron trocar votos por neveras, los abandonó.
Si quisieran imitar al Libertador deberían repetir con él lo que le dijo a José Palacios: “Vámonos volando que aquí no nos quiere nadie”.
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