El culillo colorado
Se abre el telón y aparece el candidato, vestido de rojo y rodeado de cámaras de televisión, vociferando y manoteando, prometiendo que pulverizará a sus contrincantes. Se cierra el telón. Vuelve abrirse y, en medio de una leve penumbra, el candidato cuchichea y presiona a algunos funcionarios. El telón se desliza suavemente. Y por supuesto que se abre de nuevo para dejar ver a los mismos funcionarios anunciando que los contrincantes del candidato han sido suspendidos, cancelados, prohibidos. Se cierra el telón. Dos segundos después se abre otra vez el telón: aparece el candidato, vestido de rojo y rodeado de cámaras, vociferando y manoteando, prometiendo que pulverizará a sus contrincantes. El telón se derrumba definitivamente. ¿Cómo se llama la obra?
Estamos asistiendo a un espectáculo grotesco y peligroso. El poder parece estar entrando en estado de pánico. Pero su fragilidad no se transforma en conciencia, en sensatez, sino en desesperada e histérica agresividad. Tal vez se confiaron, pensaron que la herencia carismática de Chávez les duraría mucho más. Tal vez creyeron que contaban con su popularidad eternamente, envasada al vacío y sin fecha de caducidad. Vivieron tanto bajo su sombra, que ahora descubren que no saben hacer política sin su rating. Y están aterrados. Al paso que vamos van a querer inhabilitar también a la mayoría de los votantes.
Yo no me siento políticamente cerca de María Corina Machado. Jamás he votado por ella. Tampoco estuve de acuerdo con La Salida. Pienso que fue un error que todavía estamos pagando. Muy caro, además. Pero pensar distinto no nos transforma en delincuentes. María Corina Machado es una mujer que lucha, con valor e inteligencia, por lo que cree. Y eso la ha convertido nuevamente en víctima de un Estado que criminaliza la diferencia.
Resulta un poco patético ver al contralor general de la República arañando detalles para justificar la medida. Sin duda, la diputada ha debido cumplir con todos los requisitos legales, pero también sin duda la jugada política es demasiado obvia y vulgar. Está en el mismo contexto de la reciente inhabilitación a Daniel Ceballos. Y se presenta como un acto con dedicatoria específica. La Contraloría no investiga a ningún otro candidato. No presenta más informes. Más que hacer su trabajo, pareciera que cumple con un encargo. Cometen el peor error político que existe: subestimar al pueblo. Creen que ser ciudadano y ser pendejo es la misma cosa.
La idea de que “María Corina Machado está inhabilitada por no rendir sus cuentas al Estado” genera un ruido enorme en un país donde, desde hace años, el Estado no le rinde cuentas a nadie. Todo es parte de un mismo problema. También esta semana, en el lanzamiento de Plan Nacional de Derechos Humanos, La fiscal general propuso incorporar el “derecho a la verdad” en el proyecto. Para una sociedad con escasos niveles de transparencia, y con un gobierno empeñado en imponer su hegemonía comunicacional, se trata de una propuesta de alto riesgo. ¿Cuál es la verdad para el poder? ¿Por qué necesita controlarla? ¿Acaso la verdad-Luisa Ortega Díaz no quiere que también exista la verdad-María Lourdes Afiuni? Todos los venezolanos llevamos demasiado tiempo esperando que el presidente y que el vicepresidente rindan cuentas y cumplan su promesa, esperando que nos digan la verdad y nos entreguen la lista de las empresas fantasmas que desfalcaron al país.
En su novela sobre Limónov, Enmanuel Carrère narra brevemente una secuencia entre Boris Yeltsin y uno de sus asesores. La popularidad del presidente ruso iba en picada. Tanto que estaba evaluando anular los próximos comicios. Temía perder de manera estrepitosa. Yeltsin se encontraba en el sauna cuando Koriakov le dijo: “La democracia está bien, pero sin elecciones es más segura”.
Estamos asistiendo a un espectáculo grotesco y peligroso. Podría llamarse “El culillo colorado”. La oligarquía está asustada. Su revolución se está descascarando. El gobierno del pueblo le tiene miedo al pueblo.
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