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Por Elda Cantú Senior News Editor, Latin America |
Colombia firmó un acuerdo de paz hace cinco años. La idea era instalar la tranquilidad en un país agobiado por medio siglo de conflicto. La idea era que los guerrilleros de las FARC entregaran las armas y que el gobierno ofreciera oportunidades a las comunidades pobres y marginadas para que ni la coca ni los rifles fueran tan atractivos. |
Pero en los últimos años han proliferado decenas de milicias menos comprometidas con una ideología y más interesadas en los beneficios económicos. Estos grupos, que reclutan por igual a exsoldados, exguerrilleros y exparamilitares así como a nuevos integrantes, aprovechan la economía ilegal de las drogas y subyugan a comunidades pobres en la espesura colombiana. También ofrecen vacaciones. |
Para explorar esta situación, Julie Turkewitz, la jefa de nuestra corresponsalía de los Andes, y el fotógrafo Federico Rios, pasaron una semana de febrero en un campamento de los Comandos de la Frontera, una de estas milicias. La nota apareció esta semana en la portada del diario. |
Le propuse a Julie que compartiera con los lectores de este boletín algunos detalles sobre esa experiencia. Y esto fue lo que escribió para ustedes: |
Violeta y las promesas sin cumplir |
Cuando reportaba esta nota conocimos a una mujer cuyas palabras aún me acompañan. Se hacía llamar “Violeta” en el grupo armado. Tenía 20 años, llevaba frenillos y lápiz labial así como ropa de camuflaje y un rifle. Era víctima del prolongado conflicto de Colombia: a su madre la mataron cuando era una niñita y su padre había pertenecido a las FARC casi toda su vida. Su hermana la crio. Su padre siempre le había dicho, “hija, nunca, nunca le vaya a pasar por la cabeza irse por un grupo militar, no es vida para usted”. |
Violeta le prometió a su padre que no seguiría sus pasos. Pero, muerto el padre, ahí estaba: arma en la mano, aprestándose para el fuego enemigo. |
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Su hermana no la había cuidado tanto, dijo, y creció más que nada como huérfana. Luego de abandonar la escuela empezó a trabajar como niñera, pero con lo que le pagaban era imposible ganarse la vida. Poco después, un amigo mencionó los Comandos, que pagan 500 dólares al mes, el doble del salario mínimo del país. “A veces siento que lo traicioné”, me dijo, refiriéndose a su padre, “pero creo que él entendería”. |
La historia de Violeta muestra lo difícil que ha sido —a pesar de un acuerdo de paz histórico— detener los nuevos ciclos de violencia en Colombia. “Es una guerra que ni se sabe cómo empezó ni cómo va a terminar”, dijo Violeta. “Uno está aquí por la plata y porque necesita el trabajo”. — Julie Turkewitz |
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Música para suspender el tiempo |
¿Qué escucha una periodista cultural cuando parece que su mundo se viene abajo? Isabelia Herrera, crítica de música y becaria del Times, ha escrito un estupendo ensayo sobre el género ambient, esa música que a veces usamos para concentrarnos y ser más productivos y que muchas veces actúa como una suerte de alfombra para el estado de ánimo. A partir de una crisis familiar, Isabelia explora el deep listening y sus posibilidades transformadoras. |
El artículo me hizo pensar en algunos comentarios que recibimos de nuestros lectores hace algunos meses sobre el sonido y la voz en momentos de angustia. Aquí hay uno de ellos: |
Hoy que estoy distanciado de mis seres queridos, a ellos me une su voz cada vez que los oigo al teléfono, cada vez que escucho sus voces en mis recuerdos. En la entidad sonora significante que son sus voces, reside mi conexión directa al hogar, a la casa, la familia, mi país, Venezuela. — Oswaldo Rodríguez, 41 años, cantante lírico, docente e investigador, Honduras. |
Te invitamos a leer el texto de Isabelia y a compartir con otros lectores de este boletín tus opiniones y experiencias: ¿de qué modo has recurrido a la música en estos tiempos difíciles? ¿En qué género te refugias? |
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