Solo la presión internacional puede evitar que Venezuela se precipite a una violencia desatada, bien sea la del Estado contra la población, bien la de la confrontación civil. Las cargas de la Policía en las manifestaciones de este miércoles, convocadas para pedir al régimen que deje de bloquear el referéndum revocatorio, muestran que la última baza del presidente Nicolás Maduro es la brutalidad del autócrata contra su propio pueblo. No dudará en jugarla, como indica su amenaza de declarar el estado de conmoción en el país, después de haber proclamado el de excepción, que le permite militarizar las fábricas y practicar detenciones arbitrarias.
Maduro y la fracasada revolución chavista tienen ya el repudio clamoroso de los venezolanos; la cuestión es cuántas libertades aplastará aún Maduro desde el búnker donde espera su final. La comunidad iberoamericana, Europa y Estados Unidos pueden evitar que Venezuela colapse por la violencia, ya que nada han hecho durante estos diecisiete años para evitar que colapsara por la corrupción, la incompetencia y la pulsión autoritaria del chavismo.
Los signos de la actitud internacional hacia la crisis venezolana son aún contradictorios. El secretario general de la OEA –la Organización de Estados Americanos–, Luis Almagro, publicó una dura carta de reprobación personal a Nicolás Maduro, calificándolo de “traidor a su pueblo” y “dictadorzuelo”, entre otras lindezas. Puedes leer aquí el documento completo. La iniciativa, sin embargo, parece más una reacción de desagravio que una posición institucional. Maduro había acusado a Almagro de ser un agente de la CIA que colabora en esa “guerra económica” contra Venezuela que solo existe en el delirio paranoico de un caudillo en busca de un chivo expiatorio de su fracaso.
Por libre parece ir, también, el expresidente español José Luis Rodríguez Zapatero, que fue recibido este miércoles por Maduro, al que habría pedido, según sostiene el diario español ABC, que Manuel Rosales y Leopoldo López, dos de los cien presos de conciencia que el régimen mantiene encarcelados, puedan cumplir pena de arresto domiciliario, en vez de permanecer en prisión. Todo lo que Zapatero tiene que aportar a la causa de la libertad en Venezuela es esto: que los grilletes del chavismo sobre personas inocentes aprieten un poco menos –si al autócrata le complace, claro. Si Pedro Sánchez tenía pensado jugar la carta de los presos de conciencia en Venezuela para distinguir al PSOE de Podemos en la próxima campaña electoral, Zapatero acaba dejarle una reluciente cáscara de plátano en la pista de baile.
El último gesto del Gobierno español tampoco es que haya contribuido a presionar al régimen chavista. El Ministerio de Exteriores anunció el regreso del embajador español, Antonio Pérez-Hernández, a su puesto en la Cancillería en Caracas, después de haberlo retirado en abril por un exabrupto de Maduro sobre Rajoy –uno de tantos. Según medios españoles afines al Gobierno, hay 400.000 españoles residiendo en Venezuela que necesitan el seguimiento y la atención al más alto nivel en medio de la crisis política y humanitaria por la que atraviesa el país. Entonces, ¿por qué se llamó a consultas al embajador? ¿No había, hace un mes, el mismo número de españoles que lo estaban pasando mal? ¿Qué necesidad había de hacer este gesto que el chavismo no duda en pregonar como un éxito? Entre su peregrinación devota a La Habana, el pasado lunes, y este talante zapatero con Nicolás Maduro, el ministro García Margallo vive un final de mandato apoteósico.– V. Gago
[Con información de The New York Times, Sumarium, BBC, El Nacional, Últimas Noticias, El País, ABC, El Confidencial Digital y Actuall]
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