No aprendieron nada
MIGUEL SANMARTÍN | EL UNIVERSAL
sábado 12 de diciembre de 2015 12:00 AM
Es comprensible, aunque no justificable, camarita, la rabia que hoy destilan. Se entiende la conmoción. El despecho. El desencanto. La frustración. Y, por supuesto, el llantén. Pero no proceden los insultos ni las amenazas contra sus prosélitos ni contra los empleados públicos a los que ahora califican de "traidores" por votar contra el "proceso". Tampoco es razonable la insistencia terca en profundizar la revolución castro-chavista, causante del actual estado de calamidad en el cual se encuentra sumido el país. Contra ese deterioro, las penurias y el sectarismo rojo-rojito, se produjo el voto castigo del 6D que los dejó de cama.
El golpe recibido fue muy duro, "inexplicablemente" sorpresivo para ellos. Los aduladores del poder los confiaron. Le sobaron el ego. Y ellos sobre dimensionaron su fortaleza. También la capacidad de acción de su maquinaria política. Para los demás, para el pueblo empobrecido, exhausto por las colas y agobiado por la inseguridad, era previsible la pela. Fue un leñazo contra la prepotencia. La ineficiencia. El despilfarro. La corrupción. La intransigencia no les permitió escuchar las voces de alerta. Los llamados de auxilio. Se creyeron su propio cuento-mentira de la revolución invencible. Irreversible. Nada, ni nadie, es eterno.
La arrogancia y despotismo de los jerarcas del régimen; el ejercicio abusivo del poder a lo cual contribuyó la facultad habilitante otorgada por la Asamblea Nacional a los mandatarios revolucionarios; la anarquía impuesta por los mal llamados "colectivos" armados; la militarización del Gobierno y del país; y el uso desmesurado y sin supervisión alguna -por la sumisión de los demás poderes al Ejecutivo- de los bienes y recursos del Estado para actividades ideologizantes y partidistas, generó un estado colectivo de indignación, hartazgo, desasosiego e incertidumbre lo cual motivó el repudio mayoritario de la población.
El mensaje de los ciudadanos en las urnas fue claro. Contundente. Específico. Es decir, fue una manifestación de rechazo al llamado Socialismo del Siglo XXI (comunismo, así lo calificó Fidel Castro) y a sus nefastas consecuencias económicas y sociales; a las promesas incumplidas; a los apagones; a la división de clases; a la violencia; a las expropiaciones; al cierre de empresas; a los controles; a la presencia cubana; a la fuga de talentos; a la restricción a las divisas; a la judicialización de la política y a la criminalización de la disidencia. Asimismo fue una exigencia para la corrección del rumbo político y económico del modelo, del proceso o del Plan de la Patria, como quieran llamarlo.
Después del revolcón recibido en las urnas se esperaba de su parte un acto de contrición, de moderación, de humildad, de nobleza, de reflexión y una disculpa al país por los pésimos resultados de su gestión y por ignorar el clamor del pueblo. Igual habría sido pertinente un gesto sincero, sin condiciones ni mezquindades, de reconocimiento a los ganadores de la contienda y mostrar propósito de enmienda.
Pero prevaleció la altanería. El menosprecio. La hipocresía. El escapismo. Lo primero fue afirmar que no ganó la oposición sino la contrarrevolución. Es una necedad fútil atribuirle el triunfo a la guerra económica imperialista, al saboteo, a la burguesía apátrida, a los pelucones y al fracking. Lo segundo pretender hacer creer que aquí no pasó nada. Y lo tercero, asumir una postura beligerante cuando lo que procede y lo que el país espera y requiere la situación socioeconómica es la reconciliación y un acuerdo nacional para superar la crisis que puede agravarse si no se atacan urgentemente las causas que la provocaron.
msanmartin@eluniversal.com
El golpe recibido fue muy duro, "inexplicablemente" sorpresivo para ellos. Los aduladores del poder los confiaron. Le sobaron el ego. Y ellos sobre dimensionaron su fortaleza. También la capacidad de acción de su maquinaria política. Para los demás, para el pueblo empobrecido, exhausto por las colas y agobiado por la inseguridad, era previsible la pela. Fue un leñazo contra la prepotencia. La ineficiencia. El despilfarro. La corrupción. La intransigencia no les permitió escuchar las voces de alerta. Los llamados de auxilio. Se creyeron su propio cuento-mentira de la revolución invencible. Irreversible. Nada, ni nadie, es eterno.
La arrogancia y despotismo de los jerarcas del régimen; el ejercicio abusivo del poder a lo cual contribuyó la facultad habilitante otorgada por la Asamblea Nacional a los mandatarios revolucionarios; la anarquía impuesta por los mal llamados "colectivos" armados; la militarización del Gobierno y del país; y el uso desmesurado y sin supervisión alguna -por la sumisión de los demás poderes al Ejecutivo- de los bienes y recursos del Estado para actividades ideologizantes y partidistas, generó un estado colectivo de indignación, hartazgo, desasosiego e incertidumbre lo cual motivó el repudio mayoritario de la población.
El mensaje de los ciudadanos en las urnas fue claro. Contundente. Específico. Es decir, fue una manifestación de rechazo al llamado Socialismo del Siglo XXI (comunismo, así lo calificó Fidel Castro) y a sus nefastas consecuencias económicas y sociales; a las promesas incumplidas; a los apagones; a la división de clases; a la violencia; a las expropiaciones; al cierre de empresas; a los controles; a la presencia cubana; a la fuga de talentos; a la restricción a las divisas; a la judicialización de la política y a la criminalización de la disidencia. Asimismo fue una exigencia para la corrección del rumbo político y económico del modelo, del proceso o del Plan de la Patria, como quieran llamarlo.
Después del revolcón recibido en las urnas se esperaba de su parte un acto de contrición, de moderación, de humildad, de nobleza, de reflexión y una disculpa al país por los pésimos resultados de su gestión y por ignorar el clamor del pueblo. Igual habría sido pertinente un gesto sincero, sin condiciones ni mezquindades, de reconocimiento a los ganadores de la contienda y mostrar propósito de enmienda.
Pero prevaleció la altanería. El menosprecio. La hipocresía. El escapismo. Lo primero fue afirmar que no ganó la oposición sino la contrarrevolución. Es una necedad fútil atribuirle el triunfo a la guerra económica imperialista, al saboteo, a la burguesía apátrida, a los pelucones y al fracking. Lo segundo pretender hacer creer que aquí no pasó nada. Y lo tercero, asumir una postura beligerante cuando lo que procede y lo que el país espera y requiere la situación socioeconómica es la reconciliación y un acuerdo nacional para superar la crisis que puede agravarse si no se atacan urgentemente las causas que la provocaron.
msanmartin@eluniversal.com
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