Los juegos del hambre
Parecían imposible más fracasos, más derrotas, mayores pérdidas de materia prima, de tiempo, de todo en fin. Sin embargo, ahora entramos en la Misión Imposible, la más mortífera de todas, acabar con el pan. Bye, bye pan, como dice Laureano Márquez
Pedimos prestado el título de una novela perteneciente a una trilogía de Suzanne Collins. Pero es que uno tiene la sensación omnipresente que, a pesar de lo inicuo que parece todo lo que sucede, forma parte de un juego, un juego macabro, cruel, como el de un gato con un ratón, pero que divierte inmensamente al responsable que lo lleva a cabo.
Parecían imposible más fracasos, más derrotas, mayores pérdidas de materia prima, de tiempo, de todo en fin. Sin embargo, ahora entramos en la Misión Imposible, la más mortífera de todas, acabar con el pan. Bye, bye pan, como dice Laureano Márquez.
Si no fuera suficiente con las colas por la escasísima comida que llega ahora nos desaparecen el pan. Eso nos recuerda una antigua canción de la niñez:
Aserrín, aserrán
Piden pan y no les dan
Piden queso y les dan hueso
Y les rompen el pescuezo
Aserrín, aserrán
Lo único que todavía nos ameniza las insoportables colas son los cuentos que echa la gente. No sabe uno cuánto hay de verdad en cada uno, pero lo cierto es que son amenos. Lo suficiente como para llenar un texto llamado Los Cuentos de la Cola.
Queremos contar algunos, con la advertencia que los cuentos adquieren más y más intensidad a la medida que pasa el tiempo, después que llueve y escampa, como a las 10 de la mañana que empieza a hacer calor y uno tiene un hambre que parecen dos, se van poniendo más escabrosos.
Me contaba un señor el por qué cierran los baños en el centro comercial. Es que se llevan todo – me dice – los saquean por completo, se llevan la poceta, el lavamanos, el baño queda como Adán, totalmente desnudo.
Esto lo cuenta un señor a mi izquierda, la señora que está delante de mí tiene otro cuento. En Portuguesa y que hubo una cosecha de arroz envidiable. Ella va para allá, y compra diario dos o tres kilos de arroz, eso por una semana y luego vuelve. Sin embargo, luego van unos sujetos correctamente uniformados y le caen a saco a la cosecha y se llevan todo lo que queda.
Otra interrumpe y dice que lo mismo sucede con la harina de trigo. Que ella vio con sus propios ojos como llegaba una gandola cargada de harina de trigo, la descargaban y se llevaban todo para un ministerio que queda en Chacao.
La señora que queda todavía más allaíta de esta última tiene otro cuento. Que vio cómo le ponían unos troncos en el camino a un camión cargado de pollos, y, una vez que se accidentó, agarraron los pollos así crudos, cruditos y se los comieron con plumas y todo.
El tiempo pasa y uno ve como las vecinas encargadas de poner orden en la cola mueven los brazos de derecha a izquierda como señalando algo. ¿Qué pasa? Como una oleada llega la noticia: No ha llegado nada, ni va a llegar.
¡Qué diferencia con lo que le pasó a Juan Manuel Santos, allá en Colombia! ¡Que le depositaron un millón de dólares para la campaña y no se dio ni cuenta!
¡Oops!
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