¡Qué paisanaje!
Su desmedida ansia de permanecer ya no obedece a una metódica y planificada ambición de quedarse con todo
El tétrico sainete venezolano no se detiene. Los personajes entran y salen del escenario sin ton ni son como si fueran un grupo de actores oligofrénicos compitiendo por ser el que más.
Al lado de tanto absurdo los Monty Pyton muy bien pudieran ser miembros de un club de circunspectos lores británicos, y Jardiel Poncela podría renegar de sus surrealistas escritos por convencionales y pueriles. Claro que estos practicantes del humor absurdo, al igual que otros muchos del género se salvan porque su objetivo era producir hilaridad en la gente, que no es mala cosa.
Sin embargo, el espectáculo que ofrecen los dirigentes que actualmente nos gobiernan, junto a sus subalternos ordeñadores de la teta del Estado y a los que lo usufructúan, no solo es patético y escandaloso, sino que rompen todas las reglas establecidas en todos los anales de la moral y el buen hacer y además con alarde de poderío causan sufrimiento y dolor a las personas que son de su mismo lugar, es decir a quienes debieran procurar bienestar.
Miguel de Unamuno, aquel sabio y contradictorio escritor vasco que dedicó media a ser rector unánimemente electo de la universidad de Salamanca, que se había paseado por el anti materialismo y utilitarismo del británico Thomas Carlyle, el evolucionismo filosófico de Herbert Spencer, la revolución dialéctica de Friedrich Hegel y el materialismo histórico de Karl Marx, fue sobre todo un intelectual inconformista que hizo de la polémica una forma de búsqueda. Tres veces fue desposeído de su cargo por los tres regímenes que conoció: monarquía con dictador, república y el neofascismo franquista. De los tres regímenes saltó la talanquera tras soltarles unas cuantas frescas. Su vida transitó haciéndole guiños a las derechas del hemiciclo, al socialismo republicano moderado y hasta al neofascismo franquista; con todos militó un poco y luego los abandonó despotricando e increpándolos terminando por adoptar un cierto anarquismo conductual.
Al iniciarse la guerra civil, Miguel de Unamuno apoyó inicialmente a los rebeldes, comandados por el General Franco, sin embargo el entusiasmo por el alzamiento militar pronto se volvió desengaño. Aunque en principio fue comprensivo con la sublevación contra la II República del ejército español, al ver la cruel represión franquista, especialmente en Salamanca, el doce de octubre de 1936 Unamuno criticó públicamente a los sublevados en presencia del General José Millán-Astray, comandante de la plaza, y la esposa del propio Franco, presentes en un acto, celebrando el Dia de la Raza, en el paraninfo de la Universidad de Salamanca, lanzando su famosa frase de "venceréis, pero no convenceréis", añadiendo “venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis porque convencer significa persuadir y para eso necesitáis algo que os falta en esta lucha: la razón y el derecho” (sic). Aquella agria reprensión provocó la inmediata respuesta del militar a Unamuno, a la sazón rector de la universidad, gritándole: “¡Viva la muerte!”, y añadiendo “¡y muera la inteligencia!", aunque otras versiones indican que dijo: “mueran los intelectuales”.
Millán-Astray era un general cuartelero que alcanzó su rango batiéndose en múltiples batallas en Filipinas y África, de las que salió con el hueso maxilar destrozado, tuerto y manco, todo por heridas de guerra. Por su valor militar era uno de los jefes de la sublevación favoritos de Franco; tenía fama de poseer una altanera personalidad, insensible a las debilidades, brutal, duro e inflexible con sus subordinados. Lo curioso del caso es que ambos, Unamuno y Millán-Astray, han trascendido en el tiempo desde posiciones bien alejadas. Imaginen al destemplado milico torpe y patán propinando coces cual acémila a uno de los más insignes y cultos prohombres del siglo XX. Eran tiempos difíciles y confusos, nada menos que en pleno estallido de una guerra civil que fue el ensayo general de la II Guerra Mundial. Estar inmerso en aquello debió nublar las mentes cuando debieran estar más lúcidas. Claro que el tiempo y la historia se encargaron de poner a cada uno en su sitio.
Lo que me ha hecho recordar el famoso rifirrafe entre Unamuno y Millán-Astray, portadores de valores tan antagónicos como irreconciliables, ha sido el peligroso y desgraciado momento que estamos viviendo en este país.
Apartándome de consideraciones políticas, y resumiendo mucho, lo que aquí realmente está en juego son dos formas vivenciales diametralmente opuestas: por un lado están los que propugnan que todos vivamos bien, para lo que se requerirá que las cosas se hagan mejor de como las hicieron en el pasado. Por el otro los que solo quieren imponer su régimen, sin importar el método, para satisfacer sus pretensiones de poder absoluto. Todo parece indicar que éstos, por ahora, van ganando aunque en el intento han destruido su propio país; no importa si fue planificado o no, pero si era lo que querían lo han logrado pero eso sí, jugando sucio hasta a sus partidarios. Están tratando de imponernos un sistema de terror, talando nuestros deseos de vivir en paz.
Han implantado una rara especie de guerra civil, donde unos solo matan y los otros solo mueren. Mientras, el país se está desmantelando, paralizándose, horrorizándose de sí mismo, y poco a poco se va desangrando, intoxicando e idiotizando, pretendiendo imponernos su barbarie e inocularnos su lepra moral. El admonitorio “podréis vencer, pero no convenceréis” de Unamuno es verdad, pues no tienen con qué, y me permito añadir que tampoco vencerán porque la implacable realidad está haciendo su trabajo, estos son otros tiempos y las noticias son inocultables, siempre encuentran salida como el agua, y a su pesar el mundo entero ya sabe de su calaña.
Su desmedida ansia de permanecer ya no obedece a una metódica y planificada ambición de quedarse con todo. Ahora, simplemente necesitan permanecer pues no tienen dónde ir, por eso están agarrados a cuanto clavo ardiendo encuentran. La mayoría de la gente en el país ha sabido estar a la altura, pese a todas las zancadillas los tienen acorralados y ellos lo saben bien a pesar de no reconocerlo. En su enorme oquedad quisieron romper todo para empezar de cero, siguiendo las “desinteresadas” instrucciones de sus maestros isleños, y casi lo logran, pero no contaron con la excepcional voluntad y resistencia de la gente que cada día les muestra más su desprecio. Y, ¿de verdad pensaron que lo iban a lograr?
El ingenioso Unamuno, alguna vez exclamó: “¡Qué paisanaje*!”, refiriéndose a cierta clase política con elegante desprecio. Hoy cuadra perfectamente para calificar a esta mezcolanza de hunos y alibabás.
*paisanaje. En el castellano de Venezuela el sufijo “aje” también se suele percibir como despectivo al usarlo en algunas expresiones referidas a un determinado conjunto de personas. Pero nunca con animales… (DRAE).
No hay comentarios:
Publicar un comentario