El pan nuestro
El superintendente William Contreras decidió actualizar los registros del exministro Juan Carlos Loyo expropiando terrenos con su pistola al cinto, para condenarlos a un fracaso por el que nadie ha pagado
“Las calles son del pueblo no de la oligarquía”. La consigna era repetida por unos militantes del PSUV que llegaron a desplazar a los vecinos que protestaban en la esquina Cuartel Viejo de la avenida Baralt, por el asalto oficial que inutilizó a la panadería Mansion’s Bakery. Oligarcas en la parroquia Altagracia, sería en los tiempos de Guzmán Blanco; pero la coherencia no caracteriza al chavismo, por eso los beneficiarios temporales del local sacaron el mismo día del asalto la charcutería y las bebidas, un robo que no aumentó la cantidad pan y por eso los vecinos protestaban.
Un comité diseñado para distribuir alimentos importados bajo criterios de discriminación política, no entiende de producción, de estructuras de costo ni de sustentabilidad. Por eso robaron antes de producir, atropellaron antes de entender el nodo de esta guerra ficticia: la escasez de otros alimentos aumentó el consumo de pan, hecho con harina de trigo que solo compra y distribuye el Gobierno. El pan se convirtió en lo más barato, lo que puede calmar el hambre más rápido.
El superintendente William Contreras decidió actualizar los registros del exministro Juan Carlos Loyo expropiando terrenos con su pistola al cinto, para condenarlos a un fracaso por el que nadie ha pagado. La Sundee ha obligado a bajar los precios del pan (para venderlo a pérdida), ha impuesto qué se debe producir (pan canilla y francés) y ha criminalizado la única estrategia para que una panadería no quiebre: vender otros productos. Sus condiciones son incumplibles y el atropello solo complica nuestras circunstancias, nos enseña cuánto aumenta la irracionalidad y la violencia del Estado, como la desnutrición y la muerte por ella.
Atacando las consecuencias de sus políticas económicas, bajo la excusa de la soberanía, el Gobierno hace lo que le da la gana, desplaza su responsabilidad directa y atropella derechos humanos. Es un ejercicio terrible que nos devuelve al terreno del más fuerte, de hacerlo porque pueden y hasta que puedan. Solo el PSUV pretende ganar una guerra destruyéndose a sí mismo mientras arrastra a todo el país en el intento.
En medio de este desastre, Nicolás antepone la posibilidad del reconocimiento internacional a sus propios ciudadanos, por eso envió 100.000 cajas CLAP a las víctimas de la tragedia en Perú, mientras los venezolanos viven una catástrofe diaria entre las puertas de cualquier panadería y el contenido de las bolsas de basura que ahí se acumulan.
Un comité diseñado para distribuir alimentos importados bajo criterios de discriminación política, no entiende de producción, de estructuras de costo ni de sustentabilidad. Por eso robaron antes de producir, atropellaron antes de entender el nodo de esta guerra ficticia: la escasez de otros alimentos aumentó el consumo de pan, hecho con harina de trigo que solo compra y distribuye el Gobierno. El pan se convirtió en lo más barato, lo que puede calmar el hambre más rápido.
El superintendente William Contreras decidió actualizar los registros del exministro Juan Carlos Loyo expropiando terrenos con su pistola al cinto, para condenarlos a un fracaso por el que nadie ha pagado. La Sundee ha obligado a bajar los precios del pan (para venderlo a pérdida), ha impuesto qué se debe producir (pan canilla y francés) y ha criminalizado la única estrategia para que una panadería no quiebre: vender otros productos. Sus condiciones son incumplibles y el atropello solo complica nuestras circunstancias, nos enseña cuánto aumenta la irracionalidad y la violencia del Estado, como la desnutrición y la muerte por ella.
Atacando las consecuencias de sus políticas económicas, bajo la excusa de la soberanía, el Gobierno hace lo que le da la gana, desplaza su responsabilidad directa y atropella derechos humanos. Es un ejercicio terrible que nos devuelve al terreno del más fuerte, de hacerlo porque pueden y hasta que puedan. Solo el PSUV pretende ganar una guerra destruyéndose a sí mismo mientras arrastra a todo el país en el intento.
En medio de este desastre, Nicolás antepone la posibilidad del reconocimiento internacional a sus propios ciudadanos, por eso envió 100.000 cajas CLAP a las víctimas de la tragedia en Perú, mientras los venezolanos viven una catástrofe diaria entre las puertas de cualquier panadería y el contenido de las bolsas de basura que ahí se acumulan.
En la guerra del hambre perdemos todos, porque mañana los conspiradores podemos ser usted y yo, por saber leer y escribir; porque el Gobierno puede atacar otras esferas de la propiedad privada, seguir violando derechos humanos, sellar su procura de miseria y represión, el pan nuestro de cada día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario